12. Los Reinos del Inframundo

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Demetrius

Dejé a Vanessa tras de mí mientras ella pensaba en dos cosas; uno, ¿qué pensaba y sentía su subconsciente; y dos, ¿cómo despertaría a la rubia del féretro?

No me preocupé en esperar a que dijera algo más porque ya sabía que su mente estaba en blanco y sus pensamientos exaltados. Así que decidí salir del Prynston con destino al Inframundo y con el propósito de traer el cuerpo de Derek conmigo... el problema, o mejor dicho, el inconveniente es que hay cincuenta por ciento de probabilidades de que lo encuentre y cincuenta por ciento de que no lo haga. Solo espero que las probabilidades de encontrarlo sean más certeras que las de no hacerlo...

Llamé a Orien y le indiqué a dónde iríamos para que de esa forma, él tomara altura y nos llevase al Infierno, justo como Balthasar y él ya lo habían hecho incontables veces anteriormente.

En cuanto nos acercamos lo suficiente, bajé de su lomo de un salto y mientras aún caía abrí un portal que me haría aterrizar directamente en el Kryxilét, o lo que era equivalente al tribunal de penitencias, donde se encontraban tres hombres designados a ser los jueces de las sombras. Ellos solían encargarse de enjuiciar o conceder piedad a las almas de los humanos para después enviarlas a uno de los tres reinos existentes dentro del Inframundo... Por desgracia o beneficio, yo había crecido en el territorio donde se encuentran los Campos de Asfódelos, es decir, el lugar donde las almas de los humanos eran torturadas. Aún así, seguían habiendo dos reinos más... las Islas de los Bienaventurados, donde vivían las almas de los humanos con un comportamiento ejemplar y héroes tales como Aquiles. La cuestión es que era un reino del cual aún no conozco cuyo creador ya que dicho secreto lleva siendo guardado millones de años, pero sí sabía que Derek podría estar ahí o en los Campos de los Elíseos, lugar en que se encontraba la momentánea o eterna morada de aquellos que tenían la probabilidad de volver a la vida.

En fin, a pesar de estos justos y piadosos jueces, algunas veces mi padre robaba algunas almas de la tierra antes de que el ángel de la muerte pudiera llevárselos a los tres justicieros. Cosa que, para mi suerte, ninguno de los jueces toleraba y a raíz de ello, a ninguno de los tres les agradaba mi padre, por lo que estarían de acuerdo en llevarle la contraria de inmediato. Sin embargo, el verdadero problema estaba en que ellos debían considerar correcto ayudarme, ya que yo también tomaba algunas almas con tal de que se hiciera justicia sobre sus vidas antes de que pasaran por las manos de mi padre y las Erinias... Por aquellas acciones, seguro me costaría caro tenerlos de mi lado, sobretodo porque nadie se salvaba de ser sometido a su castigo correspondiente por sus acciones hechas en vida... Pero como dije antes, Derek era casi un humano ejemplar, así que de haber sido enjuiciado, no estaría en el reino en que crecí...

Apartando mis pensamientos de mi cabeza con tal de dejar fuera de mi mente cualquier tipo de distracción, aceleré mi caída y aterricé en el suelo sobre el centro del salón en el que se encontraban los tres jueces mirándome con enojo y hastío desde el estrado. Me levanté rápidamente y con una mirada les indiqué que necesitaba hablar con ellos, quienes después de rodar los ojos asintieron.

-Señor Jacob, será llamado tras un breve receso. -el hombre asintió desconsolado mientras dos demonios lo tomaban de cada brazo para levantarlo de su asiento para luego ser llevado a una recámara temporal hasta que fuera dictada su sentencia.

-Jueces. -dije tras un asentimiento a modo de saludo, el cual solo fue respondido por Éaco.

-Déjate de cotesías. -dijo Radamantis- Dinos qué quieres. Tenemos trabajo que hacer. -suspiró con disgusto.

-Quisiera saber dónde puedo encontrar a mi padre. -fui directo.

-¿Qué acaso no puedes simplemente buscarlo tú mismo en vez de preguntarnos a nosotros? -escupió Minos. Él odiaba ser interrumpido mientras atendía juicios.

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