Capítulo 8: Crueldad.

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Quisiera sentir la paz de la muerte

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Quisiera sentir la paz de la muerte. Realmente desearía tener en este momento en mi interior incrustado un sentimiento confuso y vacío, anhelante y desesperado, pero no es así, pues en medio de un despertar sombrío siento una intranquilidad que delata la pelea que hay en mi interior Abro mis ojos despejando la bruma que me mantenía en la inconciencia y sé que todo va para peor, no puede ser de otra manera. No puedo pintarme un paisaje más esperanzador cuando en medio de una gran penumbra que apenas y es combatida por el fuego de una débil antorcha, puedo vislumbrar lo que es indudablemente el lugar más aterrador que he pisado. Estoy en una celda, y apenas mi mártir conciencia es capaz de aceptar esta verdad, haciéndome presar nuevamente del miedo y del terror.

Cadenas gruesas y llenas de sustancias en las que no quiero pensar cuelgan de las tres paredes mal hechas y rugosas, frente a mi unos barrotes gruesos y llenos de un oxido penetrante hablan de los muchos años que han brindado servicios como carceleros. Desorientada me levanto mientras mi lado racional busca algún indicio que me indique que estoy muerta, que es imposible que yo siga siendo parte de este mundo tan monstruoso. Pero la realidad vuelve a abofetearme de con todas sus fuerzas, pues con burla me hace ver que realmente aun no estoy muerta, y mucho menos lejos de este infierno. Que ilusa fui al pensar que me dejarían ir, que alguien reclamaría mi alma, que alguien, aunque sea a la muerte, le importo.

Desorientada me levanto sintiendo la debilidad que me caracteriza fluyendo por cada ápice de mi cuerpo, pero lo único que consigo es que mi razón tome más conciencia y termine de nuevo en el suelo con lágrimas en los ojos y un temblor arrollador recorriéndome todo el cuerpo. La angustia, la ansiedad y el pánico vuelven a mí lentamente infestando cada punto nervioso y racional de mí ser. Nuevamente estoy a la deriva, atrapada, adolorida y encadenada, lo único que cambio fue la celda en la que me tenían retenida.

Esto es terrible. Es espantoso. Dios mío, ¿en que he fallado? ¿Qué he hecho para merecer este castigo? Durante toda mi vida fui una joven consagrada a mi servicio a Dios y a la comunidad, he cometido errores como todo ser humano, pero no estoy segura de que sean lo suficientemente aberrantes como para terminar en un infierno como este. Definitivamente, Dios me ha fallado. No hay más que pensar. Mi corazón se rompe al pensar en eso, en la cruel mentira de un Dios que no tiene nada de bondadoso, que deja que sus más fieles hijos sufran mil y una pena sin siquiera brindarle, aunque sea una luz de piedad.

Siento un movimiento a mi izquierda y con el corazón en la mano volteo a ver aquel lugar llevándome la sorpresa de encontrar a una mujer entre las penumbras. Aquella extraña estaba sujeta por cadenas que se anclaban en sus muñecas, tobillos y cuello de forma dolorosa. Pareciera que llevan siglos allí, porque realmente no se alcanza a notar con exactitud donde empiezan las cadenas y donde empieza la carne. Su delgado y mugriento cuerpo está casi completamente desnudo, pues la bata que lleva puesta esta rasgada y mancha de grande más oscuras con tonalidades rojizas.

La venganza de la luna (En corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora