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16/10/2020 — Acupuntura

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16/10/2020 — Acupuntura.

El pánico me había paralizado, no era capaz de calmar mi nerviosismo, y tenía la voz entrecortada. Podía oír sus insistentes golpes del otro lado de la puerta, la cual cubría con mi espalda bajo el único propósito de impedirle el paso. No tenía escapatoria, no había forma de que pudiera escabullirme por la diminuta ventana que tenía frente a mí; mas temprano que tarde, sería atrapada por mi persecutor.

─Temari, abre la puerta ─la voz autoritaria de mi marido se escuchó detrás de la misma, pero no podía hacerle caso, era consciente del destino que me esperaba.

─No, ya sé que es lo que vas a hacerme… Me dolerá ─le contesté sin perder el agarre de la puerta, sabía que a la mínima distracción lo tendría dentro del baño conmigo. 

─Pero fue idea tuya, no seas problemática y sal de ahí ─¿Acaso tenía el tupé de decirme que esto era mi culpa? Quizás la idea fue mía, pero eso había sido antes de caer en cuenta de lo que mi decisión implicaba. Al ver que no obtuvo respuesta de mi parte, siguió insistiendo.

─Si no quieres no tienes que hacerlo, no voy a obligarte… Pero por favor, sal del maldito baño ─No podía creer lo que escuchaba, ¿ahora me estaba llamando cobarde? No señor, Sabaku No Temari podrá ser muchas cosas, pero no una temerosa. De inmediato, como si estuviera poseída por algún demonio, abrí la puerta y me enfrenté a él. No se mostraba sorprendido en lo más mínimo.

─Bien, terminemos con esto de una buena vez ─caminé en dirección a la cama matrimonial que ahora compartíamos, y me senté sobre el colchón, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

─Eres la mujer más impredecible del mundo, pero atacar tu orgullo es algo que nunca falla ─me dijo Shikamaru en tono burlón, acercándose para colocar hielo en los lóbulos de mis orejas. Así que había sido parte de su plan después de todo.

─Cuidado, shinobi, no querría tener que usar mi abanico contra tu bello rostro ─gruñí como respuesta, el frío en mis oídos era una de las sensaciones más desagradables a las que me había tenido que enfrentar.

─No sería la primera vez… ─respondió con una pequeña risa, si no hubiese estado tan aterrada como lo estaba seguramente una fina sonrisa se hubiera estampado en mis labios─. Quién lo diría, la kunoichi más cruel le tiene miedo a una pequeña aguja.

Por supuesto que no, eso era algo que no podía permitir, el bebé llorón que tengo por marido no podía estar burlándose de mí de tal forma. Mordí el interior de mi mejilla en disconformidad─. No es miedo, más bien tuve una mala experiencia. Una vez Kankuro me insistió en que lo acompañase a una sesión de acupuntura, y las condenadas agujas no me aliviaron en lo absoluto.

─¿Acupuntura?  Esto no se parece en nada a ello. Solo voy a hacerte una perforación en las orejas ─apenas podía contener la risa, pero yo le estaba hablando completamente en serio. Me habían dicho que esa experiencia debía de ser placentera, y yo no había logrado aguantar ni los primeros diez minutos.

─Las agujas son elementos de temer ─espeté mordazmente, pude ver que reiteraba los hielos, haciendo que mi nerviosismo aumentara. No podía retrasar lo inevitable.

─Yo me las perforé cuando era un niño, deja de quejarte ─era cierto, desde que tenía uso de razón él había utilizado aretes. Esa comparación me hizo sentir patética, aunque sabía que él no iba a juzgarme. Acercó la perforadora que le había prestado Ino, y la posicionó en su lugar─. Quédate quieta, sino podría quedar mal.

Obedecí porque me horrorizaba la idea de terminar con un agujero en cualquier otra parte del cuerpo que no sea la indicada. Cerré los ojos con violencia, esperando lo peor, pero apenas si pude sentir algo antes de que retirara el artefacto. Me sonrió de frente y no pude hacer más que observarlo con extrañeza.

─¿Ves que no es nada? ─Fue en ese momento cuando caí en cuenta, había estado quejándome por algo que apenas sentí. Sin chistar dejé que hiciera lo mismo en mi otro oído, para luego ponerme los aretes que él mismo me había regalado esa tarde.

─Eres realmente bueno con eso ─dije mientras me admiraba en el espejo, los aretes eran sencillos, pero perfectos, no quería usar algo que llamase la atención.

─Bueno, es una tradición familiar ─me susurró, acercándose por detrás y dejando un suave beso en mi frente─. Entonces, ¿fue mejor que la acupuntura?

─Cállate ─le di un pequeño golpe en el hombro, el cual no tenía la intención de lastimarlo. Ambos reímos un poco al tiempo en el que seguía perdida en el reflejo que me devolvía el espejo. El hecho de tener las orejas horadadas iba más allá de la estética, era una cuestión de pertenecer al clan de mi marido, de ser parte de lo mismo. Ese sentimiento de formar parte de lo mismo era, definitivamente, mucho más relajante que la acupuntura.

Writetober ─ ShikatemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora