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Hazel tardó varios minutos en reunirse conmigo en el salón, pero cuando lo hizo, cualquier conflicto interno que tenía parecía haber desaparecido de su rostro, aunque podía ver que no de su mente. No del todo.

Hazel era sin duda una persona extraña, una persona que despertaba la curiosidad (entre tantas otras cosas) más vil en mí. Quisiera poder entrar en su cabeza y entender cómo funcionaba.

En algunos momentos parecía mordaz, rebelde, lista para partirme el cuello, y en otros...en otros parecía una mujer dulce, perdida, una mujer que nunca tuvo una amiga, que nunca tuvo una madre y un padre que la amaran, que nunca tuvo un día de paz.

Supongo que ambos eran verdad de alguna forma para ella, pero a la vez era mucho más, muchas cosas que no entendía.

No hablamos mucho mientras limpiamos, en parte porque el salón nos estaba tomando más esfuerzo del pensado, y en parte también porque ambos estábamos envueltos en nuestros pensamientos mientras tallábamos una y otra vez los pisos, y reparábamos las sillas del comedor principal.

No pude evitar pensar en ella, bueno, la verdad era que ya llevaba años pensando en ella, esto era una especie de rutina para mí, pero desde que había ido a buscarla la frecuencia con la que visitaba mis pensamientos era casi igual al tiempo en el que realmente la tenía enfrente. O más.

En este momento pensaba en la primera vez que la vi.

Yo había sabido de Hazel Leanna desde mucho antes de este fatídico encuentro, había sabido de ella porque siempre había sido mía, siempre había estado destinada a mí. Yo, el más joven de mis hermanos, había destacado desde muy pequeño, había hecho y había soportado lo que nadie más había hecho y soportado, y Hazel era mía, mi recompensa, lo que decían que merecía.

La había tenido presente desde que mi tío y mi papá habían dicho su nombre, yo tenía tan solo diez años, y Hazel probablemente aún estaría orinándose la cama y aprendiendo a gesticular correctamente. Ambos éramos tan solo niños, pero ya teníamos el destino sellado.

Papá solía decirme que tenía que estar orgulloso, que algún día sería un gran Alpha y tendría una gran Omega a mi lado, que eso consolidaría nuestra familia, que el hecho de que las Leanna empezaran a unirse con nosotros era un honor, produciríamos los mejores guerreros y entonces nadie nos olvidaría. Mi tío solía decir lo mismo, y que tendría que estar feliz, porque a mí, un talento excepcional, me había tocado nada más y nada menos, que una Omega excepcional.

En el colegio también decían aquello, que tenía que estar orgulloso, que estaban celosos, que deseaban tomar mi lugar, o en el caso de algunas chicas, que deseaban estar en el lugar de Hazel.

Poco a poco Hazel se había vuelto una especie de fantasma, mi mejor amiga en mi cabeza. Cuando mis hermanos me lastimaban en los entrenamientos, pensaba en que Hazel querría que me esforzara más, Hazel querría que lo lograra, que fuera digno de ella.

Empecé a investigar que le gustaba, empujaba a mi madre a que le preguntara a la madre de esta, porque a mi padre le parecería una idea ridícula que yo quisiera saber que le gustaba, decía que todas las Omegas querían lo mismo: joyas, dinero, una casa.

Mamá volvía siempre con una respuesta más trivial que la otra, respuestas cuya veracidad yo no podía verificar, pero que me hacían inmensamente feliz, me gustaba estar preparado para Hazel, y a Hazel parecían gustarle cosas que yo podía preparar.

true alphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora