Capítulo 12

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Octubre 2014, Nueva York, Clary.

Estaba en el patio de su casa, observando a las muy pequeñas hormigas negras mientras recolectaban las raciones del día para su reina. Clary tenía en sus manos margaritas y tulipanes rojos, las había cortado del jardín de su madre para ponerlas en el jarrón de la sala. Vió a lo lejos a la niña de cabello platinado recostada sobre el pequeño muro del patio, era unos años mayor que ella, su mirada estaba centrada en las hojas de un libro. No podía verle bien el rostro. Pero era hermosa, como cualquier niña de diez años. Vestía con un jardinerito de jean y debajo de él un suéter rosa. Su cabello largo estaba suelto y volaban hacia la izquierda de su rostro debido al viento otoñal de Noviembre.
Clary se levantó cuidadosamente y corrió adentro de su casa. Su cabello rojo recogido en dos coletas le llegaba por debajo de la espalda, su madre siempre cuidaba de él. Corrió y corrió hasta llegar a la cocina en donde vió a su madre sobre encima de la mesada del desayunador, con su altura no llegaba a verla bien, pero sabía que estaba cortando zanahorias. Sonrió e hizo el intento de subir a una de las banquetas para verla, no pudo. Su madre la miró con ternura, la ternura de cualquier madre hacia su hija. Dio la vuelta hasta Clary y la subió con cuidado a la silla alta.

—Mami, traje flores para decorar la sala —dijo con su voz de pequeña de cuatro años.

—Son muy hermosas, Clary —las tomó delicadamente y olió—. ¿Dónde quieres ponerlas?

—En la sala. Quedarán espléndidamente perfectas —sonrió.

Su madre asintió y las puso en un jarrón beige. Clary hizo una mueca de desagrado y negó con su cabeza roja.

—No, ese jarrón necesita color, mami —se lo quitó a Jocelyn—. Puedo pintarlo antes, deja las flores en otro mientras tanto.

—Para ti todo necesita color —sonrió y quitó las flores—. Bien, en mi habitación están las pinturas. Sólo asegúrate de no ensuciar nada.

Clary emocionada por usar las pinturas de su madre asintió. Siempre la había observado pintar en los lienzos, le generaba tranquilidad ver como usaba delicadamente el pincel. Las suaves líneas en el cuadro, líneas de muchos colores como le gustaba a Clary. Ella con cuatro años sabía que quería ser como su madre, estupenda y fascinante como ella. Bajó de la banqueta con el jarrón en sus manos y cuando estaba a punto de cruzar la puerta escuchó a su madre gritar el nombre de una niña.

—¡Elizabeth! Ven un segundo.

Clary se giró a ver a su madre que miraba por la ventana del patio. De un segundo a otro escuchó como unos pasos se hacían más fuertes, y sintió la presencia de alguien detrás de ella, Clary fue rotando despacio y vió a esa niña, esa niña de cabello platinado.

—Clary, despierta —susurró.

Clary no entendía por qué le pedía eso, estaba despierta. Sintió como su cuerpo comenzaba a tomar distancia. Quería ver el rostro de la niña, pero por alguna razón no podía.

—Despierta —volvió a decirle un poco más claro, pero sonreía.

No podía verla pero podía saber que sonreía por el tono suave de su voz, un suave y cálido "despierta".


—¡Clary! —gritó su amiga Isabelle.

—¡Maldita sea! ¿Qué sucede? —preguntó Clary despertando de golpe.

—Estabas hablando dormida, creí que tenías una pesadilla —acarició su cabello rojo—. ¿Estás bien?

—Sí, lo lamento —sonrió refregando sus ojos—. ¿Qué hora es?

Secretos en lo profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora