04 | ¿El nuevo amigo?

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MÍA.

Allí estaba él, mi mejor amigo desde el noveno grado. De alguna manera el uniforme de aquel local, que se basaba en un sencillo delantal rosa, le quedaba hecho a la medida.

Una sonrisa torcida tiraba de sus labios, marcando la profundidad en sus oyuelos que se notaban a leguas, hasta con un cubrebocas se le hubiesen notado. De acuerdo, eso fue exagerado. La maraña a la que él tenía el atrevimiento de llamar cabello había crecido bastante en los últimos meses, incluso alcancé a notar algunos reflejos rubios. Todo un chico californiano. El tono acaramelado de su piel relucía como nunca antes.

—¿Conrad?

—El mismo. —Se encogió de hombros.

De pronto, lo jalé del brazo con fuerza para sentarlo en el asiento disponible junto a mí, él no se resistió. Casualmente Levi estaba en la silla de enfrente, observando todo sin disimular.

—¿Cuándo llegaste?

—Hace apenas unas horas. Vine a recoger unas cosas que le encargué a mi tío, luego pasaría de sorpresa por tu casa, pero te adelantaste, Tuya. —Me dio un pequeño empujoncito con su hombro contra el mío.

Volqué los ojos. "Tuya" era uno de los muchos apodos que él había seleccionado para mí, entre ellos estaban: Nuestra, suya, vuestra... En fin, todos los pronombres posesivos según lo poco que me quedaba grabado de la asignatura Lengua y literatura.

Si el único motivo por el cual estaba allí era buscar algo, ¿por qué usaba el uniforme?

Él entendió mi confusión, supongo que la cara me delató, por lo que dijo:

—Oh, cierto. Estoy cubriendo a un chico, ¿puedes creerlo? Apenas aterrizo y me echan trabajo encima. Siento que moriré de cansancio —lo que en cualquier otra persona habría sonado como una queja, viniendo de él parecía que hasta le divertía la situación—. Te extrañé.

Puse los ojos en blanco mientras él descansaba un brazo sobre el respaldar de mi silla.

—Claro, Bieber, la falta de llamadas durante estos dos meses no dijeron lo mismo, ¿sabes?

La última vez que nos vimos fue duro, tuvimos una discusión por... por asuntos de la vida, y luego no supe mucho de él. Era mi mejor amigo y de alguna forma sentía que lo estaba perdiendo. Pero él estaba ocupado con sus asuntos, con sus sueños y yo debía apoyarlo en ello porque, a pesar de que me abandonó en el peor momento, yo no le solitaría la mano.

Mi preocupación fue tal que por poco me saqué un boleto de avión rumbo a California, con tal de cerciorarme de que todo iba según su plan y que él aún vivía. Era una mierda abismal pensar en ello con frecuencia, pero después de todo lo que había pasado me perseguía un sentimiento constante de que lo peor pasaría de un segundo al otro. Y yo corría hasta que las piernas ya no aguantaban, pero el temor siempre llevaba ventaja.

Jamás iba a acostumbrarme.

¿Cómo era posible hacerlo si miedo y costumbre no formaban una buena combinación? El temor me obligaba a quedarme inmóvil, maquinando en mi cabeza todo tipo de desenlaces desastrosos; uno peor que el anterior, y la secuencia se repetía. La costumbre me decía que eso era lo único a lo que debía aferrarme, pensar que ya nada debería tomarme con la guardia baja y estar preparada para la tormenta.

—La cobertura no era la mejor, me subí a la copa de un árbol, pero...

—Pero caíste de él, ¿verdad? —la pregunta de Levi nos tomó por sorpresa, sobre todo la forma burlezca y como si supiera que Conrad estaba ocultando la verdad. Ambos lo miramos—. Di una mentira cuestionable más un hecho vergonzoso y ¡bingo! Tienes la mentira perfecta.

Si las estrellas mueren [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora