Capítulo 2: Manada de hierro y fuego

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Calor, tibio y sofocante calor es lo único que mis sentidos adormilados perciben mientras mis parpados luchan por abrirse

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Calor, tibio y sofocante calor es lo único que mis sentidos adormilados perciben mientras mis parpados luchan por abrirse. La tranquilidad me embriaga mientras me remuevo con perezosa lentitud sobre algo cómodo, algo que me incita a volver a caer en las manos del inconsciente sueño pero, unos ojos dorados surcan mi mente mientras la palabra "mía" resuena con molesta autoridad en mi mente, así que de inmediato abro los ojos encontrando una llamarada ante mí, una gran chimenea calienta de más la habitación mientras su fuego parece estar fuera de control amenazando con desbocarse y reducir todo a puras e insípidas cenizas. Mis ojos cafés divagan por todo el lugar en el que me encuentro mientras siento el miedo nacer en la boca de mi estómago y fundirse con rapidez por todos mis nervios. Me levanto de la cómoda y pequeña cama con tanto espanto que caigo tras dar unos cuantos pasos erráticos. Con pánico veo como la habitación construida con pulida piedra reluce en colores amarillentos gracias al fuego mientras que las pequeñas y enrejadas ventanas estas cerradas haciendo que esta habitación sea algo parecido a un caldero para mí. El sudor me recorre entera y es cuando decido ver mi cuerpo, quien luce enfundado en capas de piles de animales que me hacen lucir rustica mientras todo mi cuerpo hierve de calor.

— ¿Qué es esto, Dios mío? — murmuro mientras que con el miedo ferviente empiezo a despojarme de las capas de piel que recubren hasta quedar en un ligero vestido que se parece a un enorme camisón de siglos pasados. — ¿Acaso no he merecido recorrer las sendas del paraíso y he caído en picada al mismísimo infierno?

El miedo me supera, mi corazón palpita demasiado rápido haciendo de mi respiración un caos. El raro camisón se me pega a todo el cuerpo mientras el sudor me sigue lavando recordándome que el calor pronto me va a deshidratar si sigo sudando a este ritmo sin haber bebido siquiera una gota de agua. Tirada en el piso, lloro recordando los últimos minutos que tuve de vida, recordando la muerte de mis seres queridos, recordando mi propia muerte por culpa de la bestia de los ojos dorados. Lloro porque parece que mi servicio a mi Dios no fue suficiente y ahora me enfrento a las calientes celdas del infierno. Siento mi pobre corazón arrugarse dentro de mí de pena, de dolor, de vergüenza y desesperanza, ahora mi destino es incierto y la soledad mi nueva compañía.

Dos golpes fuertes sobre la madera tallada que hace de puerta me hacen detener mi llanto. ¿Cómo es que no me he dado cuenta de la puerta? Me recrimino sintiéndome de repente tonta al sucumbir ante el miedo y no pensar con claridad, si esto fuese el infierno los gritos desgarradores serían el canto más común que debería escuchar, además, no creo que en el infierno existan camas cómodas y pieles de animales para calentar simples cuerpos mortales.

Pero caer en cuenta de eso es peor. ¿Dónde estoy? ¿Por qué me siento apresada? ¿Acaso no he muerto? El terror me invade y cuando la puerta se abre pierdo los estribos y empujo al que sea que haya entrado y corro tratando de salir, pero una suave mano me detiene haciéndome ver a una señora de edad que luce un rustico vestido de color verde, que resalta su mirada azul brillante y su corto cabello color azabache.

La venganza de la luna (En corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora