Antes | Miedo

170 36 18
                                    

Jamás creí que extrañaría la privacidad ficticia que me brindaba la carpa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Jamás creí que extrañaría la privacidad ficticia que me brindaba la carpa. Tampoco el estar rodeado del resto de la manada en casi todo momento. Sin embargo, al poco tiempo de haberme ido con Rinc a un lugar apartado de la selva, comencé a sentir ese vacío.

Me sorprendió que Darien me dejara ir tan fácil, a pesar de que Arthur aseguró que lo haría ya que le convenía darme un buen uso. ¿Yo llegar a ser valioso para ellos? ¿Cómo podría ser eso mi boleto de salida? Lo que implicaba era amarrarme más a ese sitio si llegaba a convertirme en lo que querían: alguien que se mezclara y mintiera sin ser descubierto.

Por otro lado, sonaba tentador. Que las otras personas creyeran lo que yo quisiera era tener poder sobre ellas. Justo como Joanne lo hizo conmigo. Sabía que me adentraba más en ese mundo que mi organismo rechazó desde el momento en que fui concebido, y en parte me asustaba, pero a la vez me atraía el llegar a formar parte de algo importante.

Rinc no creía del todo en mí. Aceptó enseñarme por eso que vio en mis ojos, pero no paraba de repetir que jamás había entrenado a un humano y que las probabilidades estaban en mi contra. Nada nuevo para mí.

Lo bueno de todo eso era que podía quedarme dormido viendo las estrellas. Ya no estaba encerrado en una cueva, sino que vivíamos en una estructura de madera encima de un gran árbol. Tuve que ayudar a Rinc a construirla. Era sencilla, pero mantenía su función de mantenernos alejados de los depredadores.

Después, los días se fueron recolectando provisiones y cumpliendo tareas a las que al principio no les encontraba ningún sentido. Talar madera, observar el comportamiento de animales, y responder preguntas reflexivas. ¿Quién era yo? ¿Por qué creía ser así? ¿Qué deseaba?

Empezó a contarme historias. A lo largo de la jornada solía ser callado, pero a la hora de cenar hacía la excepción relatando alguna anécdota de aquella vida de la que hablaba como si se hallara muy distante. Noté el tatuaje en su muñeca con forma de media luna y de color terracota. Me explicó que fue un Arcturus, cuyo deber consistió en custodiar un arma importante para los Hijos de Diana.

Una noche, ya quedándome dormido, un crujido me hizo abrir los párpados. Ojeé hacia el sitio en el que se había acostado Rinc, no obstante, estaba vacío. Optando por esperar un poco, ya que pudo haber ido al baño —detrás de algún arbusto—, volví a acomodarme en mi saco de dormir y me dispuse a cerrar los ojos.

En medio de ese proceso, dos esferas rojas destacaron como faros en mi visión borrosa. No tardé en estrujarme los ojos y abrirlos bien. La figura que estaba a menos de un metro de distancia, asomándose y aferrándose con sus garras a la base de nuestra estructura. Era un Maldito de Aithan. Había convivido lo suficiente con Sin Nombre como para distinguir las partes del rostro con rasgos lobunos.

La bestia se impulsó hacia arriba y poco a poco fue revelando el resto de su silueta, hasta terminar encima del refugio. Yo había salido lentamente del saco de dormir y me encontré frente a él con las manos alzadas. La luna dejó de estar cubierta por una nube y gracias a sus rayos plateados pude examinar el pelaje del Maldito de Aithan. Era Sin Nombre, el mismo que me salvó la vida más de una vez.

La Traidora | Trilogía Inmortal II [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora