CAPÍTULO 26

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Estaban pisando ya el último mes del embarazo de Piper, y aunque las cosas iban bastante bien, y Alex la había acompañado al último par de ultrasonidos, la rubia se sentía desesperada estando en casa.
Se había acostumbrado rápido a su trabajo en el estudio de fotografía, y ahora, por obvias razones debía quedarse todo el día pretendiendo descansar en su departamento, y aunque ahora Alex y Jeremy también se quedaban muchas noches seguidas ahí, ese día en especial ella se estaba volviendo loca con la ausencia de la escritora de quien se había despedido la noche anterior y ahora estaba ocupada en una reunión con la editorial que les publicaría el libro que habían hecho en conjunto, y Piper estaba especialmente molesta porque aunque había hecho todas las fotografías del ejemplar, la pelinegra simplemente no la había dejado ver el producto final antes de enviarlo a la editorial.

A veces Alex era tan profesional con sus cosas que la rubia se desesperaba, porque por supuesto entendía que necesitaba su tiempo a solas para trabajar, pero lo que no comprendía era que la tratara como a cualquier otro fan sin querer revelarle más detalles de su libro.
La escritora había trabajado tan arduamente los últimos meses en ese libro, que muchas noches la rubia se quedaba dormida a su lado mientras ella continuaba escribiendo con la laptop en sus piernas hasta ya entradas las horas de la madrugada.
Estaban comprometidas, lo cual ya era un paso enorme en la vida de ambas, y desde luego sus hijos fueron los más felices con aquello, puesto que en realidad estaban ya siendo una familia formal, pero a pesar de eso, la pelinegra seguía insistiendo con ir a casa de vez en cuando y manteniendo algunas cosas solo para ella.

La rubia soltó un suspiro y comió una cucharada más de avena, ni siquiera se sentía de ánimos para desayunar, pues había tenido otra mala noche de sueño en la que, justo a las cuatro de la mañana se había levantado a doblar alguna ropita para el bebé que Alex se había encargado de meter a la lavadora, y aunque prometió que la doblaría y prepararía la pañalera al día siguiente, simplemente Piper no pudo esperar.
Había estado observando las diminutas calcetas y gorros que tenía por montones, como si fueran a ser diez bebés, y es que cada que Alex iba de compras, siempre volvía con más cosas para el bebé, y aunque ya le había dicho que no era necesario tener tanta ropa diminuta porque los bebés crecen a un ritmo impresionante, la pelinegra estaba demasiado ilusionada con todo aquello.
Acarició  su vientre y sonrió, a pesar de los tiempos difíciles que ahora tenía, jamás había tenido un embarazo tan feliz y tan lleno de amor como ahora estaba teniendo. De alguna manera Alex había conseguido que sus días fueran únicos y le había quitado un enorme peso de encima cuidando de los chicos y ayudándoles con sus tareas, eso sin contar que cocinaba y entre todos se encargaban de mantener la casa limpia para que precisamente Piper no se esforzara de más.

Ya ni siquiera recordaba la última vez que había limpiado la sala o lavado los platos, simplemente eran cosas a las que ella ya no les dedicaba tiempo, y podía solo sentarse a trabajar en su computadora, recostarse o pasar tiempo con Jeremy, quien últimamente era muy apegado a ella y adoraba escucharla leyéndole cuentos, y aunque él sabía perfectamente leer bien, prefería que la dulce voz de la rubia fuera la que lo transportara hacia esos míticos lugares donde las historias se desarrollaban.
Habían terminado ya varios tomos de las sagas favoritas de Jane, quien encantada también le prestaba cada libro que consideraba "apto" para su nuevo hermano.
Y aunque la escritora estaba vuelta loca con trabajo y demás cosas, siempre encontraba espacios para llenarla de besos o de detalles que la hacían sentir tan amada, que podría fácilmente sentir su pecho al borde de la explosión todo el tiempo.

Terminó su desayuno de mala gana y con pesadez se encaminó hacia el lavabo donde se dedicó a limpiar las sobras de su plato y lo dejó impecable, para entonces dirigirse escaleras arriba, y esa era precisamente una de las partes que más odiaba ahora que su vientre era mucho más enorme y pesado.
A penas había dado un paso en el primer escalón cuando el timbre sonó, y aunque con fastidio desistió de subir las escaleras también agradeció que a penas se encontrara en el primer escalón y no en la cima, se sostuvo el vientre con una mano y con esfuerzos intentó avanzar con toda la rapidez que le fue posible para abrir antes de que el timbre continuara sonando.
Enganchó su mano a la perilla y la hizo girar tratando de no parecer tan agitada como ahora se sentía y sus ojos se abrieron de par en par.

MI ALMA GEMELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora