C. 59: Impulsos
Diego salió a toda prisa del hospital, con el corazón al borde de salirse por su garganta.
"Esto no está pasando...no está pasando." se repetía una y otra vez, mientras con frenesí llamaba a su amada desaparecida.Un, dos, tres timbres. Pero Violetta no atiende. Se había esfumado para siempre de su vida.
-Por favor, mi amor, toma el teléfono.-decía Diego en voz alta, mediante que algunas personas juiciosas lo veían como si estuviera loco y hablara solo.
Aún sin respuesta, el chico español estaba a punto de perder la cabeza. No pudo haber alucinado, él mismo había estado con su chica justo la noche anterior.
Corrió con adrenalina hacia su casa, con el teléfono en mano. No se rendiría hasta que Violetta le hiciera saber que no estaba alucinando.
Y cuando estaba el noventa por ciento convencido de que en efecto, la noche anterior había sido sólo un hermoso sueño, alguien contestó por la otra línea.
-¿Diga?
-Eh...-Diego se había quedado mudo. Un chico era el que había tomado el teléfono de su novia.
-¿Diego? ¿El novio de Violetta?-insistió aquel desconocido.
-Sí, soy yo...¿Por qué tienes su teléfono?
-Ah, perdona por no atenderte antes. Estaba con Viol...
-¿Por qué tienes su teléfono?-interrogó nuevamente, con la ira y las emociones corriéndole por las venas.
-Ella está en mi casa, no te preocupes.-dijo el joven, en un tono burlón e irónico respecto al comportamiento del español.
El susodicho que estaba con Violetta en ese momento, le indicó la dirección de su departamento al preocupado novio. Esto tranquilizó un poco a Diego, el cual estaba seguro de que no había soñado todo lo que había vivido hace apenas 12 horas.
Con todas las fuerzas que le quedaban, se dirigió a donde se encontraba su bella amada. En tan sólo unos minutos, sería capaz de abrazar y besar a Violetta, con la absoluta seguridad de que jamás la volvería a perder.
Oprimió el botón del intercomunicador del edificio, en el departamento
13-E, el lugar en el que vivía aquel joven extraño que había encontrado a la argentina.-Soy Diego, abre por favor.
-Por supuesto, amigo. Sube, quizás podamos tomar algo y conversar un poco.-se escuchó por la pequeña bocina que estaba pegada a la pared.
Diego se extrañaba cada vez más. ¿Quién diablos era ese muchacho, y por qué lo trataba con tal confianza como si fuera su amigo? Ni siquiera sabía su nombre.
El joven español subió las escaleras con prisa, esperanzado por ver a su chica y matarla a besos.
Con temor, aunque con mucha determinación, llamó a la puerta de ese sitio tan peculiar.
-¡Un segundo!-fue lo único que Diego pudo oír a través de la puerta, además de algunos murmullos entre el chico extraño y una voz femenina bastante familiar.
Cuando la inmensa puerta verde que separaban a Violetta de su amado se abrió, éste se encontró con un universitario, de 23 o 24 años, con cabello castaño y largo, atado a una coleta.
-¡Hola, Dieguín!-exclamó, con un aliento petrificante a alcohol.
-¿Dónde está mi novia?-apresuró el madrileño, con angustia y desesperación.
-Tranquilo, hermano, tranquilo.-replicó el desconocido, extendiéndole la botella de vodka que tenía en la mano-Tómate una copa conmigo y hablamos más relajados.
-Quiero ver a Violetta.-repuso, ahora con más firmeza.
-Bueno, bueno.-asintió el embriagado, arrastrando sus palabras-Y por cierto, hablando de Violetta, vaya chica que te has conseguido.
-¿Cómo dices?
-Sí.-prosiguió con una mirada descarada-Menudo partido, con el cuerpazo que tiene, no me sorprende que le hayas echado el ojo.
-Dime donde está, no tengo el ánimo para discutir sobre la chica que amo con un borracho como tú.
-Ella también te ama, como parece.-rió sarcásticamente el castaño-La mayor parte del tiempo gritó tu nombre mientras yo la complacía.
-¡¿De qué carajos estás hablando?!-se sobresaltó Diego al escuchar esto último.
-Que tu novia ya lo ha probado conmigo.-enarcó una ceja burlonamente-Y ha estado increíble.
-¡No pienso creerme lo que un idiota como tú tenga para inventarse! ¡Ahora dime donde está Violetta!
-No te preocupes, ya no tarda. Debe estar vistiéndose después de que lo hicimos en la tina.
-¡Cállate de una vez, o te juro que...
Antes de que pudiera terminar la oración, Diego levantó la mirada y se encontró con una Violetta desmarañada, con el cabello húmedo, envuelta en una toalla, saliendo de lo que parecía ser el cuarto de baño.
No podía ser, no podía ser. Todo encajaba perfectamente. ¿Y si Violetta en realidad lo había hecho con aquel estúpido alcoholizado?
Estas dudas terminaron de acabar con la paciencia del español, el cual le reventó la cara al muchacho que actuaba bajo el efecto del vodka. Alcoholizado, comenzó a sangrar, Diego le había roto la nariz.
-¡Diego! ¡¿Qué haces?!-Violetta lucía horrorizada después de haber presenciado aquella escena entre su nuevo amigo y su novio.
-¡No puedo creer que te hayas enrollado con este hijo de puta!-le replicó este, alterado aunque algo arrepentido por el impulso que acababa de cometer.
-¡¿De qué estás hablando?!-la chica masticaba las palabras frenéticamente-¡Él es quien me ayudó a salir de aquel hospital mental! ¡Es Damián, el enfermero del que te hablé!
Diego no podía con la situación, sentía la impotencia y la rabia en sus manos, mientras observaba al joven estudiante de enfermería tirado en el suelo, y sangrando fluidamente por el tabique de la nariz.
-Lo siento...-le murmuró su enamorado a la argentina-Pero no puedo...
Salió corriendo lo más rápido del departamento, convencido de que había cometido un error bastante grande al creerse que Violetta lo había engañado con un simple desconocido, y al golpear a éste sin pensarlo.
Estaba cansado, había luchado demasiado para estar con la chica de sus sueños, y esto lo conllevaba a hacer grandes locuras que jamás hubiera imaginado si lo reflexionara en su juicio más sano.
Pero desde hace bastante tiempo ya que no estaba en su sano juicio. Estaba loco. Loco por conseguir algo que quizás jamás estuvo destinado a ser, por estar con alguien que quizás jamás debió haber conocido en primer lugar. Estaba loco por alcanzar un final feliz que jamás existió ni existirá.