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A la mañana siguiente, tan pronto despierto, reviso el celular, pero no encuentro ningún mensaje, pensaba que ya me habrían dicho qué hacer. Shawn sigue profundamente dormido a mi lado, le acaricio la mejilla con el dorso de mi mano intentado no despertarlo y pienso en que este será nuestro último día juntos. Me permito mirarlo, para que esta imagen quede grabada en mi memoria, pues los recuerdos son lo único que me quedará de él una vez se haya ido. Luego, me levanto con cuidado de no hacer ruido, recojo mis cosas y entro en la ducha. Mientras el agua fría cae sobre mi cuerpo, me pregunto qué pensará hacer mi padre, cómo se supone que se lo entreguemos a su familia sin que nos atrapen. Largo rato después, salgo de bañarme y me encuentro con que ya se despertó, está sentado en la cama, con el pantalón y la camiseta que traía el día que llegó aquí, y una toalla lista para bañarse. Al verme se pone de pie y se acerca para abrazarme. 

—¿Tu padre no te ha dicho nada? —pregunta. 

—Aún no —respondo— debe estar ocupado. En el trascurso del día me dirá qué hacer. 

—Parece increíble, pero no quiero irme. 

—Y yo no quiero que te vayas. 

Toda mi vida, había escuchado que las despedidas eran tristes, no lo creía, hasta ahora, sobre todo porque sé que es una despedida definitiva. Se separa de mí, toma sus cosas y entra en el baño. Mientras tanto, me dirijo a la habitación de Chad, organizo en el armario la ropa suya que usó Shawn durante todos estos días, pues tan pronto recibí el mensaje de mi padre, la puse a lavar, para que no noten nada extraño. Luego, salgo y preparo algo de desayuno mientras Shawn sale de bañarse. 

Pasamos el resto del día sin separarnos, caminando juntos por el bosque, y pensando en muchas cosas a la vez. Casi anochece cuando mi celular suena, lo saco del bolsillo de los pantalones y contesto, es mi padre: 

—Hola, hija —dice, aunque no lo esté viendo, sé que está furioso, un escalofrío me recorre todo el cuerpo, ¿ahora qué demonios pasó?

—Hola papá —respondo— ¿está todo bien?

—Préstame mucha atención, esos malditos hijos de puta nos tomaron por imbéciles, solo dieron la mitad del dinero que les habíamos pedido, cuando lo contamos faltaba, los llamamos, pero no responden, así que, no queda más remedio que eliminarlo. Óyeme bien, nadie se burla de mí, yo no estaba jugando, así que, voy a hacerte una pregunta: ¿Te atreves a matarlo?

Sus palabras me hacen sentir una angustia terrible, no puedo creer lo que me está diciendo, debo contestarle con toda honestidad. 

—No, papá, lo siento, pero no, no voy a matarlo yo. 

—Bien, entiendo que esa es una labor difícil. Hoy tengo muchas cosas qué hacer, así que, mañana a primera hora estaré allá con Chad, seré yo quien lo liquide. Adiós, hija. 

—Adiós, papá. 

Cuelga y yo siento un miedo terrible, Shawn está a mi lado y escuchó todo, aferra mi mano con fuerza, lo miro y no sé qué decirle. 

—Creo que no contábamos con eso —dice. 

Yo solo muevo la cabeza negativamente, pongo a mi mente a trabajar a gran velocidad, necesito encontrar una solución, no puedo permitir que mi padre lo mate. Miro el reloj de la pared, ya son las seis y quince de la tarde, tengo que pensar en algo ya, me quedan unas doce horas nada más. Como siempre, mi mente brillante tiene una idea, aunque me voy a jugar todo, es una idea peligrosa, pero si es necesario, me enfrentaré a mi padre y al mundo entero, asumiré las consecuencias de mis actos. 

—Tenemos que irnos —digo. 

—¿Qué? —pregunta él. 

—¿Confías en mí? 

—Por supuesto. 

Me acerco y le doy un beso corto, tenemos poco tiempo, debemos darnos prisa. Lo tomo de la mano y lo llevo a la habitación de mi hermano. 

—Toma una chaqueta, en la ciudad hace frío de noche. Voy a buscar las llaves de la camioneta. 

Él abre el armario y yo corro hacia la habitación de mi padre, abro los cajones de las mesas de noche y los del armario, pero no las encuentro, ¿y si se las llevó? corro a mi habitación y tampoco las encuentro allí, pero aprovecho para cargar el arma y llevar otra también cargada, pues nunca se sabe qué pueda suceder. Me pongo un abrigo y las oculto debajo, luego salgo y busco en la habitación de Chad, allí están, en el primer cajón de la mesa de noche. Shawn se puso una chaqueta negra que le queda muy bien, tomo mi celular y  corremos hacia donde está la camioneta, no sin antes dejar las puertas cerradas con llave. Subo y Shawn hace lo mismo, nos ponemos los cinturones y arranco. 

—¿Son muchas horas de camino? —pregunta mientras se acomoda en la silla. 

—Unas tres horas, antes de las diez estaremos allá —respondo. 

Voy a bastante velocidad, espero que nos demoremos lo menos posible, pues debo regresar antes de que llegue mi padre. Enciendo la radio, ya que no me gusta conducir de noche, y Shawn se durmió. Mientras escucho la música, pienso en todo lo que ha ocurrido en las últimas semanas desde que lo conocí y en lo mucho que él ha logrado cambiar mi vida. La carretera está casi vacía, al llegar a la ciudad, compruebo que son solo las ocho y treinta. Trato de recordar el camino hacia el hotel donde se hospedaba Shawn cuando nos lo llevamos, evito tomar vías principales, pues puede ser peligroso y tardaríamos más. Diez minutos antes de las diez, estoy a solo dos calles. Estaciono y sacudo ligeramente a Shawn para que despierte. 

—Shawn —le digo, y él abre sus ojos despacio— ya llegamos. 

Me mira con pesar, el momento más difícil de toda mi vida ha llegado. Se quita el cinturón y yo hago lo mismo, luego, se acerca y me abraza con mucha fuerza. Estoy al borde de las lágrimas, pero este no es el momento de llorar. Ahora más que nunca debo ser fuerte, lo que me espera mañana con mi padre será muy duro. 

—Cuídate mucho —dice aún abrazándome— gracias por salvarme la vida y por lo buena que has sido conmigo durante este tiempo. 

—Perdóname por haberte puesto en peligro de esta manera —digo.

—Antes no había pensado en lo mucho que odio las despedidas. 

—Tampoco yo, pero no hay nada que se pueda hacer para evitarlas y más en este caso. 

—Adiós, Esther, espero que no sea para siempre. 

—Adiós, Shawn. 

Seguimos abrazados por un rato más, luego, nos damos un largo beso, sin querer separarnos, pero sabiendo que es lo mejor. Me regala una última sonrisa, abre la puerta y antes de bajar, me mira por última vez. Mientras lo observo alejarse por la acera, soy consciente de lo mucho que he llegado a sentir por él y ya no reprimo mis lágrimas, me permito llorar por todas esas veces que no lo hice. Lloro hasta que veo que es tarde, debo regresar a la cabaña, calculo que estaré allí un poco antes de las dos de la madrugada. 


Síndrome de Estocolmo || Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora