Antes | Alumno

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Si antes era difícil sacarme a Joanne de la cabeza, dejar de pensar en la escena de ella besándose con Nolán fue todavía peor

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Si antes era difícil sacarme a Joanne de la cabeza, dejar de pensar en la escena de ella besándose con Nolán fue todavía peor. Cuando llegué a la cueva, pretendí pasar el resto de la tarde en mi carpa. No quería ver, ni hablar con nadie, mucho menos toparme con el sobrino de Darien cuando regresara. Quemaba imaginarme lo que estarían haciendo. Hacía con él lo mismo que hizo conmigo. Yo no fui especial para ella y solo me desechó cuando no le di lo que quiso. ¿En serio era tan importante conocer donde vivía?

Exasperado y sin ganas de ir a la cena, agarré una linterna, un hacha y un encendedor para salir a la selva. No fui tan lejos de la cueva, pues tampoco me había vuelto suicida. Solamente necesitaba algo de actividad física para distraerme. Algo de dolor externo para apaciguar el interno.

Reuní algunas rocas y armé una pequeña fogata. Después, me puse a picar madera. Golpeé los troncos con el hacha sin preocuparme mucho por si la técnica que me enseñó Anthony era la correcta. No importaba la calidad del producto, sino la descarga de mi rabia y dolor. Ramas y árboles delgados fue lo que piqué. Lo hice en diferentes tamaños; algunos para cocinar, otros para tallar herramientas y objetos para vender en el pueblo.

No supe cuánto tiempo estuve bajo la hipnosis de solo enfocarme en lo tangible. En algún momento mis manos comenzaron a doler y mi franela se llenó de sudor. Mi propio cuerpo decidió que era hora de un descanso y lo propició haciéndome fallar en el impacto y que el hacha se resbalara de mis manos. Acabó en el suelo.

En lugar de recogerla, sentí cómo mis fuerzas se desvanecían y terminé cayendo de rodillas. Estaba exhausto de todo. Pero, especialmente, de mi vida. Pensé en cada una de las desgracias que había sufrido y en cada acción que me llevó a ese pozo de mierda. La presión se fue acumulando y no pude hacer otra cosa que gritar para evitar explotar.

Grité hasta que me quedé sin aire. Sin embargo, al darme cuenta de que no cambiaba para nada mi situación, no volví a hacerlo. De hecho, me sentí incluso más miserable. En silencio, esperé a ver si recibía algún tipo de respuesta. Del Universo. De la diosa. Del Maldito de Aithan. De un animal. De lo que fuera.

Claro, no fue así. Yo estaba solo y nadie vendría a consolarme. Resignado, me reincorporé y fui a recoger el hacha. Quizás era suficiente por esa noche.

El sonido de la maleza moviéndose hizo que me congelara. Intenté de descifrar desde dónde había venido.

—¿Eres tú, Sin Nombre? Esto no es gracioso —dije rogando que fuera el Maldito de Aithan.

En vez de recibir una respuesta, me caí hacia atrás cuando un enorme lobo salió de la vegetación frente a mí. Sus ojos eran amarillos. No había adoptado una posición agresiva, pero de todas formas afiancé el agarre en el hacha. Sabía que era un Hijo de Diana, pero bien podía ser un amigo de Nolán que venía a silenciarme.

El licántropo retornó a su cáscara humana. Era Arthur. Detrás de él, apareció Rinc.

—¿Ves, primo? Humano, pero sin miedo a defenderse.

—Y buenos pulmones para invitar a cada depredador de esta selva para que venga a comérselo.

Me puse de pie para ahorrarme más vergüenza.

—No deberían estar aquí afuera. Es peligroso —indiqué.

Arthur intercambió una mirada con Rinc. Sí, había sonado ridículo que yo, humano débil, me preocupara por la seguridad de ellos, lobos de tamaño sobrenatural.

—¿Y por qué estás aquí? —preguntó Arthur—. ¿Por qué no te uniste a la cena? Darien no hizo ningún comentario, pero debió darse cuenta.

—Yo... Necesitaba pensar.

Ambos posaron su atención en los montículos de madera que armé. No obstante, fue Rinc quien vino hacia mí. Me sujetó del mentón y me obligó a mirarlo a los ojos. Esos ojos dorados que me daban escalofríos, porque parecían ser capaces de leerme la mente.

—Interesante —dijo—. Algo cambió. Roto. Esto sirve. 

La Traidora | Trilogía Inmortal II [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora