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A la mañana siguiente es temprano cuando escucho la voz de mi padre, creo que planea regresar a la ciudad. Shawn está junto a mí en la cama y se despierta al escucharlo. Poco después, escucho dos golpes en la puerta.

—Esther —llama mi padre— ¿puedo pasar?

Miro a Shawn, en seguida se deja caer de la cama y se esconde debajo, justo antes de que mi padre abra la puerta y se acerque a mí.

—Buenos días, papá —saludo mientras me pongo en pie.

—Tu hermano y yo nos iremos después del desayuno —me informa.

—Está bien.

—Ayúdale a prepararlo.

Asiento y salgo de la habitación tras él, cierro la puerta y espero que Shawn no se mueva de donde está y que mi padre no diga que va a entrar a verlo. Voy hacia la cocina donde mi hermano está buscando pan en la alacena.

—Buenos días, Chad —saludo.

—Buenos días, Esther —dice él.

Mi padre se dedica a hablar por teléfono mientras nos ocupamos del desayuno, parece estar de muy buen humor y eso me alivia. Cuando terminamos, servimos y nos sentamos a comer todos juntos.

—Pronto podrás regresar a casa —dice mi padre— nos haces mucha falta.

Yo solo le sonrío, no me entusiasma mucho la idea de regresar, pero no puedo hacer nada para evitarlo. Cuando terminamos de comer, me dirijo a mi habitación mientras Chad lava los platos y mi padre habla por teléfono, como casi siempre. Entro y cierro la puerta tras de mí, parece que Shawn sigue bajo la cama, voy a mirar, pero no lo encuentro, abro mi armario y tampoco lo encuentro ahí, ¿para dónde se fue? Abro la puerta del baño y lo veo allí.

—Me asustaste —le digo.

—No me digas que pensaste que me había escapado —dice en tono jocoso.

—Pues no te encontraba.

—¿Ya se fueron?

—Aún no, pero voy a bañarme, sal de aquí y escóndete en la habitación.

Salgo antes que él y me aseguro de que nadie haya entrado. Busco en el armario algo qué ponerme y tomo una toalla. Shawn se esconde allí y yo entro al baño. Me doy una ducha rápida, me visto y me peino con una trenza. Salgo de la habitación y me encuentro a mi padre y Chad ya listos para irse. Los acompaño al auto y ambos me abrazan.

—Nos veremos pronto —dice mi padre.

Asiento, Chad me da un beso en la mejilla y sube al auto, mi padre hace lo mismo, arrancan, no sin antes decirme adiós con la mano y los observo irse. Cuando desaparecen de mi vista, regreso corriendo adentro y entro a mi habitación. Abro la puerta del armario y me encuentro a Shawn ahí.

—Ya se fueron —digo.

—Qué bueno, pensé que me ibas a dejar aquí todo el día —dice mientras da un paso afuera.

—Tuvimos suerte porque tocó antes de entrar aquí, a veces no lo hace, hubiera podido encontrarte en mi cama.

—De ser así, ahora seria hombre muerto.

—Creo que los dos seríamos cadáveres.

Ambos sonreímos, lo tomo de la mano y salimos hacia la cocina.

—Dejé un poco de chocolate del desayuno para ti.

Le sirvo una taza de chocolate y le alcanzo la bolsa con el pan, se dedica a comer despacio mientras lo observo.

—Tengo ganas de escribir una canción —dice al terminar.

—Voy a conseguirte papel y lápiz, vamos —le digo.

Deja la taza en el lavaplatos y vamos a mi habitación, me parecía que tenía una libreta, pero no la encuentro. Entro a la habitación de mi padre, no había estado ahí en todos estos días, busco en las mesas de noche y encuentro un cuaderno con un lápiz. Se lo tiendo a Shawn y él lo recibe.

Salimos y nos sentamos en el comedor, busco la baraja de cartas y mientras él escribe, me dispongo a hacer un castillo de naipes, como cuando era niña y soñaba con algún día diseñar grandes edificios. Shawn abre el cuaderno y encuentra una foto en él, la mira con detenimiento y me pregunta:

—¿Quién es ella?

Levanta la fotografía y me la muestra, es una foto de mi madre, igual a una que yo tengo en mi billetera.

—Es mi madre —respondo.

—Es una mujer muy hermosa —dice.

Es verdad, aunque no la recuerde, en fotos se ve como una mujer hermosa, mi padre jamás habla de ella, como si estuviera muerta.

—Es igual a una foto de ella que mi padre me dio cuando era niña y le pregunté cómo era. Me la entregó y me dijo que no preguntara por ella más, pues se había ido y no regresaría nunca—digo, perdida en los recuerdos de esa infancia que siento tan lejana.

—Siento mucho lo que pasó con ella —dice mientras estira su mano para tomar la mía.

—Nunca la he juzgado por irse, entiendo que no pudiera soportar esta vida así, ni saber que sus hijos seguirían este camino. Tuvo razón en dejarnos.

—Podría haberlos llevado con ella.

—No sé qué hubiera pasado si nos hubiera llevado con ella. He imaginado mil veces cómo sería llevar una vida normal, como la de todo el mundo.

—Me gustaría poder ayudarte a salir de esto.

—Es imposible, Shawn, una vez te dejemos libre, regresarás a tu vida normal y no me recordarás en un par de meses.

—No eres tan fácil de olvidar, y yo siempre recuerdo a quienes han sido buenos conmigo.

Sus palabras me hacen sonreír, me pregunto cómo puede ser tan buena persona. Aunque después no vuelva a verlo, espero de todo corazón que le vaya bien en la vida, lo merece. Deja la foto sobre la mesa y toma el lápiz para comenzar a escribir con una letra cursiva y pequeña en una página en blanco.

Me dispongo a poner los naipes para hacer un castillo, recordando las muchas veces que lo he hecho anteriormente. Tanto Shawn como yo estamos concentrados y perdidos en nuestros propios pensamientos.

Varias horas después, pongo la última carta y él pone el punto final. Deja el lápiz sobre la hoja y sonríe al ver mi castillo.

—Cada vez que cante esta canción, te recordaré —dice.

—Cada vez que haga un castillo de naipes, me acordaré de ti —respondo.



Síndrome de Estocolmo || Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora