Capítulo 40: Entrenamiento devastador

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El amanecer llegó en poco tiempo, había descansado lo suficiente como para entrenar estos días antes del torneo. Angélica seguía durmiendo en la habitación número siete de invitados, era como un tierno bebe cansado. Camine por los pasillos y baje las escaleras hasta la planta baja, agarre un manzana de la cocina y salí para el patio donde iba a entrenar.

+ Una fruta era perfecta como desayuno. - Empece a comer mientras observaba a los animales despertarse en el bosque. Era tranquilo, pero cada vez que parpadeaba podía ver por una milésima de segundo al mismo bosque en llamas. Pensé que podía estar alucinando por que mi cuerpo aun permanecía agotado, pero se veía tan real, que me provocaba dolor. Quizás pensaba demasiado las cosas, lo que realmente importaba era ejercitarme tanto física como mágicamente. Al terminar la manzana, trote por los alrededores del bosque en todo momento por el borde, lo hacia por que en el rango de la casa del maestro era más seguro.

Pasaron minutos y ya mi cuerpo se hallaba bien ligero, entre en calor, el siguiente ejercicio de la rutina era mover rocas con un peso entre 50 y 80 kilos a una distancia de 100 metros. Tome esto como un desafió personal, sin mencionar que Angélica podría despertar en cualquier momento y observarme. Sacando toda esa inspiración tomé la roca de 50 kilos, estando de cuclillas extendí las piernas para no hacer mala fuerza con la espalda. A pesar de hacer los movimientos correctos, el peso de la roca me doblaba, los brazos no lo soportaban. Caminé lentamente hasta llegar a los 100 metros, ahora solo faltaba repetir 20 veces más el ejercicio.

Cuando creí que terminé, me di cuenta que transcurrió la mitad de la mañana, perdí demasiado tiempo en una tontería como esa. Apresurado y sin ninguna fuerza, practique los cortes de espada de viento con la mano. Escuche que se práctica una técnica hasta desgastar el suelo, una vez logrado, significa que esa habilidad ya queda integrada en nuestro cuerpo. Cortaba el aire sin descanso, Angélica ya había despertado y yacía en el balcón mirando mi entrenamiento.

+ ¡Tu puedes Owen! - El oír su voz me llenaba de fuerza, no necesitaba la energía de recurso de la armadura sagrada. - ¡Prepararé el almuerzo, entrena tranquilo! - Estaba tan concentrado y agotado que no podía responder y solo observaba como ella descendía hacia la cocina.

Bañado en sudor, practique una nueva técnica, se llamaba "la lluvia de cortes de viento", consistía en lanzar varios cortes a gran velocidad en todas las direcciones del oponente para dejarlo sin ninguna escapatoria. Este nuevo ataque era letal pero demasiado agotador. Al terminar de practicar cien veces, seguía perfeccionar los cortes sagrados con la espada elemental, esto mejoraba aun más la calidad de los ataques.

La casa del maestro se hacia cada vez mas lejos, las piernas no dejaban de temblar y los brazos se me retorcían de dolor. La espada estaba junto a la armadura en la entrada principal del árbol, faltaban metros para poder agarrarla, pero no había caso. El cansancio me ganaba, force a mi cuerpo como nunca antes y sumado al calor que proporcionaba el sol a mediodía, decidí ir a descansar. Entre tambaleo y dolor, abrí la puerta de la casa en busca de agua para hidratar todo mi cuerpo y volver al entrenamiento. 

+ Owen, ya esta la comida. - Provino una voz desde la cocina. ¿De quién se trataba? La pregunta iba y volvía por mi cabeza. Al llegar a la cocina, me tope con Angélica vistiendo un delantal verde claro encima de su ropa. Ella no decía nada, pero se veía tan adorable. Había colocado el mantel, los platos, cubiertos, vasos y una flor en el centro como decoración. Sin decir ninguna palabra, me atendió preocupada. - Vamos Limbert, siéntate en la punta de la mesa. - Gracias a su poder de ver el futuro supo mi apellido. Tomo mi mano sin nada de asco por estar sudado y, me llevo con toda paciencia hasta la silla. Al sentarme recorde que ella vino de visita, el cansancio hizo que me olvidara de ella.

- Gracias Angélica. - Sonreí tratando de agradecer lo que hacia por mí. - Oye tengo una pregunta, - La mire a los ojos y me devolvió la mirada. - ¿Cuál es tu apellido? - Surgía una curiosidad, jamás me comento su apellido y ella lo sabia al mío por su don.

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