24. El Reencuentro

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Pasé al lugar estupefacto ya que consideraba casi imposible que ella se atreviera a dar la cara después de lo que había hecho. Sin embargo, durante el tiempo que pasé con ella, se había dedicado a dejarme sin palabras. Al parecer era una cualidad que formaba parte de ella.

Ava me invitó a sentarme en un sofá pero opté por quedarme de pie mientras intentaba pensar con claridad y de ese modo no explotar. Ella suspiraba una que otra vez dejándome saber que no sabía qué decir.

Al menos eso aún no había cambiado desde entonces, y según podía ver, la conocía a medias o eso era lo que yo creía ya que me engañó una vez, pero no pasaría de nuevo. Ella no me vería la cara de idiota otra vez, no se lo iba a permitir.

Finalmente decidí hablar y observar sus expresiones con cuidado, buscaría honestidad en sus expresiones, pero mentiras también. Debía estar atento a cualquier signo que indicara que no estaba siendo sincera.

-¿Por qué? -pregunté simplemente.

-¿Por qué? -repitió insegura de a qué me refería pero por mi mirada, entendió mi pregunta- Eras parte de una misión que debía cumplir... Debía averiguar si valías la pena. -al menos eran las mismas palabras que nos habían dicho las Moiras- Tenía que verificar que el destino estuviera en lo cierto antes de que pudiera haber lugar para una catástrofe en la profecía.

-¿Y qué averiguaste? -pregunté severo.

-Que eres digno de formar parte de ella... -dijo bajando la mirada avergonzada.

-Así que al parecer soy digno, ¿no? -reí cínico y lleno de la misma falsedad que ella fue- ¿Te parece que era necesario tener que hacerme sufrir? ¿Sabes acaso por lo que pasé?

-Lo sé...

-No. No lo sabes, porque no estuviste ahí. Tu estabas en un ataúd. ¡Oh, no. Espera! ¡Es cierto! -reí- No estabas allí porque dejaste que Achlys ocupara tu lugar.

-Tuve que hacer... -la interrumpí.

-Yo tuve que asesinarte. ¿Sabes cómo se sintió eso? ¿Tienes una mínima idea de lo que sentí al clavar esa daga en tu corazón? -dije sintiéndome un idiota por haber caído en su juego.

-Demetrius, yo no... Yo quería decirte todo, pero cuando tienes dones como los míos, como los de las Moiras, entiendes que no puedes simplemente actuar. Es prácticamente como si no existiera porque mi única función es ser mensajera y protectora del destino. No importa si muero en el proceso, pero debo proteger el destino a toda costa.

-Bien, -acepté- pero entonces, ¿por qué no confiaron en lo que el destino les mostraba? ¿acaso era muy difícil de creer? -la miré con una expresión inescrutable que trataba de comprender, pero por más que lo intentara, no lo lograba.

-Las Moiras creyeron que el destino se equivocaba. -explicó- Yo siempre supe que no era así. -admitió- La tarea fue asignada a la hija de Láquesis, pero mi madre pensó que tal vez yo debía completar la misión porque era la más poderosa y en caso de que descubrieras el engaño, podría salvarme.

-¿Salvarte?

-Sí, Demetrius, porque también debo ver la forma de salvar mi pellejo, y no quería terminar en el Tártaro cuando tengo algo de lo que ocuparme.

-¿Por qué demonios terminarías en el Tártaro? -pregunté desconcertado.

-Porque tu veneno no asesina dioses, solo los castiga y los envía a un destino peor que la muerte.

-¿Qué? -dije y pareció como si eso iluminara algún pensamiento dentro de su cabeza porque le aclaró algo pero no pude saber qué era ya que no podía entrar en su mente.

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