CAPÍTULO 4

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— ¿Sabías que un caracol puede dormir durante tres días? — preguntó Jane mientras hacía su tarea en la mesa del comedor.

— Mmm-hmmm... — Piper revisaba uno de sus libros sin escuchar todo lo que la niña decía. Había días tan monótonos como este, que ni aunque un meteorito cayera en el patio, la salvaría del aburrimiento.

— Me pregunto cómo será levantarte un día y darte cuenta de que has perdido la mitad de tu vida... — la rubia miró a su hija con dudas porque en realidad, hasta ese momento es que comenzaba a prestarle atención debido a lo que había dicho, porque aunque era extremista, ella misma se identificaba bien con eso.
Justo entonces Charly apareció en la cocina queriendo pasar desapercibido.

— Charly... — llamó Piper con cautela y un tanto molesta. — Sé que has evitado tus clases sobre la fe en la iglesia... 

— Sí, por supuesto que lo hice. — dijo con franqueza sentándose del otro lado del comedor sin poder librarse de la conversación. — Tratan de llevarnos a esas estúpidas protestas y a mí no me importa por lo que están luchando... Y al parecer a ti tampoco, y papá que es quien más suele apoyar a la iglesia, tampoco está interesado en las protestas. — Piper sabía bien que más que no importarle a ella en realidad le molestaba todo eso que la iglesia hacía en contra de las personas homosexuales, pero no podía contradecir a su esposo, así que intentó componer un poco las cosas.

— Tu padre está muy ocupado con su trabajo, y... 

­­— No mamá. — repuso Charly un poco molesto. — Él está justo en el papel de su vida... Representa el papá trabajador y dedicado a la iglesia cada fin de semana, vamos... Tú lo sabes, todos aquí lo sabemos. — Piper se río.

— ¿Qué? ¿Qué es lo que sabemos? — Larry había llegado temprano de trabajar y parecía bastante harto, por lo que no era buen momento para que el sentido liberal de su hijo saliera a relucir, y ella lo sabía bien, así que prefirió dejar pasar el tema y distraerlos con otras cosas para evitar una discusión sin sentido, porque de cualquier forma, ella estaba segura de que Larry se daría por victorioso sin importar lo que su hijo dijera.

Por las mañanas, Piper se encargaba siempre de su esposo, de plancharle su ropa con dedicación, de tener listo el desayuno a tiempo y también, de dejar su maletín listo justo en la mesita del recibidor para que él pudiera tomarlo de camino al auto. Parecía más bien que el hombre no podía hacer nada por sí solo, y la rubia había asumido su rol de esposa abnegada y dedicada completamente a él que parecía que nadie se daba cuenta, ya nadie veía eso raro.
Lo atendía más que a sus hijos, a quienes había enseñado de forma discreta, a ser más independientes, pensando que en el futuro, no quería que se parecieran a su padre ni un poco en esas actitudes de querer ser servido todo el tiempo.
Así que Piper se preguntó si en realidad, como su hijo había dicho, a Larry no le interesaba nada de la iglesia o si de verdad su fe era tan grande que incluso en el trabajo trataba de agradar a Dios a pesar de no ir a las protestas.

El teléfono comenzó a sonar con insistencia salvándolos de responder a la pregunta que Larry volvía a hacer respecto a lo que habían estado hablando cuando él llegó a casa, y fue él precisamente quien descolgó y atendió la llamada con rapidez casi maratónica.

— ¿Hola? — dijo con el ceño fruncido al no conocer el número en el identificador de llamadas. ­­­— ¿Piper? Sí, está justo aquí... En seguida se la comunico. — su voz era de fastidio puro.
Nunca jamás nadie había llamado buscando a Piper, o más bien, nadie fuera de las personas de la iglesia o de la familia, así que para él era una persona quitándole el tiempo a su esposa.
Le dio el teléfono a Piper indicándole que llevaría a sus hijos a comer ya que ella estaba ocupada recibiendo llamadas, y para ella eso estuvo bien, al menos tendría un momento para relajarse a solas sin importar quien estuviera al teléfono.

MI ALMA GEMELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora