MÍA.
Tras catorce días en los que la vida me regaló una pizca de normalidad, mi visión negativa sobre el mundo tuvo un lapso de interrupción en el que pensé que, quizás, no todo era tan malo. Por consecuencia, la sospecha de que un desastre azotaría mi realidad se multiplicó.
El concierto de Conrad fue asombroso. Desde cualquier ángulo se notaba el empeño invertido y el deseo de ser la nueva sensación que el público juvenil de nuestra ciudad eligiera. Algunos los calificarían como dementes por soñar tan alto, y tal vez era cierto, pero no solo tenían sueños: contaban con recursos y voluntad de alcanzar la grandeza. Mientras lo miraba cantar Diamond Tears, me atravesó aquel sabor que las personas denominaban agridulce: la felicidad explotaba mi pecho y a su misma vez la capacidad de imaginar qué estarían haciendo Hanna y Elda, arremetió contra mis emociones.
Fui testigo de tres amigas alentándose entre ellas a bailar, dejando de lado que no se sabían las canciones, y fantaseé que esas éramos nosotras en un universo paralelo.
Mi relación con Conrad fue relativamente estable. Lo intentamos. Llegamos a un acuerdo en el cual nos permitimos organizar una cita para nosotros y ver qué salía de ello; para recordar viejos tiempos, optamos por ir al cinema. No hubo una Hanna obstruyendo, sin embargo, un hombre y su hijo se propusieron arruinarnos la tarde, jurando que les habíamos quitado sus asientos, cuando estaba más que claro que no desistían de su postura debido a que corrimos con la suerte de comprar la fila con mejor vista.
O bueno, eso creí.
La triste verdad era que nos habíamos equivocado de sala y que cuando quisimos entrar a la correcta ésta se hallaba cerrada, con un guardia custodiando en la puerta, el cual nos impidió ingresar, tampoco le importó corrernos del cine aún luego de enseñarle los boletos.
La chispa del romance simplemente no surgía. Tal vez por el ambiente o las circunstancias. Tal vez porque lo estábamos forzando. Tal vez no era nuestro momento. Tal vez nuestro avión ya había despegado hacía mucho y no llegamos a tiempo.
—Será mejor que paremos ahora, antes de hacernos daño —fue lo que Conrad dijo al dejarme en casa.
Cuando paramos de intentarlo, todo fluyó con calma. Gozamos de los estrenos que llevábamos meses esperando, desde que el anuncio del elenco se hizo oficial en las cuentas de los actores. Obtuve una segunda sombra, su nombre era Levi y andaba más entrometido que de costumbre. Al principio fue difícil para Conrad soportarlo, de la misma manera en que se me hizo atípico tenerlos en el mismo cuarto, en el cual se arrojaban comentarios a tope de sarcasmo, por ejemplo, la plática que tuvieron en la cocina de mi casa mientras probaba la teoría de Levi sobre la pizza licuada. Ellos se sonreían con cinismo y yo pellizcaba el puente de mi nariz.
—Así que escribes... —inició Conrad, acomodando su cabello rubio—. Tal parece que, sin incluir a Mía, es lo único que tenemos en común.
La mirada azul de Levi no se apartó de mi amigo.
—Escribir canciones es un chiste. —Inclinó la cabeza—. ¿Cuánto te toma? ¿Tres minutos? Tal vez menos. Yo digo que un minuto y el resto lo utilizas en holgazanear.
Conrad chasqueó la lengua, los hoyuelos aparecieron en sus mejillas.
—Peor es tardar años en terminar una historia que solo vive en tu cabeza.
Esa fue la última conversación en la que participaron. Se podría decir que, si la pizza licuada era una delicia, entonces el lodo era un manjar. Las náuseas subieron con velocidad directo a mi boca y ellos me socorrieron, mi vómito los unió por única vez hasta que ambos se marcharon por rumbos distintos. Después de esa ocasión, no volvieron a verse.
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Si las estrellas mueren [✔]
Teen Fiction"Quisiera no haberme despedido entre gritos, y que ese no hubiera sido nuestro último adiós". Último año escolar. Mía enfrenta un futuro inminente que avanza rápidamente y amenaza con llevarse todo a su paso, si no logra liberarse del peso del pasad...