16 | Noche de brujas

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MÍA.

—¿Una fiesta, mamá?

Por ahí decían que había que ver para creer; yo no quería hacer lo primero ni permitirme imaginar que lo decía en serio.

Lo que ocurrió en casa de Zaylor no se quedó como secreto tras las puertas. Por supuesto que al minuto cero las fotografías que inmortalizaban el momento se hicieron furor en historias de Instagram, publicaciones en Facebook y en los diversos grupos de Whatsapp, incluso rondaban stickers con mi cara y memes que le hacían justicia a cuando Levi me sacó de la piscina. Rogaba que el lunes tardara en llegar, pues las probabilidades de que todo apareciera en el periódico escolar eran extremadamente altas. Los mensajes de personas desconocidas no paraban de torturar mis redes sociales. A unas semanas de decidirme en reabrir las cuentas, luego de abandonarlas durante meses, las ganas de cerrarlas de nuevo se presentaron.

Algunos me felicitaban por mi reacción sobreactuada.

También hubieron videos... bastantes.

La golpiza de Conrad quedaría atrapada para siempre en mi memoria, no por buenas razones. Me dolía repetir el momento, sin escapatoria. No me refería al puñetazo que le brindó al pecoso, sino a lo que le siguió: el grupo de idiotas le devolvió el golpe con una fuerza que le hizo perder la estabilidad y desplomarse en el césped, y perder el conocimiento un par de segundos hasta que llegó el padre médico de Zaylor y le dio primeros auxilios, para después dar por terminada la fiesta, pese a las constantes súplicas de su hija. Los miembros de The Perfect Storm hicieron público su apoyo. Conrad estaba furioso consigo mismo, aquello mancharía su historial y ni hablar de lo terrible que sería si el video fuese a parar en el buzón de discográficas.

Él no era eso. No utilizaba la violencia ni se permitía guiar por el enojo momentáneo, porque conocía las consecuencias, pero también me protegía y aquellos extremos opuestos de vez en cuando chocaban.

—Tu padre adoraba las fiestas —la voz de mamá resonó en la sala.

—No es cierto.

—¿Cómo puedes saberlo? Apenas llegaste a conocerlo.

Apreté los labios.

En eso llevaba la razón, pero no en lo demás. Cada que podía, iba al sótano con mi portátil bajo el brazo y me tomaba la libertad de importar imágenes de papá (del papel a la virtualidad) mientras averiguaba las fechas en las que fueron tomadas. Por ese y muchos otros motivos, podía asegurar que él odiaba las fiestas y reuniones sociales, al menos en los últimos periodos de su vida. En los primeros —los de su adolescencia— se lo notaba como un joven espontáneo, al volverse un adulto la diversión cayó en picada. Mientras los demás bailaban al ritmo de la música y las luces de colores, papá se quedaba sentado en una esquina con cara de querer ir a casa cuanto antes. En eso éramos idénticos.

Sonó el timbre.

—De cualquier forma, no es una fiesta, es una conmemoración de su increíble vida —aclaró yendo a abrir la puerta de entrada.

Eran excusas baratas para celebrar de modo caro.

Desde el descanso de las escaleras, la observé sacar un minúsculo espejo escondido en el escote de su vestido ajustado, con un largo que le rozaba las rodillas. Aplastó las yemas de los dedos sobre el labial guinda cubriendo sus delgados labios, para retocar una parte primordial del maquillaje, según ella.

Con frecuencia, daba la sensación de aborrecer su edad. Intentaba cubrir las líneas de expresión con toneladas de maquillaje, compensaba la flacidez de su cuerpo con horas en el gimnasio, cremas y mucha ropa que la hiciera parecer veinte años más joven, aunque era normal considerando que elegía sus conjuntos en la sección dedicada a veinteañeras.

Si las estrellas mueren [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora