19 | Mariposa de cristal

56 13 41
                                    

MÍA.

El tiempo pasó con una lentitud torturadora e inquietante. Llegué a ese punto en donde me planteé que las redes sociales eran una creación del diablo para que la gente compartiera una realidad incierta, tan ficticia como una película y en la que no solo se exponían a sí mismos, sino que a los demás, porque nunca se superaba el nivel de maldad.

El periódico escolar había resurgido de las cenizas y se hizo furor en los pasillos, como un sitio donde el cotilleo ocupaba casi cinco hojas. Si no se establecía como una revista, era gracias al club de jardinería que aún tenía un par de arbustos y flores para presumir. Durante la primer semana de noviembre yo fui a quien le prestaban interés, pero no de una buena manera.

En mi preparatoria, la clase de anatomía era conocida por la baja importancia que le daban los estudiantes, particularmente se debía a que la profesora se quedaba dormida ante el primer descuido.

Así que, "la hora de anatomía" pasó a llamarse "la hora del chisme".

El patrón se repitió a lo largo de la semana: burlas acerca de peces, derramar agua a propósito junto a mi banco y pedirme que no me ahogue, pegar carteles en mi espalda en los que decían que era una aguafiestas, entre otras cosas.

Mamá andaba más irritable que de costumbre, por lo tanto, visitar a Conrad en su casa era como un soplo de aire fresco, no había ido allí en un largo tiempo.

—¿Cómo estuvo el concierto en el bar? —le pregunté sentada en el borde de su cama, mientras observaba los movimientos fluidos que sus dedos hacían en las cuerdas de la guitarra eléctrica.

La habitación de Conrad era tal cual la recordaba. Paredes escritas con los versos que se le ocurría a las 02.00 a. m.; las cortinas de gasa en las que Conrad estaba apoyando su espalda no obstruían el paso de la luz, ya fuera de los postes o del sol; a un lado de las ventanas se encontraba la estantería atestada de discos de vinilo, claro que su colección más preciada no serviría solo de adorno, para reproducirlos tenía el tocadiscos que conseguimos en una tienda de música que estaba a punto de ser clausurada, dos años atrás.

—Fantástico. Había mucha gente dispuesta a disfrutar de nuestras canciones, aunque solo fueron covers. De hecho... —Sus mejillas tomaron un tono rojizo—. Abre la cajonera de la mesa de luz.

Extrañada de su indicación, me estiré e hice justo lo que dijo.

Mis ojos no creían lo que estaban viendo.

—¿Qué haces con un sostén de...? —No me atreví a siquiera tocarlo. Tomé el bolígrafo que encontré cerca de la prenda y, ayudándome de él, le di vuelta para distinguir el dibujo impreso en la tela—. ¿Bob Esponja?

Asintió, sin poder aguantar la risa. Una ensalada de sentimientos se creó en mi interior. ¿Por qué tenía un sostén y por qué rayos me lo enseñaba?

—¿Qué versión quieres?

—La que no tiene detalles. Gracias.

Sonrió y dejó la guitarra sobre su regazo.

—Había una señora gozando sus setenta y algo. Quizás ochenta... No te rías —me reprendió la ver que sujetaba una carcajada. De inmediato me disculpé, pero eso no sirvió para que la escena de una anciana arrojando un sostén mejorara en mi imaginación—. Le ordenó a uno de los camareros que la subieran al escenario con nosotros.

—¿Y la dejaron?

—Considerando que su nieto es el dueño del edificio, no cabía la opción de rechazar su pedido. —Se encogió de hombros—. Besó mi mejilla y cuando estaba volviendo a su asiento, vi que se desvió, aunque no le tomé mucha importancia. Demoró un buen rato, ahora que lo pienso. Supongo que fue al sanitario para quitarse el sostén. Antes de que la presentación terminara, la encontré sobre una silla, arrojándolo al grito de: "Para ti, Corny".

Si las estrellas mueren [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora