O N C E

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Deseaba con todas sus fuerzas sentarse en la cafetería de la universidad, tomar su tradicional café y leer sus apuntes por las mañanas

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Deseaba con todas sus fuerzas sentarse en la cafetería de la universidad, tomar su tradicional café y leer sus apuntes por las mañanas. Observar cómo los de primer año se desesperaban para llegar temprano a sus aulas, conversar con Ye Rim, una de sus compañeras con la cual había compartido varias asignaturas durante sus tres años de puro estudio, y por sobre todo que Do Young pase por él en su carro para ir a casa luego de clases.

Extrañaba absolutamente todo ello y no iba a negar que existía una posibilidad de no volver a obtenerlo jamás.

—Vamos, vamos abre los ojos Si Cheng.

—¡Tú! ¡Hijo de la gran...

—Tranquilo —Kun interrumpió— vamos a cerrar esa boca para que nada se escape de allí.

Con un movimiento de brazos y una ligera luz desprendiéndose de ellos, Si Cheng sintió una presión fuerte sobre sus labios.

No los podía abrir y nada a la vista obstruía esta acción.

Si Cheng siempre fue de aquellos que hasta no ver con sus ojos y comprobarlo al cien por ciento, no iba a creer tan fácilmente. Todas sus preferencias religiosas, científicas y de superstición habían sido lanzadas al bote de basura en menos de setenta y dos horas. Empezó a sudar frío y movía frenéticamente su cuerpo para liberarse de aquellos amarres, pero lo único que podía hacer era mirar el techo de aquel extraño lugar. Giró su cabeza hacia la derecha y vio al onmyôji caminar alrededor de unas antorchas cuyo pie era de piedra amurada al suelo. Éstas se iban encendiendo a medida que Kun pasaba por allí; largando una llamarada alta y luminosa, lo suficiente para encandilar y calentar el lugar.

Cuando terminó aquella tarea, desapareció de los ojos del joven. Y eso llevó a aterrarlo más.

—Adelante por favor.

Escuchó decir a Kun, y el lugar empezó a llenarse de hombres guerreros vestidos con sus armaduras que rodeaban el cuerpo de Si Cheng dispuestos a recibir lo que el onmyôji les había prometido con anterioridad.

—¿Es este el muchacho?

—Sí, Heika Xiao Jun. El niño de oro.

—Bien, imagino que lo matarás luego. No quiero que su presencia ponga en peligro al Emperador Wong cuando no estemos.

—Confíe en mí. Quedará tan debilitado que apenas tendrá ganas para respirar.

Si Cheng escuchó aquella conversación, claramente hablaban de él y sí que dolió en el pecho tomar aquellas palabras tan hirientes aún sin saber de qué se trataba todo eso. Estaba seguro sí, que algo en él había cambiado con respecto a la fuerza sobrenatural que poseía y ejercía sin hacer el mínimo esfuerzo; pero que parecía desaparecer cuando aquel rubio de ojos color rojo estaba cerca.

No podía defenderse, no podía escapar y ni siquiera podía darse el lujo de gritar.

Largó unas cuantas lágrimas cuando su cuerpo empezó a arder mientras Kun recitaba unas palabras en un idioma ajeno y desconocido. De pronto un olor a incienso inundó sus fosas nasales haciendo que pierda el total de los sentidos y la consciencia.

𝐑𝐲𝐨𝐤ō-𝐬𝐡𝐚 - NCTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora