Capítulo 46: El comienzo de una nueva vida

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Iban en la carretera rumbo a su destino, la música sonaba a un volumen medio, en el que las dos podían cantar o tararear las canciones, pero no tan alta que no pudieran escucharse hablar. Platicaban de todo y de nada, desde el clima del día, hasta el hecho de que ahora por increíble que pareciera estaban casadas. Habían hablado de como nada iba a cambiar entre ellas, pues ya vivían juntas y hacían una vida de pareja hace meses, sin embargo, ahora tenían un título, que aunque en realidad ninguna de las dos creyó necesitar, era un orgullo llevarlo después de todo. A mitad del camino habían bajado los vidrios del auto para dejar que el viento de afuera golpeara sus rostros y revoloteara sus cabellos. Un olor remontó a Macarena al pasado, a cuando era una niña y visitaba el mar con sus padres. Cada vez se hacía más fuerte el aroma y las memorias de su niñez la hicieron sonreír. Pero no con nostalgia ni tristeza, solo vinieron recuerdos bonitos, momentos en los que fue feliz en ese lugar, en el que probablemente iba a ser feliz de nuevo.

—¿Vamos a la playa? —le preguntó la rubia a su esposa, quien en todo el camino se había negado a decirle a donde irían, pero ya el olor a sal, a rocas mojadas y a mariscos penetraba sus fosas nasales y era bastante evidente su destino.

—Pues sí, rubia, vamos a pasar el fin de semana allá, en un hotel muy mono frente al mar que Fátima me ayudó a reservar. ¿Qué pensaste, que nos íbamos a casar y no tendríamos luna de miel? La luna de miel es la mejor parte de una boda. —giró la cabeza un momento de la carretera para verla y sonrió; Maca suspiró y la observó, su esposa se veía hermosa, llevaba lentes de sol cubriendo sus ojos, el resplandor de la tarde iluminaba su rostro y el viento movía su cabello hacia atrás haciendo más evidente su belleza árabe.

—Por supuesto, una boda sin luna de miel no es boda. —estuvo de acuerdo con ella y se acercó para besarle la mejilla ahora que estaba concentrada nuevamente en el camino.

—¿Qué? —preguntó Zulema cuando notó que la rubia no le quitaba los ojos de encima, había pasado de mirar el paisaje a su alrededor para verla a ella manejar.

—Nada, que estás guapa y me gusta mirarte. ¿Acaso no puedo mirar a mi esposa?

—Joder, que extraño suena eso, tú esposa. —se rio emocionada y la rubia hizo lo mismo.

—Todavía no lo puedo creer, eres mi esposa. ¡Estamos casadas, Zulema! —prácticamente saltó de la emoción en su asiento y se lanzó sobre ella para besarla.

—Rubia, coño, ¿quieres que nos matemos? —le preguntó entre risas mientras la rubia la atacaba con besos, aparentemente olvidándose de que iba al volante.

—Lo siento, me emocioné. —sonrió y dejó de besarla, pero se mantuvo cerca de ella con la cabeza recostada en su hombro. —¿Así que un fin de semana para nosotras solitas? Umm, que ganas tengo de estar encerrada todo el día en la habitación contigo.

—Que guarra, solo piensas en follar. Y yo mientras planeando una escapada romántica a la playa, cuando tú solo quieres utilizarme para echar un par de polvos. —Zulema fingió estar indignada, pero las carcajadas de la rubia la hicieron estallar en risas también.

—Estoy feliz. —confesó la más joven con un suspiro lleno de paz.

—Yo también, rubia, no tienes idea de cuánto.

—¿Alguna vez te imaginaste estar casada?

—Sinceramente no, ni contigo ni con nadie, era algo que no estaba en mis planes. Yo siempre dije que no quería tener una vida como la de todo el mundo, casarme, tener hijos, trabajar en un curro normal. Nada de eso entraba en mis deseos para el futuro, pero ya ves, la vida da muchas vueltas.

—¿Te arrepientes de algo o quisieras que las cosas fueran diferentes?

—No. —respondió casi como un acto reflejo, no necesitó pensarlo. —No me arrepiento ni un poquito de haber aceptado esta vida, y en parte haberla escogido también. Si te pedí que fueras mi esposa es porque no había otra cosa que deseara más en este mundo que casarme contigo. No cambiaría lo que tenemos por nada, Maca. Ni a ti, ni a Mateo, ni a Fátima, ni siquiera mi trabajo de mierda en el supermercado. —se rio. —Estoy en paz, y me siento libre, eso es algo que antes nunca pude conseguir sentir. —despegó su vista del camino un segundo y le regaló una sonrisa. —¿Y tú? ¿Te arrepientes de haberte casado con el elfo del puto infierno?

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