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HASTA AHORA NO ME HABÍA DADO CUENTA DE QUE NO CONOCÍA EL NOMBRE DE MI ALPHA.

Todos solían referirse a él como el prodigio, el mejor Alpha de los últimos mil años, el Alpha más importante.

Pero nunca decían su nombre.

Una vez había oído a mamá pronunciar su apellido, Krayev.

Krayev.

De una de las familias más importantes en el mundo de los licántropos, pero no tenía idea de cual era su nombre.

Durante apenas un segundo la curiosidad se me antojó inaguantable, supongo que por efectos del lazo, quería saber su nombre, quería que me lo confiara. Pero pasó rápido.

Mi mal humor y mi repulsión superaron la fuerza del lazo.

La verdad era que me valía su nombre. No quería saber nada de él, ni siquiera quería estar con él.

—¿Piensas terminar eso hoy?—me riñó, apurándome.

Solo le lancé una mirada significativa y seguí haciendo mi "equipaje"

Este consistía en una botella de agua, barras de cereal y unas cuantas mudas de ropa que me había atrevido a coger. No tenía sentido llevar nada más.

Los libros universitarios solo me harían más lenta y sería una humillación incluso peor llevar algo humano al mundo de los lobos; y por las demás prendas, donde iba se me proverían tantas que acabaría hastiándome de la ropa.

El problema que tenía ahora era que...no quería abrir la gaveta con las bragas y los sostenes.

No podía. No con Krayev mirándome fijamente.

No podía creer que una nimiedad como esa me aterrorizara tanto.

¡Pero es que los Alphas eran criaturas incontrolables! No tenía idea de como estaría su celo ahora. ¿Por eso estaba tan inquieto? ¿Tenía ganas ahora?

Parte de mí ardió con esa idea mientras la otra parte la mataba a golpes al mismo tiempo que vomitaba.

—Te has puesto colorada, estás teniendo esos pensamientos—comentó sin ni una pizca de piedad—¡venga ya! ¿Qué te está costando tanto?

—¡¿Te quieres callar?!—protesté molesta, me sentía ya lo suficientemente tonta sin su ayuda—tú...sal un momento.

No le pregunté si podía. Se lo ordené.

Habría sido cruelmente castigada por haber dado una orden a mi Alpha.

Krayev arqueó una ceja, pero se levantó lentamente para darme espacio.

—Bastante mandoncita para ser una Omega—protestó por lo bajo, pero se dirigió a la puerta.

Me relajé cuando lo vi girar el pómulo.

Krayev puso un pie fuera, pero antes se giró y me dedicó una sonrisa encantadora.

—Si es por el cajón de las bragas, ya lo revisé—anunció felizmente.

Cerró la puerta en el segundo exacto para que el espejo de mano que le lancé no le diera de lleno en su estúpido rostro.

Lo oí estallar de risa afuera.

Me había puesto como un tomate.

Maldito, maldito estúpido y cretino. Esto iba a ser una tortura si ni siquiera podía respetar algo tan personal como mis bragas.

Agarré la ropa interior con furia y la metí hecha una bola en mi mochila. Cerré y me calcé con mis mejores botas, las de suela dura, si tenía suerte y lograba distraerlo lo suficiente, capaz podía patearlo en la garganta.

true alphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora