5

407 41 0
                                    




MI ALPHA. ERA MI ALPHA Y ESTABA AQUÍ EN LONDRES.
NUNCA HABIA CORRIDO TAN RÁPIDO COMO LO HICE AHORA.


En Londres, dentro del mundo humano, jamás había tenido la necesidad de correr, no realmente. Podía trotar para alejarme de la lluvia, podía correr como humana para no llegar tarde a clases.

Pero jamás había necesitado sacar mis instintos para librarme de algo.

Ahora los necesitaba más que nunca y sentía cuan debilitados estaban.

Corrí con rapidez, moviéndome entre callejones y edificios, escondiéndome de la agitada vida nocturna londinense lo mejor que pude.

Necesitaba perderlo, necesitaba dejarlo atrás.

¿Cómo era que me había encontrado? ¿Por qué ahora después de casi cinco años? Ya debía de tener otra Omega, ya debía haberse olvidado de mí.

Resbalé en una calle y casi fui arrollada por un autobús turístico en otra, pero conseguí llegar a mi apartamento.

Cerré la puerta con llave, y sin tener cuidado, tocándola con las manos desnudas, puse la placa de plata contra la puerta.

Grité y lágrimas bañaron mis ojos, pero me sentí satisfecha cuando la puse.

Eso lo mantendría fuera de aquí un rato, lo suficiente para permitirme empacar y huir nuevamente.

Cerré los ojos y conté hasta diez, esperando que mis manos se recuperaran, y entonces me puse manos a la obra.

El grito que salió de mi pecho seguro despertó a toda la ciudad.

—Shh, no solo eres lenta, también ruidosa—se quejó mi Alpha, quien descansaba plácidamente sobre mi cama, como si nada.

Me giré para tomar la placa, pero él fue más rápido y me bloqueo el paso.

Chasqueó la lengua mientras negaba con la cabeza, como si regañara a un bebe o una mascota muy pequeña.

—No, cielo, nada de eso—dijo mirando la placa con desdén—los asuntos con la plata son...algo sucio.

El corazón me latía con demasiada fuerza y casi no podía respirar. Huir había sido en vano, estaba atrapada, atrapada aquí con él.

—¿Cómo me encontraste? —pregunté para ganar tiempo, necesitaba pensar otro plan y rápido.

Mi Alpha volvió a dejarse caer sobre la cama. Mi cama.

Lo odio. Lo odio. Lo odio. Lo odio. Lo odio.

—Fue fácil, solo seguí tu olor—dijo encogiéndose de hombros mientras tomaba una de mis almohadas y la olfateaba con deleite—hueles realmente bien...

Le arrojé un jarrón, pero él lo atrapó al vuelo, impidiendo que se volcaran las flores y el agua.

Se puso de pie nuevamente y sonrió.

—Muy lindo, me gustan mucho las flores, Hazel—se burló—pero no he venido para eso.

En un libro cualquiera una heroína habría hecho su gran escape ahora, o habría lanzado algún comentario mordaz pero inteligente que le diera tiempo de sobra.

¿Yo?

Yo solo pude llorar.

Quizás ser la Omega sumisa e indefensa si estaba en mi destino.

—¿Por qué ahora? —sollocé—¿Por qué no te olvidaste de mí y te conseguiste otra Omega?

Mi llanto no parecía importarle lo mínimo a él. Era obvio, los Alphas no sentían nada en absoluto, nada más que odio e indiferencia.

—Al inicio estaba muy enojado—acepta—pero agradecido. Que no hubieras aparecido significaba que no tenía que cargar con tú patético trasero de Omega, de hecho, creo que estábamos mejor sin uno en la manada.

Lo miro sorprendida, si es que estaba mejor entonces ¿para qué ha venido a buscarme?

—¿que cambió?

Él se pasó una mano por el cabello y por primera vez me permití pensar en su aspecto.

Era alto como todos los Alphas, de cuerpo atlético, pero mucho menos musculoso de lo que pensaba, tenía el cabello rubio oscuro, llegando casi al castaño, como el oro.

Y los ojos rojos típicos del Alpha.

A primera vista no parecía la criatura violenta que esperaba, pero sabía que estaba allí, debajo de su piel, gritando por salir, demandando pegarme, corregirme.

—La sociedad—escupió, poniendo los ojos en blanco con fastidio—piensa que el Alpha de una de las manadas más importantes debe tener un Omega a toda costa. Sería, en sus palabras, literalmente, una deshonra a toda nuestra raza si no tomara una para mí y procreara, continuando así, la línea de poder de mi familia.

Me estremecí, nunca había pensado en el hecho de que a él podría no gustarle tener un Omega, todos los Alphas parecían querer uno.

Poseer a otra persona les parecía de lo más tentador, más aún si era una persona que nació específicamente para ellos.

Como yo.

—No volveré—digo con firmeza—prefiero morir a ser tu Omega y unirme a tu manada.

Él me sonrió, esa risa estaba llena de malicia.

—Sabía que dirías eso, curioso, ¿verdad? Teniendo en cuenta que realmente no nos conocemos—dijo cruzándose de brazos—pero creo que lo vas a reconsiderar.

Había cierto deje de peligro en su tono que me hizo sentir intranquila. Bueno, más intranquila de lo que ya estaba.

Él sabía algo. Y aquello no me iba a gustar.

—Verás—respiró profundo antes de continuar, mirando a un lado como si estuviera pensando la mejor manera decir esto. Obviamente estaba actuando—siendo yo uno de los Alphas más importantes, es obvio que me asignarían la mejor omega. Esa, eras tú, por supuesto, pero te fuiste, huiste como una rata espantada... así que la segunda mejor omega...

Sentí como si la sangre se congelara en mis venas, como si el alma me abandonara el cuerpo.

No lo había pensado cuando me fui. Nunca se me había cruzado por la cabeza que ella podría ocupar mi lugar, que ella tendría que sufrir mi cruel destino.

Nunca había destacado, siempre había vivido en la sombra, protegida, a salvo, casi llegando al estado de beta.

Yo no...ella no...

—Mi hermana—dije con una terrible seguridad.

Él asintió, poniéndose de pie para acercarse a mí.

—Tú hermana, una niña—confirmó, asqueado—no quiero marcar a una niña, es asqueroso. Y sé que tú no quieres que la marque, así que regresa, detén esta locura.

Me llevé las manos lentamente al rostro, como para asegurarme de que aún estaba aquí, que era real.

Mis peores pesadillas se habían vuelto realidad, el destino de omega me perseguía hasta el mundo humano.

Miré al hombre que tenía frente a mí con rencor, pero también sentía una especie de alivio, el alivio de que no hubiese marcado a mi dulce hermana todavía, de que no la hiriera.

Habría preferido la muerte a volver, pero no podía dejar que mi pequeña hermana pasara por esto.

Me recosté contra la pared y me dejé caer al suelo, los ojos rojos del Alpha me miraban con aburrimiento.

—Iré—susurré, pero estaba segura de que podía oírme.

true alphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora