Prólogo

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Septiembre de 2002, Nueva York.

El día estaba soleado, el cielo tan azul que ni siquiera había una mancha blanca en él. Los pájaros cantaban sus melodías entre ellos, los ruidos de los autos aumentaban y el chillido de las personas caminar por las calles de Manhattan significaba que era un día agradable.

Clarissa Adele Morgenstern Fairchild iba de la mano de su padre, un tipo serio, no más de unos seis pies de altura quien era dueño de una concesionaria muy reconocida en Nueva York junto a su compañero y amigo, Stephen Herondale. Agradable, rubio y de ojos azules.
Con sólo apenas cuatro años, Clarissa había aprendido a describir las apariencias de las personas para luego inspirarse en sus dibujos infantiles, tenía el don de la visión según su abuela, observaba todo lo necesario para después soltarlo sobre una hoja de papel.
La niña era idéntica a su madre, cabello rojo y rizado, pecosa y con ojos verdes brillantes. Claro que lo único que las diferenciaban era la altura, Clary era muy pequeña y lo seguiría siendo por el resto de su vida.

Ese día, Valentine había llevado a su chiquilla al trabajo para intentar que se interese en otras cosas que no sean solo lápices de colores y hojas. Detestaba la idea de que se parezca tanto a Jocelyn, su madre.
Habló con Stephen acerca de juntar a sus hijos y que logren llevarse bien, ambos niños necesitaban formar vínculos nuevos con otras personas. Les haría bien.

—Clary, él es mi hijo, Jace —sonrió el señor rubio.

La pelirroja, al ver al niño de cabello dorado como el de su padre y ojos extrañamente del mismo color, sonrió con timidez sin quitar la mirada de él. Parecía tener la misma edad que ella, o tal vez un año más.

—Jace, ella es Clary. Pueden conocerse y hacerse muy amigos con el tiempo.

Continuó Stephen para después salir de la oficina junto a Valentine.

—¿Sabías que a un lápiz se le puede sacar punta hasta 17 veces y se pueden escribir 47 mil palabras con él y dibujar una línea de 56 kilómetros de largo? —comentó la niña apenas vió a los adultos salir.

Jace, el jovencillo replica de su padre rió por lo bajo, estaba un tanto nervioso.

—El color naranja estimula el coraje y la confianza, y el rosa suprime la ira y la ansiedad ¿eso sabias?

El niño sólo negaba con su cabeza dorada.

—¿Eres mudo? ¿Por qué no hablas? —preguntó con mucha curiosidad—. Traje hojas y colores para dibujar si no quieres hablar.

Clary retiró su mochila de su espalda y de adentro sacó un cuaderno y una bolsa de tela con varios lápices de colores.

—Cuando estoy triste dibujo, también cuando estoy feliz. Ayuda bastante —dijo con una sonrisa mientras arrancaba una hoja.

—No sé dibujar —comentó por primera vez el niño.

Clary se quedó observándolo con una sonrisa y estiró su brazo para entregarle la hoja.

—No necesitas saber, sólo tienes que dejarte llevar.

Los adultos se sorprendían cuando establecían conversación con aquella pequeña pelirroja, su capacidad e imaginación era como la de un niño de diez años y sólo tenía cuatro.

Unos minutos después, Clary y Jace estaban sentados en el suelo con hojas y lápices desparramados por éste mismo. Ambos reían y jugaban con los autitos coleccionables de sus padres, habían dibujado un tipo de pista de carreras en las hojas blancas.

—¡Eso no vale! ¡Has empujado mi auto! —rezongó Clary.

-Bien, lo lamento, ¿sí? No te enojes que te pones más roja aún.

Ella bufó y continuó jugando con su autito de color verde hasta que sus padres entraron a la oficina y notaron todo el desorden que se encontraba en el piso.

—Mira, papá, Clary tuvo la idea de dibujar pistas de carreras —dijo con emoción Jace al ver a su padre con una sonrisa.

—Que niña creativa eres —comentó el Señor Herondale.

—Sí, también rebelde —continuó Valentine—. ¿Qué te he dicho sobre dejar tus cosas en la casa, Clarissa?

La pelirroja puso sus ojos en blanco y siguió jugando.

Enero de 2005, Nueva York.

—Feliz cumpleaños, Jace —sonrió Clary.

—Gracias, Clary —dijo abrazándola.

—Te traje algo —sacó de su mochila un sobre de color oro y se lo entregó.

El chico que estaba cumpliendo sus ocho años abrió el sobre con mucha delicadeza y sacó de adentro una hoja doblada en cuatro partes. Con una sonrisa de oreja a oreja observó el dibujo que su amiga había hecho, un niño rubio con ojos dorados y una niña pelirroja con pecas jugando en el parque, en un costado estaba escrito Feliz cumpleaños, te quiero mucho.

Jace dejó el dibujo con el sobre en la mesa y volvió a abrazar a su pequeña amiga.

Octubre 2008, Nueva York.

Esos últimos años, Clary y Jace se habían alejado bastante. La pelirroja había empezado en un colegio diferente al del chico de ojos dorados, ambos tomaron rumbos diferentes y ya casi no iban a la concesionaria de sus padres.

Salvo aquel día lluvioso, el cielo estaba de un color gris oscuro y las nubes negras ocultaban la vista del sol. Las gotas caían con toda velocidad y furia sobre el rostro de Clary, su cabello rojo estaba pegado en su rostro pecoso mientras la chica temblaba de frío. Entró al trabajo de su padre y apenas cruzó la puerta de la oficina se encontró con unos dorados ojos observándola mientras reía a carcajadas.

—Hueles a perro mojado.

Furiosa, Clary le arrojó el lapicero que se encontraba en la mesa.

Quien iba a pensar que cuando se conocieron hace unos años se quisieron a los pocos minutos, y ahora ni siquiera soportaban verse a la cara.

Esa fue la última vez que se vieron, o a lo mejor, fue la última vez que se vieron y se trataron como conocidos. Las otras veces que celebraban algo entre las dos familias o se cruzaban, simplemente no se reconocían.

Secretos en lo profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora