Capítulo VIII

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~ Y al ser tan débil, sólo busco
la ayuda de quién pueda protegerme, pero nadie puede.~

— ¡Joder!— gritó intentado liberarse del agarre del mayor que la seguía sujetando con fuerza, la suficiente como para quedar una marca en su brazo.

— Coño, tranquilízate.— ordenó el varón al mismo tiempo que la dejaba libre de su agarre y suspiró agotado.— Vaya con la hija del jefe.

Mikasa se alejó unos pasos del desconocido y lo miró desafiante. ¿Se esperaba que ella fuese a acceder tan fácil a saber qué cosa? Por favor, ni qué fuese tan sumisa o miedosa, pero lo era, sólo que también valiente.

Apretó su mandíbula evitando soltar alguna estupidez que pudiese meterla en un lío peor. Ella era tan previsora, quizás demasiado, siempre llevaba un objeto puntiagudo escondido en su bolsillo, obviamente envuelto en algo blando y así para que no traspesase la tela de su ropa. Pero de todas maneras, llevaba un arma y no pensaba tenerla escondida durante mucho tiempo.

— ¿Qué quieres?— susurró amenazantemente posicionándose en defensa.

— Mmph, ¿De ti? Nada, al menos yo no.— respondió divertida levantado ambas manos confundiendo a la menor.— Será mejor que te prepares por lo que viene ahora, no querrás decepcionar al socio del jefe...

— Tienes que dejarme ir...— ordenó con ira mientras que con disimula iba metiendo su mano en el bolsillo buscando aquel metal con filo que lo ayudaría a marcharse de ahí.

— No. No puedo, el gerente no me lo perdonaría.— dudo cruzándose de brazos y mirando al techo. — Eres una presa difícil de conseguir.— sonrió a la joven con maldad.— Vamos, no quiero herirte.

Por el momento, Mikasa no sacó su arma. Esperó a que su contrario no estuviese tan atento a ella o al menos a qué quitase un ojo de su encima durante un segundo, pudo ver cómo, aunque su cuerpo estuviese relajado, las manos en sus bolsillos indicaban que escondía algo, y también como sus ojos bajaron a sus manos, de esa manera, ella tuvo que volver a esconder su objeto y quedar inmovil ante él.

Siguió el camino que le indico el mayor. Mikasa iba delante y el desconocido atrás, por si acaso. La casa en donde estaba no tenía ventanas, o al menos dónde ella fijaba sus ojos no, ninguna puerta, sólo este largo pasillo que quién sabe dónde la guiaría. Caminaban lento y eso la inquietaba más, el miedo estaba presente pero no quería hacerlo demostrable. Intentó dejar de temblar y en un movimiento rápido giró hacia atrás con el objeto puntiagudo en su mano dirigiéndose a su contrario.

— Mierda...— susurró la azabache. Subestimó al enemigo, un poco, pero lo hizo. Aquel hombre había su muñeca provocando que Mikasa lanzase el objeto a sabe dónde. Bien, estaba jodida. Sus ojos se abrieron cuándo no sintió el agarre del arma en su mano y se quejó cuándo apretaron su muñeca con fuerza.

— No puedo dejar que te escapes, estúpida.— susurró sombrío al saber las intenciones de la joven y viendo el rostro de dolor y miedo suyo. — Lo has complicado todo.— murmuró un instante antes de que tomase a la asiática del abrazo acercándola a él y así con su mano libre dar un golpe en su nuca dejándola inconsciente.

— N-no... Por favor...


~


— ¿Huh?

— Toma, querido.— ofreció Carla con una sonrisa dulce.— Es té verde.

Grisha aceptó aquella taza con el líquido verde. Estuvo en su sillón apoyando su rostro en sus manos frustrado, lo que su hijo había que dicho le afectó, sabía que se lo merecía después de los años en los que Eren sufrió.

Entiéndeme {EreMika}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora