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A la mañana siguiente, cuando terminamos de desayunar, escucho el sonido de un auto que se acerca, ¿ahora quién? Me pregunto. Me asomo y me doy cuenta de que se trata del auto de mi padre. De inmediato entro en pánico, Shawn y yo corremos hacia la habitación, lo ato lo más rápido que puedo y salgo a recibir a los recién llegados. Cuando bajan del auto, me encuentro que tienen la ropa manchada de sangre y Chad parece estar herido.

—¿Qué pasó? —pregunto mientras me acerco a ellos.

—Vamos a tener que escondernos aquí por unos días —responde mi padre.

Me acerco a mi hermano, que tiene su mano izquierda sobre el brazo derecho,  está sangrando, necesito que me digan qué demonios les sucedió, aunque puedo imaginarme que fue lo de siempre, enfrentamientos con enemigos, que nunca faltan. Lo tomo del brazo y entramos en la casa, mi padre se retira a su habitación y yo me quedo en la sala con Chad.

—¿Tú sí me vas a decir qué te sucedió? —le digo.

—Enfrentamiento con los Allard, llegó la policía y tuvimos que escapar de ahí antes de que nos atraparan —explica.

Retira su mano de la herida que está cubriendo, sin duda fue un cuchillo, no es tan profunda, pero creo que debería coserla.

—Déjame limpiar esa herida —digo mientras lo tomo del brazo y lo llevo a su habitación.

En verdad espero que Shawn no haya dejado ningún indicio de su presencia aquí o mi hermano se dará cuenta. Lo dejo en el baño y corro a buscar el botiquín. Cuando regreso, veo que está sangrando bastante y eso me preocupa.

—¿Quién fue? —pregunto mientras limpio la herida, él hace una mueca de dolor y maldice en voz baja.

—Alexey —responde— le quité el arma, pero el muy maldito tenía en cuchillo.

Sigo limpiando con todo el cuidado que me es posible, pero me duele esta situación. No puedo evitar sentirme mal, saber que la vida de mi única familia corre peligro constantemente y que el día menos pensado terminaremos todos muertos de un disparo o en la cárcel, no es nada alentador. Por primera vez en mi vida, siento algo de resentimiento hacia mi padre por haberse metido en esto y llevarnos con él, arruinó nuestras vidas y ni siquiera se siente mal por eso. Seguramente fue por eso que mi madre nos dejó, es horrible vivir sintiendo la muerte a centímetros de ti, saber que no puedes vivir en paz porque la policía y los enemigos van tras de ti todo el tiempo, esto no es vida.

—Voy a tener que coserte —digo tratando de reprimir mis enormes deseos de llorar.

—¿Qué te sucede? —pregunta poniéndo su mano sobre mi hombro.

—Nada.

Evito mirarlo, busco aguja e hilo y me doy a la tarea de coser esa herida, no es la primera vez que lo hago, desde que era una niña he visto estos enfrentamientos, he visto morir a mucha gente, no me causa impresión una herida de este tipo. Cuando termino, quiero marcharme, pues no soporto la mirada intensa de Chad, que quiere saber qué demonios me sucede. Cuando voy a irme, me toma del brazo y me abraza con fuerza.

—Deberías considerar contarme lo que te pasa —dice— si lo guardas te harás daño.

—Sucede que esto que estamos viviendo, no es vida —respondo— se parece más a un infierno.

—Antes no parecía molestarte.

—Antes no lo pensaba, como ahora. Pudo haberte matado, Chad, también a papá, y a mí.

—Sé que es terrible, pero no hay manera de salir de esto, estamos metidos hasta el cuello, solo nos queda luchar porque no nos maten. Al menos estás un poco a salvo aquí, aunque ya vinieron a buscarnos a este lugar también.

Síndrome de Estocolmo || Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora