23. Tristeza

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Había estado casi tres días allí.

Sus piernas la guiaban hasta la cocina, donde unas bolsas amarillas ya conocidas se hallaban sobre la gran mesa. Honey buddha chips abiertas y esparcidas por toda la superficie estaban allí, como se esperaría de un fanático adicto a las papas como lo era Seven, y para no ser una molestia muy grande; decidió limpiar luego de su paseo. Ya había hecho ese recorrido cuando llegó, había pasado por los baños y en frente de unas puertas que estaban cerradas con llave, lo que había despertado aún más su curiosidad; pero eligió no indagar sobre ellas. Todavía recordaba incluso la habitación del pelirrojo, y se había dado cuenta de que esa en particular; resultaba ser muchísimo más vistosa que las demás salas juntas.

Sin embargo, hubo una zona en específico que había atrapado toda su atención, más que todo lo otro; la puerta tenía escrito algo que le había sacado una sonrisa.

«Creaciones del Dios 707»

Hoy por fin se decidió a ingresar a ese lugar, después de tanto dudar.

Abrió con cuidado, pero con ansias, percatándose de que no tenía ventanas, así que prendió la luz con rapidez para ver lo que había dentro.

Quedó sin palabras.

Máquinas por doquier, inventos que había construido el mismísimo Luciel Choi. Piezas y herramientas acomodadas en distintos sitios, inclusive algunas que ni siquiera habían sido utilizadas aún. Todo tipo de material raro, tanto como cosas útiles que conocía la muchacha, artefactos muy similares a los que guardaban en el laboratorio. Cassy no tenía idea de que el pelirrojo era capaz de hacer estas cosas, le pareció asombroso e increíble que fuese tan talentoso.

Y sin que lo supiese; le gustó más.

De lo que sí se enteró, fue que había hallado lo que tanto había estado deseando; y justo frente a su nariz. Un lugar perfecto y espacioso, lleno de la chatarrería, piezas, y herramientas que requería para comenzar a ensamblar la máquina que permitió su grato viaje, y que la llevaría de vuelta al estar finalizada. Mas, inequívocamente, debía obtener la autorización del muchacho, después de todo; se trataba de las cosas de su casa. No podía llegar y usar todo sin su permiso, no le correspondía.

Se dio cuenta de que tenía que planear alguna pequeña estrategia para convencerlo, una inofensiva «mentira blanca» para que le dejase usar tales materiales sin dudas ni restricciones.

Podría simplemente decirle que estaba aburrida y que sería una forma de pasar el tiempo. Sin embargo, él era muy inteligente, creyó que no tardaría en preguntar e insistir en saber de qué se trataría, y quizá hasta podría intentar quitarle lo que hiciese o algo así. Quizás era lo suficientemente perceptivo como para darse cuenta de que estaría mintiendo.

Suspiró con pesadez.

Finalmente se decidió; optó por excusarse diciéndole que no recordaba exactamente qué haría, sólo que se acordaba del paso a paso del cómo fabricarlo, porque esa había sido su última creación del otro mundo.

Sí, quizás así podría resultar; se animó.

—Bien —afirmó para sí misma.

Un escalofrío similar al de una ventisca recorrió su piel, el nerviosismo inminente estaba haciéndose presente en su sistema, pues sabía que con sólo dar un primer paso dentro de la oscura habitación del chico podría estarle molestando en exceso. Sin embargo, tenía que intentar conseguir su objetivo, de eso dependía su tiempo restante allí; no podía quedarse a esperar de brazos cruzados que alguien la fuese a buscar, eso no ocurriría.

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