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Cuando llegamos a la ciudad, no puedo evitar sentirme extraña, como fuera de lugar, creo que me va a costar un poco acostumbrarme a estar aquí de nuevo. Entro en la casa y subo a mi habitación, desempaco mis cosas, entre ellas el cuaderno que me dejó Shawn, pues estoy ansiosa por leerlo. Me siento en la cama y abro la primera página: 

«Para cuando leas esto, ya nos habremos separado, lo he escrito mientras estábamos juntos, pues aquí digo todo eso que no pude decir cuando te tenía frente a mí. ¿Has escuchado hablar del síndrome de Estocolmo? Es cuando alguien que ha estado secuestrado desarrolla algún sentimiento hacia sus captores. Bueno, pues eso fue lo que me pasó contigo. A pesar de saber que fue tu idea y de que tú entraste a mi habitación en el hotel, me metiste en una caja y me llevaste para una cabaña en medio de la nada, no pude evitar sentir admiración por ti desde que te vi, y cuando hablé contigo fue todavía peor. Nadie va a creerme si digo que me enamoré de la hija de un mafioso, que me secuestró, pero me trataba bien, hablaba conmigo, me comprendía, me contaba su vida y amaba hacer castillos de naipes, pero es la verdad, y ya no se puede cambiar.»

Las palabras de Shawn me hacen sonreír, alguna vez había escuchado hablar de ese síndrome, me parecía algo descabellado, pero creo que es real. ¿Cómo se llamará entonces cuando un secuestrador se enamora de su víctima? Porque eso fue lo que me pasó con él. Si bien, me sentía y me siento terrible por haber interrumpido su vida solo para intentar sacarle dinero, al menos pude conocerlo, aunque haya sido de esa manera. Ese bonito recuerdo vivirá por siempre en mí, pues allá, en esa cabaña en medio de la nada, como él dijo, pude conocer la felicidad como nunca antes la había sentido y ahora mismo, no sé si volveré a ser tan feliz. 

Escucho que llaman a la puerta, dejo el cuaderno sobre la mesa de noche y voy a abrir, es mi padre, me entrega una maleta pequeña y dice: 

—Es tu parte del dinero que pagaron por el cantante, no estaba completo, pero sigue siendo una fuerte suma. 

—Gracias, papá. 

Él asiente, hace ademán de retirarse, pero se detiene. 

—Necesito que vayas con tu hermano a cobrar un dinero que me deben. 

—¿Ahora mismo?

—Sí, es mejor que vayan temprano, tu hermano está junto a la piscina, búscalo y váyanse. 

Asiento y entro en la habitación de nuevo, dejo la puerta abierta, tiro la maleta sobre la cama y la abro, son muchos billetes, cuando pueda los contaré, aunque parece ser por lo menos un millón de dólares. Nunca me dijo cuánto había pedido, aunque en este momento no quiero el dinero, quisiera tener a Shawn conmigo, pero aunque fuera posible, no sería lo mejor. Yo vivo una vida peligrosa, con enemigos que buscan hacerte daño acabando con lo que más amas, no quisiera que él sufriera porque yo estoy en el camino equivocado. Es mejor que siga con su vida, finalmente, yo estoy hundida hasta el cuello en esto. Guardo la maleta en el armario, lo cierro y bajo las escaleras de vidrio, cruzo la sala y salgo a la parte de atrás donde está la piscina. Mi hermano está sentado en una de las sillas, hablando por teléfono y limpiando su arma. Al verme llegar, cuelga y se levanta. 

—¿Lista para volver a trabajar? —pregunta. 

—Sí —respondo, aunque creo que me costará habituarme a esto de nuevo. 

No me he quitado el abrigo donde llevo dos armas, busco en los bolsillos hasta encontrar mi celular y miro la hora, es un poco más de mediodía, casi la hora de almuerzo. 

—¿Vamos a almorzar después? —pregunto. 

—Yo ya tengo hambre, te voy a invitar a almorzar a Sele's —responde él. 

Sonrío y él me devuelve el gesto, Sele's es mi restaurante favorito, venden las mejores hamburguesas de toda la ciudad. Salimos y subimos en uno de los autos, tenemos varios, todos muy lujosos y del mismo color: negro. Mi hermano conduce por la ciudad mientras yo miro por la ventana, no sé por qué me siento tan extraña, como si fuera una turista que apenas está conociendo el lugar. Llegamos al restaurante, dejamos el auto y nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Desde donde estoy sentada, miro el televisor donde están pasando las noticias, casi en seguida, sale una imagen de Shawn en la pantalla, acompañada de una descripción: 

«Shawn Mendes fue liberado por sus captores en horas de la mañana.» 

Ver su rostro de nuevo, aunque sea en la pantalla, me hace sonreír. 

—Ahí está tu galán despeinado —comenta mi hermano. 

Yo asiento, comienzan a pasar imágenes de fuera del hotel donde lo dejé anoche, hay muchas personas afuera esperando, gritando su nombre, la periodista dice cosas que no escucho muy bien, pero no me importa, pues sé que está bien, en compañía de su familia y que pronto regresará a su casa y seguramente, me olvidará. La mesera trae nuestras hamburguesas y le dedica una sonrisa pícara a Chad. Comemos en silencio mientras en las noticias siguen hablando de Shawn, creo que después de esto, todo el mundo querrá entrevistarlo. 

Terminamos de comer, pagamos y salimos para el lugar al que debemos ir, es un barrio no muy bonito, uno de los más antiguos de la ciudad, con calles llenas de basura y muchas personas que viven en casas pequeñas y humildes. Nos detenemos frente a una puerta de madera pintada de rojo, las ventanas están cubiertas con bolsas de basura. Bajamos del auto y Chad toca dos veces en la puerta. Poco después, un hombre moreno, no muy alto y delgado, con unas largas rastas, aparece en la puerta y nos mira con el ceño fruncido. 

—Los enviados de Dimitri hunter, ¿no?

Chad asiente, hay algo en ese hombre que me da muy mala espina, así que, con disimulo introduzco mi mano en el abrigo hasta alcanzar el arma. Nos indica que pasemos y lo seguimos adentro, a través de un angosto pasillo con muchas puertas a ambos lados. Abre una casi al final, revelando una sucia habitación, llena de ropa tirada por el suelo, la cama destendida y muchas cajas en todas partes. El hombre busca en la cama, apartando las cobijas y lanzándolas al piso. El olor a una mezcla de muchas drogas con alcohol flota en el aire y me causa un poco de nauseas. Lo observo, pues no me da mucha confianza, finalmente, saca un largo cuchillo y se acerca a mi hermano. 

—No voy a pagar ese dinero —dice. 

Saco de una vez el arma y le apunto. 

—No nos ibas a creer que vinimos desarmados, no somos tan imbéciles —digo— te acercas un centímetro más y yo te caigo a balazos. 

De inmediato, se tensa y aferra el cuchillo con mucha más fuerza, se acerca, pero Chad retrocede y no lo hiere con el cuchillo. Cumplo mi palabra y le disparo en una pierna, una sola vez, pues no pienso matarlo, eso sería ya demasiado, aunque él tenía la clara intención de herir a mi hermano. Cae al suelo y grita de dolor. Mientras tanto, registramos la habitación, dejándola todavía más desordenada, si es que es posible, hasta que encontramos una caja llena de dinero. Chad cuenta la suma que debemos llevarnos, la guardamos en una bolsa que hay en el suelo y nos vamos. 

—Un placer hacer negocios contigo —dice Chad mientras salimos. 

Subimos al auto y arrancamos mientras escuchamos a lo lejos el sonido de la sirena de una ambulancia. Con esto, mi regreso a este complicado mundo, está ya dicho. 

Síndrome de Estocolmo || Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora