Capítulo 10 | La fiesta roja

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Reforcé los muros entre ambos

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Reforcé los muros entre ambos. Iba a actuar como una seguidora más, pero no estaba dispuesta a volver a caer en sus brazos. El beso había sido un momento de debilidad. No lo iba a rescatar porque lo siguiera amando, sino porque se trataba del padre de mi hijo y él merecía poder crecer junto a él.

Por eso cuando Drake intentó tomarme la mano mientras caminábamos hacia la mansión del profesor, rechacé el gesto fingiendo estar acomodándome un mechón rebelde. Nos desplazábamos por las calles desoladas del pueblo, con la luna llena radiante y mis tacones resonando contra la acera de piedra. El vestido me había gustado más cómo me quedaba ese día, especialmente por el peinado de cabello recogido hacia atrás en un moño que dejaba puntas onduladas libres.

Y Drake no se quedaba atrás. Lucía un traje hecho a la medida de color carbón, con un contorno oscuro mate alrededor de la apertura en el centro del pecho. Bajo el chaleco, tenía una camisa vinotinto, cuyo cuello era rodeado por una corbata ocre. Había peinado su cabello, el cual comenzaba a verse largo, hacia un lado, tomándose la molestia de aplicarse gel fijador. De igual forma, la colonia que escogió enloquecería a más de una, aunque yo seguía prefiriendo su aroma natural a almendras.

Pronto, se empezó a visualizar el lugar de la fiesta, al igual que lo concurrido que estaban sus alrededores. Una considerable cantidad de personas se fueron uniendo a nuestro trayecto cuando íbamos por el campo de flores. La mayoría con rasgos de la zona, mas había excepciones que destacaban por sus facciones exóticas. Pude captar palabras de otros idiomas. Lo que tenían en común eran sus vestimentas impecables y que eran humanos. Todos ellos.

—¿Todos ellos son invitados del profesor? —pregunté ya avanzando junto a la fuente, que en esa ocasión tenía luces en el agua.

—Sí. Conoce a muchas personas y ésta es la fiesta más esperada del año para ellos —respondió—. Algunos incluso vienen de otros continentes.

—El pueblo parece ser controlado por él y no por ti.

—Es mejor hacerle creer eso —susurró para mí.

También noté a habitantes del pueblo. Iban vestidos de manera más sencilla y no parecían compartir el entusiasmo de los visitantes. Se mantenían en grupos compactos; algunos que debían ser núcleos familiares por las características de los integrantes, y otros de amigos; todos tratando de no hacer contacto con los otros invitados del profesor.

Captó mi atención la forma en la que lo forasteros los escaneaban con la mirada, mostrando un extraño interés. Una pareja, que creía haber visto antes, le sonrió a un señor con su familia, a quienes recordaba del establecimiento de Zigor. Un brillo perturbador en sus ojos, que no era sobrenatural, acompañó el gesto.

—Ella se parece a una actriz muy conocida. No recuerdo cómo se llama —dije refiriéndome a una mujer parada en la entrada con los brazos cruzados, como si estuviese esperando a alguien.

La Traidora | Trilogía Inmortal II [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora