Capítulo XXIII

497 66 32
                                    

~No me sueltes... Jamás~

¿Realmente le dolía tanto que Eren le hubiese dicho eso?

Seguía mirando aquella prenda, inmóvil, sin un pensamiento claro en sí, sólo observándola. Era algo extraño, ya que era la bufanda de una muerta, eso no le hacía mucha gracia pero aún así, había salido de la vista de Eren y se había llevado. Era bastante contradictorio, ya que no pretendía devolvérsela.

No se había cuestionado aún la muerte de su padre. De hecho, seguía escuchando a su progenitora que gritaba desde el primer piso y maldecía el nombre de su hija, aquello tampoco le afectó.

Había estallado. Su mente, su corazón y cuerpo habían quedado destrozados y no le hechaba la culpa a Eren, en absoluto, simplemente lo último que escuchó de él le afectó y eso hizo que todo sobrepasase su límite. Después de abofetear a su madre, llegó a su habitación y trató de hacerse daño, lo cuál no funcionó, su físico o al menos sus brazos no sentían el dolor agudo de las veces pasadas. Quiso llenar su mente de la grave noticia de parte de su madre, quiso echarse la culpa, por causar la desaparición y muerte de su padre, pero tampoco funcionaba, ni estaba feliz ni contenta, pensó que podría aliviarse pero no era capaz de describe aquel sentimiento de indiferencia hacia todo.

Y luego estaba Eren. Había algo que la incomodaba, aparte de esa bufanda, las palabras que le había dicho estaban clavadas en su pecho y no sabía cómo arrancarlas de ahí, cada vez que se las repetía ella dejaba caer su frente sobre la palma de su mano, le hacía daño pero no era capaz de mostrarlo. De alguna forma llegó a distintas teorías, a pesar de que ninguna encajase, Mikasa seguía pensándolas y se preguntaba si realmente Eren estaba enamorado de ella. No había razón para estarlo, la verdad, por eso, la Ackerman era incapaz de creerlo,la razón por la que siempre le cuestionaba el porqué la quería.

No quiso hacer nada más. No abrió a Carla, quién tocaba la puerta de su cuarto incontables veces, ella también desesperada. De vez en cuando, Mikasa deseaba poder hablar con Carla, pero en ese momento era algo que no quería, sin embargo, al pensarlo su pecho también dolía.

Se lanzó a su cama y espero a que fuese mañana, dónde las cosas se pondrían peor.

Supo que tendría que verle la cara a todos los que la estaban haciendo sufrir en silencio e indiferencia. Se levantó de nuevo y lavó su rostro. No se molestó en cambiar de vestuario, volvió a ponerse su sudadera ancha y gris de ayer y los pantalones oscuros.

Bajó las escaleras hasta llegar a la planta inferior. No le importaría mucho encontrarse con su madre, de hecho sabía que si la mujer intentaba hacerle algo, Mikasa también se defendería. Por eso, descendió sin miedo hasta llegar a la cocina y pasearse por ahí para coger un paquete de galletas. No fue consciente de la presencia de su progenitora detrás suyo pero rápidamente se apartó de su lado poniéndose delante de ella por si acaso.

— Vaya... ¿Ya no tienes miedo de ir a la cocina?—formuló la mujer con una extraña sonrisa en el rostro. La azabache no respondió lo cuál dejó que su mayor siguiese hablando.— Si tu padre estuviese, tendrías mucho miedo.— lanzó una mirada furiosa a su hija, cambiando totalmente su actitud.— Pero ya sabes que no está.

Mikasa sintió que podía decirle todo, todo lo que realmente sucedió, lo que pasó de verdad. En su estado actual, sentía que podía decir cualquier cosa, era lo que quería, no soportaba callarse eso.

— Papá me llevó para que me...— salió de sus labios, queriendo acabar su confesión fue incapaz de hacerlo ya que su propia madre la interrumpió.

— ¡No!- chilló la mayor Ackerman sorprendiendo ligeramente a su hija.- Sé lo que vas a decir.— la señaló con el dedo casi en forma de amenaza.— ¡Tu padre jamás haría eso!

Entiéndeme {EreMika}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora