Las copas de los árboles se movieron con gran fuerza. Un augurio se acercaba al territorio de la Dinastía Jung. Los pájaros eufóricos intentaban escapar hasta lo más alto del cielo flameando sus alas, las flores silvestres se marchitaban y la vegetación parecía perder fuerza, incluso la corteza de los árboles se debilitaba ante tal temor. Un diminuto silbido se escuchó antes de que la puerta de la fortaleza sea cerrada por completo dejando salir al Onmyōyi Yuta quien emprendía un rápido viaje en búsqueda de la solución al problema del descendiente de Tsukuyomi.
Dentro del imperio, ocho mujeres caminaban perdiéndose entre las calles de la aldea con un destino fijo y en común: el templo donde el Emperador Jung vivía. Ellas vestían largos kosodes de color blanco, salpicados por tinta roja que simulaba ser pequeñas flores y sus cabellos eran recogidos por peinetas de metal color plata. El punto más distintivo de toda su apariencia era, sin ninguna duda, sus rostros que no hacían otra cosa que demostrar maldad."El dios Izanagi no tuvo paciencia y decidió volver a pesar de la advertencia de su mujer. Cuando la encontró en el Yomi, no pudo evitar ver su cuerpo putrefacto luego de haber probado el fruto de la muerte. Ella, avergonzada y enfurecida, de forma extrema mandó tras él una bestia perteneciente a la tierra de las raíces: el Yomotsu-shikome, quien solo es derrotado con el mismo método que el dios implementó para poder librarse de dicha persecución: melocotones"
El sol salía del este prometiendo un día cálido. En una de las habitaciones del templo, Ten, quien dormía entre los brazos de Tae Yong, abrió sus ojos de forma abrupta porque un escalofrío había recorrido su espina dorsal erizándole los finos vellos de su nuca como si la muerte estuviera cerca o como si la tierra de los muertos se hubiese transportado al espacio terrenal, el que lo rodeaba. Visualizó al chico que a su lado descansaba y lamentaba tener que exponerlo a toda esta guerra innecesaria. La pérdida de su magia no era más que el castigo de su antepasado, el dios de la luna, quien había sacado el manto de protección que lo cubría desde que era pequeño. De alguna manera había manchado su alma al satisfacer los deseos de su carne con Tae Yong aquella noche en la tierra de los Dong.
Caminó con sus pies descalzos por aquella planta del templo escabulléndose entre las paredes y columnas para no llamar demasiado la atención de las personas que trabajaban arduamente allí brindándole todas las comodidades al Emperador Jung y su hijo, aquellas personas que parecían tener un único objetivo en su vida: complacer y complacer. Para su fortuna encontró rápidamente a quien buscaba desayunando completamente solo en el gran salón, pero éste se notaba inquieto y preocupado; como si también sintiera el peligro del ambiente. Young Ho apareció y Ten intentó con sus habilidades físicas no ser visto por este personaje, aunque tarde o temprano tendría que enfrentarlo. El hombre mayor de cabello marrón claro ordenó algo a gran voz poniendo en alerta al samurái: el templo aumentaría su vigilancia por posible amenaza, aunque esta ya estaba dentro y el practicante de onmyōdō lo vio en las paredes. Odiaba no poder comunicarse y gritar a los cuatro vientos que el peligro estaba al acecho, solo bastaba tener que hacer algo con el poco conocimiento que había adquirido cuando su abuela le relataba las historias fantásticas de sus adorados dioses.
ESTÁS LEYENDO
𝐑𝐲𝐨𝐤ō-𝐬𝐡𝐚 - NCT
FantasyViajar al pasado no estaba en sus planes. ¿Quién podía imaginarse que Corea del Sur, Japón y China iban a conectarse místicamente a través de sus antiguos e históricos bosques? Si Cheng, Do Young, Tae Yong, Mark, Ren Jun y Jung Woo les será difícil...