Antes | Hermandad

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No me cansaba de correr por la selva encima del lomo de Anthony

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No me cansaba de correr por la selva encima del lomo de Anthony. Así debía sentirse la verdadera libertad: ganas de gritar de emoción, dejarte llevar por lo que dictara el camino y la adrenalina que te hacía sentir capaz de hacer cualquier cosa. Creí que no volvería a suceder, pero ya había sido tan frecuente que dejé de temer que una serpiente me cayera encima. Y esa sensación permanecía incluso rato después de volver a tener los pies en la tierra. No podía parar de preguntarme cómo era para un Hijo de Diana, si también era así de intenso, o si solo a mí me parecía de esa forma porque era un simple espectador.

También fue un alivio haber comenzado a acompañar a Anthony en sus visitas al poblado a las afueras de la selva. Era un respiro de sentir que debía estar alerta todo el tiempo. El único lugar cómodo era la tienda de acampar que compartíamos, pero el reducido espacio llegaba a cansarme.

Admito que luego de tanto tiempo fue un poco abrumador estar de nuevo rodeado de humanos como yo. Pero lo triste era que, a pesar de serlo, tampoco encajaba porque sus rasgos no eran iguales a los míos. Eran como los de la tribu, mas rigiéndose por vestimentas y accesorios típicos de la denominada civilización.

La comunidad contaba con una sola calle principal, en la cual se aglomeraban los habitantes para realizar sus compras y cumplir con sus rutinas diarias. En ella había distintos puestos de venta de víveres, artesanías, herramientas, y cualquier otra mercancía que pudiera ser útil tanto para los nativos como para los visitantes. En ese tramo era que Anthony hacía la mayoría de las compras, porque los precios eran reducidos y tenía varios conocidos que le daban descuentos o aceptaban otros métodos de pago.

La mayoría de las construcciones eran de madera, aunque algunas hechas con láminas metálicas. Las de mejores condiciones y de mayor tamaño eran destinabas a servicios públicos, como un modesto hospital, una escuela y una biblioteca comunitaria. Ese rincón en el medio de la nada no estaba olvidado del todo, y a veces transitaban personas de aspecto extraño y hasta peligroso. Anthony decía que eran contrabandistas y era mejor no tener ningún tipo de contacto con ellos.

La población estaba a las orillas de una parte ancha del río y los pescadores caminaban con sus redes en el hombro y con baldes llenos de pescado fresco. Ese era el olor que resaltaba por doquier, contrastando los rostros sonrientes de las personas y su amabilidad.

—No te alejes demasiado —dijo Anthony antes de que nos bajáramos de su camioneta.

En esa ocasión, solo habíamos ido los dos, cosa fuera de lo común. Supuse que era porque no necesitaría las manos adicionales, pero, en tal caso, era combustible malgastado.

Avanzamos los escasos metros hacia el inicio del pueblo pesquero. Cada uno cargaba una mochila en su espalda, donde meteríamos los encargos. Recientemente me había dado ropa nueva, por lo que fue grato no tener que repetir la misma camiseta.

—¿Recuerdas las frases que te he enseñado? —preguntó ya pasando frente a los primeros puestos.

—Sí —respondí en su idioma.

La Traidora | Trilogía Inmortal II [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora