11 | Problemas

68 16 31
                                    

MÍA.

Estaba en medio de un sacrificio y había optado por no tener presente cuánto tiempo llevaba siendo partícipe de él.

—¿Y? ¿Qué les parece? —Mi madre dio una vuelta sobre su eje, desfilando el atuendo que era similar a los anteriores, en verdad era el mismo pero en un color distinto.

La sala de estar se había convertido en un desfile de modas en casa, aunque sin jueces virtuales. De votar se encargaban sus amigas, así como también de inundarla de halagos, y si existía alguien en el mundo que necesitaba que su nombre figurase en lo alto de una montaña junto a diamantina: esa era mamá. Un vestido caía encima del otro, más veces de las que me animé a contar, provocando que los sillones se perdieran bajo aquella masa de tela. ¿Qué encontraba si miraba a la izquierda? Suéteres. ¿Y a la derecha? Zapatos de tacón que te perforaban el talón hasta llegar al alma. ¿En cualquier dirección? Ropa, accesorios, bolsos y más ropa, ¿para todos los gustos y colores? Por supuesto... que no. El estilo de mi madre se lograba luego de una mezcla exhaustiva de elegancia, brillos y exageración, particularmente lo último.

Ser una reina del drama era su especialidad.

Los sillones que habían tenido la suerte de no caer en la desgracia con su compra masiva de un nuevo armario para cada temporada, cayeron en otra desgracia universal: Las chicas pesadas y Las mujeres del licor. Madres e hijas reunidas en la misma habitación. La mayor parte de ellas devoraba con la vista los conjuntos que se presentaban, daban su visto bueno y procedían a criticar a aquellos que no se vestían bien según su criterio. Deduje por el suspiro cansado de mi madre que ya se estaba hartando de subir y bajar las escaleras cada vez que cambiaba de prendas, pero era demasiado... No lo sé, demasiado ella como para permitir que alguien más usara lo que le pertenecía.

En el grupo de los mal vestidos íbamos incluidos algunos miembros de la familia, celebridades, los vecinos y, por supuesto, yo. No se atrevieron a decirlo directamente, pero con sus miradas recorriendo desde la agujeta desgastada de mis zapatos hasta mi cabello, sin ver un cepillo en meses, me bastó para advertirlo.

Ya no estaba segura de cuántos chillidos más iban a tolerar mis pobres oídos.

Zaylor hasta el momento no le había mencionado nada a mamá sobre mi victoriosa huída de la preparatoria. Aunque claro que ella y su grupo de amigas también estuvieron fuera en horario escolar, pero eso no me serviría de excusa. Si ellas caían, yo lo haría por igual, y viceversa.

—¡Marcie, mírate, eres una diosa! —exclamó una de las mujeres antes de dirigir la copa con un líquido amarillo a su boca y beber de él.

De no llevar en mi vida desde que yo era un duende y sus hijas las hadas de 'El lago de los mil milagros' —sitio ficticio inventado por ellas para mi cumpleaños número ocho—, diría que el alcohol las transformaba en las señoras gritonas que tenía delante. No sería sorpresa para nadie si confirmase que ellas eligieron mi personaje en ese cuento. Cómo olvidar a la duende Mía intentando proteger su cofre de monedas de chocolate, mientras apartaba las hadas ladronas en una lucha sin fin.

—Le queda increíble, señora Marcie —la halagó Zoe, la única que parecía sincera.

—Muy de acuerdo —concordó Zyna—, pero ya sabe que si algún vestido no le queda a su hija, soy una talla menor.

Tosí, disimulando una risa por su obvia intención de recibir algún obsequio. A pesar de los años compartidos, sus cerebros todavía no se impregnaban del amargo aroma que desprendía la verdad sobre mamá: se limitaba a pensar en sí misma.

Sentada en el último escalón de la gigantesca escalera, una distancia de cuatro metros nos separaba y, a pesar de fijar mi vista en el suelo, sentí sus miradas expectantes en mí.

Si las estrellas mueren [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora