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21/10/2020 — Hoyo

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21/10/2020 — Hoyo.


El sonido de las ráfagas de viento que creaba con su gran abanico interrumpía la tranquilidad del bosque. Todos los animales que lo habitaban salieron despavoridos en busca de refugio: no le temían a ella, pero no tenían intención de intervenir en sus planes. Su estrategia era impecable, más poder llevarla a cabo era un caso aparte.

De nuevo el silencio reinó, hasta que la estridente voz de su contrincante la sacó de sus pensamientos. Esa actitud prepotente y altanera hubiera sacado de quicio a cualquiera; a ella no puesto que ya no podía sentir ese tipo de emociones. Mejor dicho, ya no podía sentir nada de nada, solo una sed incontrolable de venganza.

Repasó los movimientos que debía de seguir: ya lo había llevado al bosque donde la trampa estaba colocada; se había mantenido alejada de su guadaña atacándolo con su jutsu de viento; su abanico le había brindado la protección que necesitaba, si ese tipo conseguía una gota de su sangre entonces estaría acabada. Ella no podía morir, no sin antes darle fin a ese criminal. Era más sencillo decirlo que hacerlo, se estaba enfrentando a un ser inmortal después de todo.

Le arrojó un ataque con su arma, la cual pudo esquivar con parcial sencillez. Saltó hacia atrás y él la siguió; ya casi lo tenía donde quería. Cuando la volvió a atacar fingió haber sido alcanzada, lanzándose al suelo, simulando estar herida. Hidan aprovechó para acercarse a ella, pisando en el lugar exacto. Aún recostada sobre la tierra, Temari movió unas cuerdas de alambre que habían sido colocadas previamente, envolviendo al cuerpo del contrario por completo, cubriéndolo con papeles bomba (los cuales estaban unidos al metal). Ante los ojos incrédulos de su adversario, se puso de pie y dio un golpe en una piedra con la punta de su abanico, haciendo que se abriera un enorme hoyo.

─Así que me engañaste ─dijo más para él mismo, mirándola con odio desmedido. Varios ciervos se asomaron de entre los árboles, unos pocos incluso se animaron a acercarse a la kunoichi─. ¿Ciervos?

─Estamos en el bosque del Clan Nara, ellos son los guardianes del mismo. Como solo los miembros del clan pueden estar aquí, van a ser los encargados de vigilarte durante toda la eternidad ─respondió con simpleza, acariciando el hocico del animal más próximo a ella.

─Eso no explica porqué puedes estar aquí sin pertenecer a ese clan ─No era un detalle menor, la rubia ni siquiera pertenecía a Konoha, no había un motivo lógico que indicara cómo podía moverse con tanta libertad.

─Supongo que decidieron hacer una excepción conmigo, eso realmente no importa ─no iba a perder el tiempo dándole tantas explicaciones, no se las merecía en lo absoluto. Sacó de su bolsillo un encendedor, aquel que había sido de Asuma Sarutobi; el mismo que había heredado Shikamaru durante un corto lapso de tiempo; el que iba a utilizar para acabar con el Akatsuki que asesinó a ambos.

─Debo felicitarte, princesa de Suna, no me vi venir ninguno de tus movimientos ─espetó con sorna, habiendo aceptado ya que su destino era inminente. Ese comentario hizo que se detuviera en seco, no iba a tomar el crédito de un plan que no había sido suyo.

─No fui yo, el plan era de Shikamaru, yo solo lo modifiqué para adaptarlo a mi estilo de combate ─sonrió con melancolía al mencionar su nombre; él le había redactado en una carta cada uno de los pasos que iba a utilizar en su pelea contra Hidan. Empero, conociendo de antemano las altas posibilidades de no volver con vida de esa misión, también aprovecho para confesarle sus sentimientos, aquellos que la rubia correspondía, pero que nunca iba a poder decírselo. Era justamente por eso que había decidido tomar su venganza y hacerla propia, él había partido de este mundo con la tranquilidad de haberse declarado; ella jamás podría decirle que sentía lo mismo.

Decidió que ya era tiempo de acabar de una vez por todas, no quería perder más el tiempo. Activó el fuego del encendedor y lo arrojó hacia él, activando los papeles bomba y haciéndolo caer en el sepulcro improvisado que el azabache había preparado antes de fallecer. Tenía cierto encanto irónico para ella, puesto que, desde la muerte del Nara, había caído en un hoyo profundo, del cual no iba a poder salir jamás.

Utilizó más papeles bomba para hacer que un sinfín de rocas cayeran sobre el cuerpo mutilado (pero aún con vida) de Hidan, evitando que pudiera moverse de allí, acabando con él. Recogió el encendedor, no iba a quedárselo, no creía que le correspondiera, planeaba dárselo a Yoshino o Kurenai.

Mientras comenzaba a alejarse del bosque, un viento suave le rozó la mejilla. No supo en qué momento una única lágrima salió de su ojo izquierdo, la cual fue limpiada en un santiamén. Iba a seguir con su marcha, pero algo se lo impidió; pudo escuchar un susurro en el silbido del viento, un susurro que solo podía corresponderle a Shikamaru: “Consérvalo,  te paso en él mi voluntad de fuego”.

Cerró los ojos, asintió con la cabeza y guardó el artefacto de nuevo en su bolsillo. Iba a atesorarlo hasta el fin de sus días, ese era el deseo del hombre que más amó en su vida, y no podía fallarle. La voluntad de fuego de Shikamaru latió en el corazón de Temari hasta el momento en el que dio su última exhalación.

Writetober ─ ShikatemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora