Cada paso que doy aviva más mi furia como un flama que quiere quemarlo todo, hasta que las cenizas sean lo único que quede a su alrededor. No puedo evitarlo, y tampoco es que lo quiera, simplemente me mantengo en la línea, donde mis más oscuros instintos piden y rugan por tomar el control y poder acabar con todo ser viviente que respira. Donde mi razón se enfrenta, en medio de una línea apenas perceptible, contra la profunda irracionalidad de mis más profundas heridas y martirios.
Todo vibra. Todo hierve. Todo parce ser sido teñido por un tono oscuro como la sangre mientras en mi hay una creciente necesidad hambrienta y ansiosa que busca dominarme, que busca destruir a ese ser estúpido y egocéntrico que no hace más que proclame su luna, como si alguna vez ese puesto hubiera sido mío. Cómo si hoy, después de todo, me sonara a un honor y halago, en vez de sonarme como un insipiente y burlesco insulto.
Lo siento. Hay en mi algo más que un huracán o un tornado. Algo más que un simple deseo destructivo. Hay un dolor latente. Un odio importable. Un sentido de justicia irracional. Hay en mí, un sin fin de peso y emociones, que hasta las misma palabras se quiebran antes de representar mí realidad.
Quizás y solo quizás, los demás puedan ver dentro de mí y entender todo este vendaval, cundo al fin logre hacerlo sufrir lo suficiente provocando que su sangre me bañe, que sus gritos me hagan vibrar y sus palabras se claven en el aire como un estandarte de venganza, como la evidencia del ajusticiamiento inevitable de las cuentas pendientes entre nosotros.
Incluso si hago eso, no sería suficiente. No hay forma de volver a ser lo que era, o más bien, quien era antes de que su presencia arrollara a la mía de la forma más salvaje. Ni siquiera sería suficiente para hacerme sentir mejor ahora, en mi presente, en mi turbia realidad. Nada en él, ni siquiera su dolor y sufrimiento, son capaces de servirme de alguna u otra forma. Esa es la verdad. Aunque no significa que no pueda saborear el sabor dulce de una venganza más que merecida.
El lobo me conduce por folclóricas calles repletas de habitantes que quitan sus sonrisas cuando me ven. Los niños corren al resguardo de sus padres y los guerreros me siguen con la mirada. Todos ellos, quizás y se mantengan en mis recuerdos, esos que bloquee incluso antes de que el infierno de Amos me consumiera por completo, pero que aún sirven como un murmullo que no me deja olvidar. Esos ojos temerosos hoy, aquella vez estaban eufóricos y llenos de alegría mientras yo sufría, mientras yo rogaba; y luego, lo último que vi de ellos fue su cruel indiferencia mientras su alfa mandaba a desechar la basura que le decepcionó, que no hizo más que estorbarle después de todo.
— Es acá, alfa. — me observa señalándome el castillo.
Después de mucho vuelvo a estar aquí, en este maldito castillo donde un día desperté. Donde un día tuve que estrellarme contra esta horrible realidad que se burló de mí. Que me destruyó.
Mentiría si dijera que me acuerdo de su forma, de sus pasillos y de su aura, pero no. Sé que es el mismo castillo porque lo siento. Dentro de mi hay reconocimiento, más nada. Mis días aquí son cosas que no me permito recordar, aunque de vez en cuando esos recuerdos me hablan, me dicen y me cuenta que, alguna vez, una chica que era feliz en su mundo, fue traída aquí a la fuerza. Me dicen que aquí, en medio de este maldito castillo fui presa del temor y la desesperación, mientras aún vivía en mí una inocencia humana que nadie jamás volverá a ver, porque esa ya no vive en mí.
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La venganza de la luna (En corrección)
Hombres LoboLa venganza de la luna habla de la vida de Calipso, nuestra protagonista, quien siendo monja de un convento de su localidad es arrebatada de la dimensión mundana y llevada a la dimensión sobrenatural conocida como Dexari, donde un nuevo mundo carga...