15. Tercera parte | ¿Qué es la maldad?

69 13 126
                                    

CONRAD.

El supuesto escritor tenía una hermana, cuyo nombre parecía sacado de una película de una anciana obsesionada con esa raza de perros. A su madre le cayó un rayo de creatividad cuando llegó la hora de revelar cómo se llamaría luego del trabajo de parto, no me imaginaba la cara de la enfermera al anotarla. Dejando de lado su extraño nombre, temía que tuviera razón en que Mía lo iba a soportar por un tiempo, tal vez temía más a la idea de que ese tiempo fuese indefinido.

No me decidí entre qué me disgustaba más: el hecho de que Levi estuviera allí, luciendo una sonrisa triunfadora como si hubiese ganado el Nobel de la Paz, o que el único motivo de su presencia fuera mi mejor amiga, o que ella se viera cómoda con él.

Eran millones de pensamientos creándose en mi cabeza, hubo uno que supo resaltar de los demás: ¿Mi corazón estaba roto? ¿O solo lo dije porque me sería fácil si ella preguntaba el motivo, en vez de hacer yo el primer movimiento? ¿Cómo le explicaría, sin sonar cruel, que siempre ha sido sobre ella, incluso cuando parecía ser sobre Hanna? Que todas mis canciones y melodías serían para ella hasta que el mundo estallara.

Mis emociones formaban un torbellino que cada día acababa conmigo, empeoraba cuando la veía y me destrozaba al encontrarla usando mi ropa.

La canción narraba un sueño que tuve en las horas que duró el vuelo a California; con su parte amarga que lo hizo sentir realista y un sabor acaramelado por el cual desee que no fuese una mentira. Me compadecí de la persona sentada en el asiento continuo, por haber soportado mis ronquidos y las palabras incoherentes que seguramente solté. Cuando puse un pie fuera del avión, no era capaz de librarme del sueño porque, en él, Mía estaba dándome una de sus sonrisas características y supe que era mi obligación alejarme hasta que todo lo que sentía por ella desapareciera. La amaba tanto que dolía. Tenerla cerca me completaba como dos piezas de rompecabezas distintos que, pese a cualquier pronóstico, encajaban.

No faltaba mucho para mi segundo aniversario de novios con Hanna. La quise, era imposible no hacerlo, pero siempre era complicado. Yo contaba mi lado de la historia y ella el suyo, sin embargo, con algunas palabras persuasivas conseguía hacerme creer que mi versión era errónea. Mi primo dijo muchas estupideces que me hicieron pensar, una de ellas fue:

—¿Estabas con Hanna por cariño o por costumbre?

Quizá iría al infierno por dudarlo y por haber deseado que las manos de Mía hubiesen estado en lugar de las de Hanna. Al principio de la relación intenté convencerme de que lo nuestro era real y que ambos lo queríamos; que aunque tuviéramos diez discusiones insignificantes a diario, lo solucionaríamos con el poder del amor y todas esas boberías, y luego me encontraba desde un plano exterior yendo a su puerta, pidiendo perdón por cosas que no tenían sentido para mí. No daba mi cien por ciento, debido a que el noventa y cinco por ciento de mi mente pensaba en la chica de la que estaba enamorado pero a quien jamás me atreví a confesar mis sentimientos.

Miedo.

El miedo a ser rechazado emergía de las penumbras y silenciaba mi boca, y ya estaba harto de eso. Miedo a perderla.

No era justo ni para Hanna ni para mí, ambos manteníamos vivo ese paseo vicioso al que no le hallaba principio, tampoco un final agradable. Ambos merecíamos ser felices, siendo amigos (como antes) o desconocidos.

Necesitaba enseñarle a Mía la canción, su canción, cuanto antes. Las cosas cambiaban de la noche a la mañana, temía que nosotros no fuésemos la excepción de esa ley de vida.

—¡Oh, te gustan los Undoing Rules! A Levi le encantan, ¿verdad que sí? —Dalmata se dirigió a Mía, tras ver el diseño en la sudadera, para posteriormente voltearse hacia su hermano y codearle.

Si las estrellas mueren [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora