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Vanessa despertó algo confundida, no recordaba haberse ido a dormir, pero se levantó de la cama aunque enseguida se dio cuenta que tenía una mano atada y no podía alejarse.

- ¡Madre! ¡Padre! - gritó desesperada jalando su mano dejando una marca alrededor de su muñeca. Un pánico se apoderó de ella, quiso gritar otra vez, pero su voz no salía. La puerta de su habitación se abrió y entró su padre junto a su madre.

- ¿Creíste que no nos daríamos cuenta? Esos enfermos pagarán sus pecados en el infierno al igual que tú- le dijo su padre. Vanessa quería gritarle que estaba equivocado, que sus amigos eran las mejores personas que había conocido, pero sentía un vacío al querer gritar, como si su voz no pudiera salir de sus labios.

-Ay mi niña, pudiste haberte arrepentido. Pudiste ser la hija que queríamos, pero tenías que volver con esos fenómenos- le dijo su madre. Vanessa ya no intentó gritar, pero si jalaba su mano tratando de soltarse de su agarre. Giró la vista para ver si podía desamarrar el nudo, pero no había un nudo, había una sombra negra que la sostenía con fuerza.

La chica estiró la mano hacia sus padres, rogándoles con la mirada que la salvaran de esa cosa que la jalaba hacia la ventana, pero sus padres salieron de su habitación como si nada. La sombra jaló a Vanessa y la lanzó a la ventana. La chica esperó el golpe contra el cemento, pero cayó en agua. Se impulsó a la superficie viendo el resplandor de la luna como guía. Sintió como sus dedos salieron del agua, pero por más que ella pateaba no parecía salir. Sus pulmones ardieron al sentir la primera bocanada de agua, su vista se empezó a nublar hasta que una mano la sacó del lago, estaba en la parte poco profunda tosiendo, tratando de expulsar el agua.

-Recuerda quién eres, recuerda por qué ibas al internado en realidad- le susurró una voz calmada. Vanessa alzó la vista y vio a una silueta alejándose. La chica trató de hablar, pero aún sentía el agua en su pecho, se sentía muy cansada así que se dejó caer en el agua.

Despertó jalando aire, todo había sido un sueño, un muy mal sueño. Ahora recordaba el día anterior. Sus padres habían llegado y cenado con ella, después se había ido a dormir. Respiró un par de veces eliminando esa sensación de ardor. Se acarició la muñeca, sabía que había sido un sueño, pero aun así sentía un ligero dolor.

-Me llamo Vanessa Hudgens. Tengo 18 años. Soy hija única. Han pasado 467 días desde que desperté sin memoria- dijo en un susurro. Alzó la vista, eran las siete de la mañana. El sol apenas empezaba a salir, sin embargo, ella ya no tenía sueño. Fue a su escritorio y escribió cada palabra que recordó de su sueño. Después dibujó esa sombra negra que la sostuvo, le daba miedo. Trató de recordar si la voz que le había hablado se le hacía familiar pero no lo creía. Tampoco supo de quien era la silueta que la sacó del lago. Se pasó la mano por la cara, pensó en las palabras de Diego.

Un mar de dudas la invadió. No sabía por qué Diego decía cosas malas de sus amigos. Diego era un idiota, solo los insultaba por ser felices tal y como eran. Pero el decirle que le ocultaban algo de su vida era otra cosa. Sus amigos le decían que algunas cosas necesitaban más tiempo, pero se las ocultaban. Le daba miedo que fuera algo malo, ¿Qué le podían ocultar? Un momento, ¿Por qué creía que no le habían dicho la verdad acerca del internado? Sus sueños le decían cosas que conscientemente no recordaba. Eso le había dicho el doctor Harrison. Eso solo la llevó a una conclusión.

Había otra razón por la que había ido al internado. Sus amigos le habían dicho que era por que sus padres querían que se alejara de ellos. Sus padres le dijeron que ella estaba de acuerdo con ir ahí a estudiar. Seguramente había otra razón, una que ni sus amigos ni sus padres querían que ella supiera. Tomó su celular y buscó informes acerca de internados católicos. Había varios, pero sólo tres eran cercanos a su pueblo y estaban aliados a la iglesia.

Nunca Los Quise OlvidarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora