C A T O R C E

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—Espera Yuta, no puedo correr más rápido

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—Espera Yuta, no puedo correr más rápido.

—Nos encontrarán si no nos alejamos rápidamente del templo. Aguanta un poco más, solo hasta que lleguemos al bosque. 

El único y último descendiente de los Dong asintió aun estando inconforme. Perdiendo la noción del tiempo aguantó lo más que pudo; el dolor en su vientre había aumentado imposibilitando incluso el mantenerse en pie. 

Mantente despierto, mantente despierto. 

—¿Qué haremos ahora? Te... tengo mucho miedo. Y no podemos quedarnos en el bosque para siempre, además el niño... el niño...

—Cálmate, estaremos bien.

Yuta envolvió su cuerpo entre sus brazos, el otro no dejaba de llorar y esa era la parte más desesperante. Caminaron, porque ya no había motivo para correr, hasta detrás de las montañas de Ashigara. Donde una pequeña aldea en ruinas y con mucha historia parecía no funcionar, pero alguien habitaba allí.

—Abuela, hazte presente. Por favor —liberó sus palabras al aire el onmyôji.

Un ruido se manifestó, como si algo se hubiese caído. El heredero Dong se aferró al brazo de su amado y ocultó su rostro en el hombro del otro.

—Yuta... ¿qué ha ocurrido en el Imperio?

Una anciana de largo cabello gris y un vestido de seda fría que le llegaba hasta los tobillos, se hizo presente ante ellos dos. Con un ademán de manos los invitó a una de las chozas pertenecientes a la aldea.

—Ya no existe el Imperio Dong. Acabaron con todos, nosotros pudimos escapar gracias a mi padre.

Yuta recordó los momentos previos al desenlace feroz. Estaba con el otro joven en su aposento, enseñándole un arte antiguo denominado Omikuji, que constaba en unos palillos de madera, y la práctica de la adivinación relacionada a la buena aventura. No era demasiado difícil, pero tampoco era sencillo. El heredero de los Dong parecía divertirse demasiado aprendiendo, porque eso lo acercaba más a lo que era Yuta.

—Te amo demasiado, demasiado, demasiado.

Yuta sonrió y apretó con su mano una mejilla regordeta del otro; para luego besar su frente con calma.

Era demasiada la calma que abundaba su ambiente, se mantuvieron en aquella posición demasiados tranquilos y compartiendo algún que otro beso cariñoso.

El azote de la puerta corrediza resonó asustándolos a ambos. El Emperador Dong les dirigió una mirada aterradora, por cierto, pero no sólo por lo que acababa de encontrar o mejor dicho ver, sino por el mensaje que tenía que transmitir.

—El templo no es un lugar seguro, váyanse ahora.

—Padre... ésto no es...

—Está bien hijo, mantente a salvo y nunca dejes que el mal entre en tu corazón. Ahora, ¡Nakamoto, llévatelo! —ordenó ocultando las lágrimas que quería soltar.

𝐑𝐲𝐨𝐤ō-𝐬𝐡𝐚 - NCTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora