Capítulo Dos: Esa No Es Su Sangre

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Davy saltó a un callejón justo detrás de la calle Diecinueve Noroeste, justo al este

de la Universidad George Washington. Hacía fresco y la acera estaba mojada por la lluvia reciente, pero no hacía tanto frío como en Nueva York y por una vez, el

callejón no olía a orina. El agua goteaba por las escaleras de incendio y los cables

de teléfono y él escondió el cuello en su chaqueta a la vez que se volvió hacia la

calle iluminada.

Poco antes de llegar a la acera, donde el callejón se ampliaba detrás de una tienda,un refrigerador de cartón estaba apoyado contra la pared, impermeabilizado por

una capa de bolsas de basura de plástico. La manta harapienta que servía de puerta estaba entreabierta y Davy vio dos pares de ojos que brillaban con la luz de la farola de mercurio. Ojos de niños.

Se paró. ¿Me vieron llegar? Las pequeñas caras regresaron a la sombra y

desaparecieron.

Suspirando, Davy se agachó sin hacer ningún movimiento hacia la caja.

- ¿Dónde están vuestros padres, chicos?

No hubo respuesta.

Sacó una pequeña linterna del bolsillo interior de su chaqueta y la encendió,

apuntando hacia abajo. Los dos niños se estremecieron en la tenue luz. Ellos

estaban más limpios de lo que esperaba y el saco de dormir que compartían parecía bastante nuevo. La cara frente a él era puramente Maya, ojos negros brillantes y la mata de pelo del color de la medianoche. El segundo rostro era pálido, con el pelo del color de la paja, pero con los mismos rasgos. Niñas, adivinó.

-¿Donde está su madre?- Intentó.

A regañadientes, el mayor, de tal vez ocho años, no podía decir que edad exactamente, dijo:

-Está trabajando. Una portera.

Una portera. Un trabajo nocturno que no requería un buen nivel de inglés.

-¿Y su padre?

Ella sacudió la cabeza.

-¿De dónde eres?

-Chiapas.

Inmigrantes. Pensó en lo que tuvo que ser su viaje. Probablemente viajaron en autobuses de tercera clase hasta la frontera de México, luego en alguna horrible camioneta hacia un sitio llamado Laredo y después cruzar la frontera ilegalmente.

La pequeña niña, quizás de cinco o seis años habló de repente, -Papá fue

desaparecido.

Desaparecido. La manera en la que lo dijo le dio a Davy ganas de llorar.

-¿Cuándo vuelve su madre?

-Por la mañana.

Sacó del interior de su bolsillo su dinero de emergencia, quinientos dólares en billetes de veinte, otros mil en billetes de cien dólares, todo ello envuelto con una

goma elástica.

-Oculten esto-. Miró cómo se lo escondía dentro de su chaqueta. -Dén esto a su madre.Para la casa.-Las niñas parecían en blanco. -Para su propia casa-. Tiró el dinero en la caja, a los pies de la bolsa de dormir.

Reflex - Steven GouldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora