D I E Z

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Young Ho

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Young Ho

Young Ho era el responsable de amarrar a Ten en aquella estaca de madera con aquellas gruesas sogas de yute mientras la comunidad observaba atentamente y curiosamente. Éste le dedicó al lindo chico una mirada de un repentino odio y asco.

Le agradaba Ten, demasiado. La excusa de Tae Il fue perfecta para acercarse a él aún más, pero el otro nunca había cedido ante sus lances. Pues, Ten no estaba para nada interesado en el alto y la imposibilidad de comunicarse le dificultaba expresar su rechazo.

-Pide un último deseo.

Sus ojos se cristalizaron al escuchar aquello, sin duda el último deseo habitante en su corazón era el poder despedirse de su hermano y decirle que siga los consejos de su corazón y no de su mente. También incluiría en su deseo, el ver a aquel guapo viajante una vez más antes de morir.

Ten habló dentro suyo, con aquella voz que sólo él -y Hae Chan- conocía. Se relamió los labios y con coraje asumió su destino.

La práctica del onmyōdō, la adquirió desde muy joven cuando supo sobre su pasado y una descendencia familiar para nada normal y corriente. Claramente que no tuvo opción en adiestrarse lo suficiente para hacer crecer en él la magia y así poder ocultar su verdadero poder ante los ojos de todos.

No había escogido lo que se le entregó porque sabía que tarde o temprano pagaría por ello.

En uno de aquellos intentos por esmerarse en ocultar el iris violeta de sus ojos: perdió la voz y nunca la volvió a recuperar. No fue de suma importancia, ya que Hae Chan hablaba por los dos. Y tampoco era difícil hacer hablar a su hermano; a diferencia de callarlo eso sí era difícil.

Su actitud energética traía la luz que hacía falta en su interior, supo reconocer que sin Hae Chan no podía encaminar su misión en esta vida.

Ten decidió no fijar su mirada a ninguna otra que lo estuviese observando a él. Sino que miró directamente al sol, sin importarle que era incómodo y enceguecía.

Era lo más cerca que podía estar de su hermano.

Young Ho dio la orden, bajo testamento del Emperador Jung.

Y allí comenzó todo.

La estaca donde Ten estaba amarrado fue levantada de a poco, mediante un mecanismo manual y de fuerza. Se hacía una especie de palanca y se arrastraba al brujo hasta las llamas, dejando que se consumiera lentamente hasta no quedar nada de él y tampoco de la estaca.

Así era el procedimiento.

El fuego brindaba cierto calor, eso era certero, pero que iba en aumento a medida que el distanciamiento se acortaba. Ten podía sentir su frente gotear producto del sudor.

De pronto un sonido estrepitoso resonó en el fondo de la aldea llamando la atención de todos los presentes.

-¡Nos están atacando! ¡Nos atacan!

𝐑𝐲𝐨𝐤ō-𝐬𝐡𝐚 - NCTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora