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Todo había cambiado, y al mismo tiempo, nada lo había hecho.

Habían pasado años desde que estuve aquí, y tras mi regreso, me había quedado escondida en casa de Krayev.
Si antes había estado asustada, solo ahora sentía realmente el peso de este asunto, mientras nos movíamos entre las sombras, escondidos por el velo de la noche.

Había empezado a caer una ligera llovizna que hacía que la ropa se me pegara al cuerpo y el frío de la noche aguijoneara mi piel, pero no me detuvo, y por lo visto, tampoco detendría a Krayev.

Este lugar era mi casa, mi mundo, con sus árboles más altos que cualquiera que existiera en el mundo humano, sus bastas montañas y ríos, las casas de madera y mármol con diseños intrincados que íbamos dejando atrás, las luces de colores que alumbraban las calles adoquinadas cada tanto, la risa de los niños, las voces susurrantes y apuradas de otros transeúntes.

Este lugar era mío, pero no era para mí.

Su belleza era increíble, del tipo que te saca el aire de los pulmones, pero solo era una ilusión. Como yo, por mas hermosos que nos viéramos, teníamos una oscuridad profunda arrastrando nuestras almas, y dicha oscuridad consumía todo a su paso.

—Con cuidado, no te quedes atrás—llamó mi atención Krayev, aminorando el paso para estar junto a mí—no importa que no te reconozcan, si alguien llega a estar lo suficientemente cerca de ti tu olor atraerá la atención. Debemos mantenernos lejos del público.

Asentí, no tenía ganas de que nadie me reconociera todavía. Era una especie de celebridad aquí, y no del tipo al que le pides autógrafos, sino del tipo que apedreas hasta sepultarle.

Krayev me ofreció su mano, el gesto me sorprendió, pero la acepté. Entrelacé mis dedos con los suyos, dejando que el calor de su mano y su proximidad recompensaran el lazo que tanto pedía que nos uniéramos.

Krayev parecía distraído, como si no se hubiese dado cuenta, pero por supuesto que lo hacía, no era algo que pudiese ignorar. Aún así, ninguno comentó nada.

Mientras más caminábamos menos luces y personas había en nuestro camino, los adoquines se terminaban y daban paso a la tierra rojiza convertida en lodo por la lluvia, el silencio de la noche se volvía casi insoportable, y si no hubiese sabido de antemano que Krayev me llevaba a conocer un secreto, habría pensado que me aislaba para matarme.

—¿Habías venido alguna vez por aquí?—me preguntó mientras me ayudaba a bajar por una pequeña inclinación, lo que me vino perfecto porque estaba resbalándome.

Negué con la cabeza.

—No, pero si había querido venir—admití—se que parece que soy alguien que siempre se sale con la suya, pero mamá era una rival más que digna. Me habría asesinado con sus propias manos si hubiese puesto el pie en el Caldero.

Krayev sonrió.

—Supongo que ahora no va a quererme mucho como yerno.

Me reí y estaba a punto de asegurarle que cada día lo quería menos cuando apareció frente a mí. En un pestañeo, como arte de magia.

Había oído hablar tanto y tantas veces de aquel lugar que creía que no me iba a impresionar, pero el Caldero no era como ningún lugar que se pudiese describir, había que verlo, experimentarlo.

Parecía un lugar de cuentos, un mercado colorido, antemporal, pero sin duda terrorífico.

—¿Co...Cómo es que las autoridades no dan con esto?—pregunté sorprendida, haciendo un gesto con la mano para abarcar aquella enormidad—¿Cómo es que dicen que es difícil encontrar algo como esto?

true alphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora