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Ni siquiera ha amanecido cuando despierto, estoy ansiosa por la misión que llevaremos a cabo hoy, es riesgosa, y si algo sale mal, debemos darnos por muertos. Haber pasado mi vida entera en la mafia no me hace inmune al miedo, solo hace que sepa como esconderlo. 

Me levanto de la cama y me dispongo a organizar todo. Después de bañarme y vestirme, me quedo frente al espejo, observando mi reflejo, mi piel es de un moreno claro, mis ojos son café oscuro, mi cabello es castaño y rizado largo hasta la mitad de mi espalda, acostumbro a mantenerlo suelto, pero hoy decido que es mejor recogerlo en un moño. Me pongo el abrigo grueso que me permite ocultar las armas, guardo en una bolsa lo que necesitaré para que todo salga bien. 

Mi hermano me está esperando, por la forma en que me mira, sé que no está muy convencido de que mi plan salga bien, pero sabe que soy una persona brillante, y que todo lo que se me ocurre, por descabellado que parezca, siempre resulta ser una buena idea. 

—Esther —me dice a modo de saludo. 

—Chad —le digo. 

Se acerca a mí y me abraza, como hacemos siempre que sabemos que nuestras vidas corren peligro. Él tiene cuatro años más que yo, nos parecemos físicamente, aunque sus brazos están llenos de tatuajes. De los dos es el único que recuerda a nuestra madre, que se fue cuando yo era a penas una niña de tres años, y nadie sabe nada de ella. 

—Vamos —le digo, tratando de evitar ponerme melancólica. 

Él asiente y salimos de casa, mi padre espera ya en la camioneta, subimos y deciden que debo ser yo quien conduzca. 

Casi una hora más tarde, estamos en la parte de atrás del hotel, hay un angosto callejón donde apenas cabe la camioneta con las puertas abiertas, bajamos y nos encontramos con la puerta por la que entran y salen los empleados. Respiro profundo, el momento ha llegado, no hay marcha atrás. La puerta se abre sin oponer resistencia y entramos a una gran habitación donde los empleados guardan sus pertenencias. Mi padre y Chad tienen un overol gris de alguna compañía de mensajería, bajan una caja de madera de la camioneta, es bastante grande, me dicen que nos veremos en la habitación y se van por el ascensor de servicio. 

Me dirijo a la cocina, presto atención a una chica que sale llevando una pequeña mesa con ruedas, con el desayuno del cantante. Antes de que llegue al ascensor, me cruzo en su camino, me mira extrañada, le muestro una de las armas y ella ahoga un grito. La llevo a la habitación de los empleados, allí hay un baño, le pido que se quite el uniforme, me obedece, me lo pongo y la dejo allí encerrada, no sin antes verificar que no tenga su celular ni pueda pedir ayuda. Me pongo unas gafas y entro en el ascensor de servicio llevando el desayuno, fingiendo ser una empleada normal de este hotel de lujo. En la puerta de la habitación donde se encuentra el tal Shawn Mendes, hay dos personas de seguridad, no me prestan mucha atención, parece que son los únicos. Toco dos veces y me encuentro frente al cantante en persona. Es muy alto, calculo que de casi un metro con noventa, tiene el cabello rizado mojado como si acabara de salir de la ducha, unos bonitos ojos cafés, lleva una camiseta blanca sencilla y unos pantalones negros ajustados, está descalzo. Al verme sonríe, es mucho más guapo en persona que en la televisión. Entro y dejo el desayuno muy lentamente sobre la mesa, aprovecho que no me está prestando atención y disuelvo una pastilla blanca en su jugo de naranja, con eso bastará. Poco después lo bebe,  de un solo sorbo como si tuviera mucha sed, sonrío para mis adentros, todo comienza a salir bien. Finjo que organizo la habitación y tiendo la cama, aunque no sea tan cierto, solo espero que la pastilla haga efecto pronto. Sigo dando vueltas por la habitación a la espera de que se desmaye, no pasa mucho tiempo cuando lo veo cerrar los ojos y dejarse caer sobre la mesa. Le envío un mensaje a Chad, poco después llama a la puerta y me dirijo a abrir, tanto él como mi padre se pusieron bigotes falsos para no ser reconocidos. Pasan y cierro la puerta, dejan la gran caja muy cerca. 

—¿Crees que el bello durmiente cabe ahí? —pregunta Chad señalando al cantante con su dedo índice. 

Se acercan a él y comprueban que sí cabe, solo que en una posición muy incómoda, cuando despierte no va a sentir la espalda. Abro la puerta para que salgan y los guardaespaldas los miran con desconfianza. 

—Dijo que no había pedido nada —comenta mi padre— creo que nos confundimos de habitación. 

Ellos asienten y continúan con la conversación que estaban teniendo. Cierro la puerta tras de mí y nos dirigimos al ascensor de servicio. Por suerte, no nos encontramos a nadie, bajamos con la caja y nos encerramos en la habitación de los empleados. Allí, recojo mi ropa, aunque no hay tiempo de cambiarme. Salimos al callejón, subimos la caja a la camioneta y nos vamos de allí lo más rápido que nos es posible. Conduzco por un largo rato hasta que salimos de la ciudad, tomo la carretera que conduce a una propiedad que tenemos en un lugar muy apartado, a nadie se le ocurrirá buscar al cantante en ese lugar. 

Llegamos un largo rato después, por suerte, no ha despertado, lo sacamos de la caja y lo llevamos a una de las habitaciones, la más segura, solo tiene dos ventanas muy cerca al techo, prácticamente inalcanzables, no hay más muebles que una silla donde lo sentamos y lo atamos con una larga cuerda. Consigo una pañoleta y mientras la pongo sobre su boca, de manera que cuando despierte no pueda gritar, pienso en lo rosados que son sus labios y lo blancos y perfectos que son sus dientes. Salimos de allí, necesito quitarme este uniforme ridículo cuanto antes. Voy a la mi habitación y me pongo mi ropa de siempre, unos jeans azules ajustados y un crop top blanco. Mi padre está esperándome en la cocina junto a mi hermano. 

—Hija —dice al verme llegar— el plan ha sido un éxito, eres tan brillante como siempre. Ahora, vas a encargarte de el chico, nosotros nos encargaremos de contactar a su mánager y su familia. Estaremos hablando. Vendremos, pero no muy seguido, no podemos dejar que descubran que está aquí.

Se acerca y me abraza, después, Chad también lo hace. Los acompaño a la puerta, dejan la camioneta en la que llegamos y se van en un automóvil que tenemos aquí. ¿Qué voy a hacer aquí, sola, en medio de la nada, cuidando a ese cantante? Tal vez pronto mi padre enviará a algunos de sus muchachos de más confianza, aunque él no confía más que en Chad y en mí. Espero que no dé muchos problemas, no me gustaría golpear una cara tan bonita.  

Síndrome de Estocolmo || Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora