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Ha pasado ya una semana desde que se me ocurrió la brillante idea de secuestrar a Shawn Mendes, y cada vez me siento más culpable por haberlo hecho. Al pasar todo el día juntos y hablar de tantas cosas, me doy cuenta de que no merecía en lo más mínimo lo que le hice. Si supiera que todo esto lo ideé y planeé yo, me odiaría de por vida. Ni mi padre ni mi hermano me han llamado desde el primer día, me pregunto qué estará pasando con ellos. Es aún temprano cuando me dirijo a la habitación donde duerme Shawn, lo encuentro mirando en el armario, que está lleno de ropa de Chad. 

—¿Puedo preguntar de quién es toda esta ropa? —dice señalando con su dedo índice el armario. 

—De mi hermano —respondo caminando hacia su lado. 

—No me habías dicho que tienes un hermano.

La verdad es que he evitado mencionar a mi familia, no puedo exponerlos de tal manera, pues sé que, cuando salga de aquí, va a revelarle a todo el mundo quienes somos, prefiero que no tenga mucha información que revelar. 

—Lo tengo, es cuatro años mayor que yo —digo sin querer entrar mucho en detalles. 

—¿Y cuántos años tienes tú?

—Veinte. 

Al escuchar mi respuesta, me mira sorprendido, todo el mundo me ha dicho siempre que me veo mayor, aunque yo nunca he creído que sea así. Tengo toda una vida por delante y ya sé cómo va a terminar, muy mal, seguramente. 

—Vamos a desayunar —le digo. 

Salimos juntos y vamos hacia la cocina. Preparo café porque es una mañana fría y mientras está, busco en la alacena una bolsa de tostadas. Sentir la mirada de Shawn sobre mí, me pone algo nerviosa, pero trato de que no se note. Desayunamos en silencio y lo observo, parece perdido en sus pensamientos, me hace pensar en lo mucho que debe extrañar su casa, su familia, sus fans, su música. Espero que mi padre y mi hermano se comuniquen pronto y que ya hayan podido arreglar con la familia el pago, aunque muy en el fondo de mí, no quiero que se vaya porque sé que no lo volveré a ver, pero las cosas no pueden ser de otra manera y odio la idea de estar acostumbrándome a su presencia. 

—¿Crees que sea malo que caminemos un poco por los alrededores? —pregunta mientras levanta la mirada hacia mí. 

—No creo, aunque no podemos alejarnos mucho —respondo, temo que en cualquier momento, mi padre y mi hermano lleguen y se den cuenta de que no parece que Shawn estuviera secuestrado sino en unas vacaciones, pues ni siquiera está atado, además, lo he dejado dormir en la cama de Chad, eso podría causarme serios problemas.  

Terminamos de desayunar, él se levanta y recoge las tazas para lavarlas. Estoy segura de que jamás se imaginó estar lavando los platos en una cabaña en medio de la nada, con una completa desconocida. 

Abro la puerta y espero a que salga. Se queda de pie observando sorprendido el espeso bosque a nuestro alrededor. Escucho el sonido del canto de los pájaros, me acerco y pongo mi mano sobre su hombro. 

—Vamos —le digo. 

Caminamos juntos entre los árboles, observando el paisaje en silencio, extasiados con tanta belleza natural. Esto me hace pensar en que quisiera poder quedarme aquí por el resto de mi vida, no tener que regresar a la ciudad y encargarme de los negocios de mi padre. Lo que estoy viviendo ahora, es un paréntesis, como unas vacaciones que acabarán más pronto de lo que deseo. 

Un largo rato más tarde, regresamos a la cabaña, cuando estoy abriendo la puerta, suena mi celular en el bolsillo. Lo saco y contesto, aunque no es su número, sé que es mi padre. 

—Hijita querida —saluda— ¿Cómo va todo?

—Papá —respondo— perfectamente, no tienes que preocuparte por nada. 

—Escucha, hija, sucede que la familia del cantante no cree que nosotros lo tenemos, pues varios han aprovechado y han llamado diciendo que lo tienen, así que, necesito que le des una muy buena paliza, golpéalo lo más que puedas, y tómale fotos. Envíame las fotos, con eso demostraremos que nosotros lo tenemos, y también sabrán que si no pagan rápido, se lo devolveremos muerto. 

—Como ordenes, papá. 

—Siempre puedo confiar en ti y eso me alegra mucho. Cuídate, te quiero. 

—Yo también a ti. 

Cuelga y me quedo como si me hubiera convertido en piedra, con el teléfono en la mano y preguntándome cómo demonios voy a darle una paliza a Shawn. Me siento realmente incapaz de hacerle eso, pero no tengo elección, si no envío las fotos, mi padre sabrá que algo está pasando y vendrá, y si viene, me veré en serios problemas. 

—¿Qué ocurre? —pregunta Shawn sacándome de mis cavilaciones. 

—Tengo un problema —respondo. 

Intento que se me ocurra otra de mis ideas brillantes, pero tengo la mente en blanco, me niego a golpearlo. Entramos en la casa y me quedo de pie en la sala, tratando de encontrar una solución, hasta que por fin, tengo una idea. Me acerco a él y tomo su mano, entrelaza sus dedos con los míos y no puedo ser indiferente a la reacción que me causa. 

—Ven conmigo —le digo. 

Lo conduzco a mi habitación, se sienta sobre la cama y yo busco en todos los cajones del armario hasta que encuentro una bolsa llena de maquillaje. Abro la paleta de las sombras y busco una brocha. 

—¿Puedo saber qué ocurre? —pregunta Shawn. 

—Me ordenaron que te dé una paliza, pero no voy a hacer eso, así que, voy a simular que obedecí, y que casi te mato a golpes, aunque no sea cierto, nadie lo va a saber. 

Él sonríe y se aparta el cabello que cae sobre su frente. 

—Bien, acábame ahora —dice y levanta su bello rostro hacia mí. 

Me dedico a simular los moretones con las sombras, me sale mejor de lo que esperaba, pinto alrededor de su ojo derecho, otro en la mejilla y en la mandíbula. Él no se mueve ni me dice nada, pero me mira con atención. Cuando termino, me quedo observándolo, en verdad parece que lo golpeé, pero necesito ver cómo simulo que lo hice sangrar. Lo tomo de nuevo de la mano y corro con él hacia la cocina, en la nevera hay un tarro de salsa de tomate. Saco un poco con el dedo índice y lo esparzo sobre el labio y parte de la quijada, luego, le pongo otro poco en la frente, él pasa su lengua por el labio inferior y se ríe. 

—¿Eso es salsa de tomate? —pregunta. 

—Sí, pero ellos creerán que es sangre, así que, no te la comas —respondo. 

—No, la verdad es que odio los tomates. 

—A mí tampoco me gustan, pero mi hermano le pone salsa de tomate incluso a la sopa, es horrible. 

Nos reímos juntos y él hace una mueca de desagrado, parecida a la que yo hago cuando veo a Chad ponerle salsa de esa a toda la comida. Me lavo las manos y nos dirigimos a la habitación en la que se supone que Shawn debería estar atado. 

—Siéntate ahí —le digo señalando la silla— voy a atarte y tomarte las fotos, cierra el ojo para que se vea como que te golpeé súper fuertemente. 

Él asiente y me regala una de sus sonrisas relucientes, no puedo evitar sonreírle de vuelta. Busco una cuerda y lo ato lo mejor que puedo, luego, me pongo a cierta distancia y le tomo varias fotos con el celular. De inmediato se las envío a mi padre, espero que me crea. Lo desato y salimos de allí, nos dirigimos a la habitación de mi hermano, entra en el baño y se lava la cara mientras yo lo observo desde la puerta, pensando en cómo alguien puede verse tan atractivo mientras hace cosas tan sencillas como lavarse la cara.

Síndrome de Estocolmo || Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora