𝟚𝟜

2.4K 165 13
                                    

❝Dónde el deseo de el rey Kenma, es morir❞

Warning

King!au | intento de angs.

Palabras: 866

Escuchó a los sirvientes gritar fuera de aquellas puertas de madera, implorar por la vida de su rey, pero nada de eso hizo flaquear la determinación con la que el pelinegro caminaba por el largo pasillo de piedra con la espada envainada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Escuchó a los sirvientes gritar fuera de aquellas puertas de madera, implorar por la vida de su rey, pero nada de eso hizo flaquear la determinación con la que el pelinegro caminaba por el largo pasillo de piedra con la espada envainada. Esquivaba a las doncellas que se arrodillaban ante el, con lágrimas en los ojos por que cambiara su camino; que le diera un día más de vida al rey, pero no podía.

—¡Por favor, hijo!—gritó su madre, tirando de su capa manchada de sangre.—Tú eres más que esto.—le suplicó, con el corazón latiendo desbocado.

—Lo siento, madre.—Fue todo lo que dijo. No se atrevió a verla a los ojos, por que sabía que no podría aguantar las lágrimas al ver el rostro desconsolado de la misma. Dejó salir un suspiro y levantó el mentón en alto. Él había sido el único en entrar al castillo, con la orden a sus seguidores de que nadie lastimaria a mujeres, niños y ancianos que estuvieran dentro de las paredes que protegían las posesiones del rey. Llevaba meses planeando la rebelión contra aquel rey que le estrujaba el corazón de amor, que le llenaba el oído de miel con su voz cansada. Él también estaba sufriendo de amor, un amor que perecería una vez entrara por las puertas de madera. Retó con la mirada a los caballeros que parecían estar dispuestas a atacarle en defensa del rey, estaba listo para utilizar su espada en cuanto viera el más mínimo atisbo de pelea, pero un carraspeo cercano hizo que ambos caballeros dejaran la posición amenazante.

—Ya saben lo que dijo el rey.—habló con voz dura, ocultando la tristeza de ellas a medias.—Déjenlo pasar—continuó Yaku, el consejero real.

Ambos caballeros bajaron la cabeza y resignados le abrieron las puertas al bárbaro que se atrevería a quitarle la vida al rey más noble que Nekomalia tuvo en las anteriores décadas. Amado por muchos y venerado por otros; era lo que solía decir por las calles del pueblo que abastecía el reino. Los ojos decididos de Kuroo se cristalizaron al verle ahí, postrado en su trono con sus mejores ropas y una sonrisa amable dándole la bienvenida. Él lo sabía.

—Rey Kenma.—habló después de unos segundos en silencio.—Estoy aquí para dar fin a tu vida.

Sufría. 

Cada músculo de su cuerpo gritaba de agonía, sus ojos ardían y parecían escurrirse como lava ardiente de sus cuencas. Su alma le quemaba, pidiendo entre sufrimiento que le perdonara si temblaba en la acción que le arrancaría de sus brazos. Le amaba como nada en el mundo y por ese amor es que estaba ahí, de pie frente a él.

—Que así sea.—susurró, manteniendo su sonrisa amable para él.—Gracias.

Se derrumbo contra él, ansiando un último contacto con el pelinegro antes de partir a la vida espiritual. Se aferró con ambas extremidades y suspiró su aroma, se restregó contra el cuerpo ajeno para nunca olvidarle. Kuroo le devolvió el abrazo, enterrando su rostro lagrimeante entre su sedoso cabello color chocolate, sollozando mil perdones en voz baja y rezaba palabras de amor como alivio.

Entonces lo sintió.

Sintió el frío metal atravesar su cuerpo con facilidad, entrando y saliendo rápido; pero dejando una herida tan enorme que su atuendo de seda blanco se vio manchado de rojo en instantes. Un segundo en donde se prometían amor, se volvió en el más doloroso para Kuroo. Gritó y sollozó en alto, maldiciendo y berreando. Implorando que le perdonara en esa vida y en la siguiente.

—Lo hiciste muy bien.—susurró a como pudo el rey, quien mantenía su sonrisa; aunque estuviera repleto de sangre en su ropa, boca y nariz.—Gracias una vez más, mi amado.

Con las manos temblando tomó su corona y la colocó en las hebras negras de Kuroo, admirando por última vez a su amado con aquella corona que le pertenecería hasta su lecho de muerte. Ambos se derrumbaron en el suelo, uno más débil que otro. Kuroo besaba los labios rosados que poco a poco perdían color, una y otra vez, buscando que el otro se llevara un último beso.

—Te amo tanto, que por ti haría cualquier cosa.—acarició las mejillas mojadas de Kenma.—Pero que me pidieras asesinarte fue la muestra de amor que siempre voy a odiar.—besó su frente descubierta.

—Lo sé.—torció el gesto, reteniendo las lágrimas que querían salir por borbotones ante su final.—Lo siento, por hacerte esto.—finalmente dijo, dejando fluir el río de sus cuencas.

Su mano trató de tocar el rostro cálido de su amante, pero no pudo. Perdió la fuerza que tenía hace unos momentos, volvió a toser sangre y aspiró en busca de aire; se estaba ahogando. Kuroo tomó aquella mano con fuerza y la restregó por sus mejillas, notando como éstas estaban frías por la perdida de vida y sangre. Se dijeron un último te amo, antes de que Kenma diera un último suspiro.

El grito de aquel caballero de armadura dorada resonó por todo el castillo, avisando a todos dentro de él que su rey había muerto. 

Larga vida al rey Kenma.

Susurró con dolor.

―❝𝔨𝔲𝔯𝔬𝔨𝔢𝔫 𝔬𝔫𝔢‐𝔰𝔥𝔬𝔱𝔰❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora