Las hermanas - James Joyce

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No había esperanza esta vez: era la tercera embolia. Noche tras noche pasaba yo por la casa (eran las vacaciones) y estudiaba el alumbrado cuadro de la ventana: y noche tras noche lo veía iluminado del mismo modo débil y parejo. Si hubiera muerto, pensaba yo, vería el reflejo de las velas en las oscuras persianas, ya que sabía que se deben colocar dos cirios a la cabecera del muerto. A menudo él me decía: “No me queda mucho en este mundo”, y yo pensaba que hablaba por hablar. Ahora supe que decía la verdad. Cada noche al levantar la vista y contemplar la ventana me repetía a mí mismo en voz baja la palabra parálisis. Siempre me sonaba extraña en los oídos, como la palabra gnomo en Euclides y la palabra simonía en el catecismo. Pero ahora me sonó a cosa mala y llena de pecado. Me dio miedo y, sin embargo, ansiaba observar de cerca su trabajo maligno.

El viejo Cotter estaba sentado junto al fuego, fumando, cuando bajé a cenar. Mientras mi tía me servía mi potaje, dijo él, como volviendo a una frase dicha antes:

-No, yo no diría que era exactamente… pero había en él algo raro… misterioso. Le voy a dar mi opinión.

Empezó a tirar de su pipa, sin duda ordenando sus opiniones en la cabeza. ¡Viejo estúpido y molesto! Cuando lo conocimos era más interesante, que hablaba de desmayos y gusanos; pero pronto me cansé de sus interminables cuentos sobre la destilería.

-Yo tengo mi teoría -dijo-. Creo que era uno de esos… casos… raros… Pero es difícil decir…

Sin exponer su teoría comenzó a chupar su pipa de nuevo. Mi tío vio cómo yo le clavaba la vista y me dijo:

-Bueno, creo que te apenará saber que se te fue el amigo.

-¿Quién? -dije.

-El padre Flynn.

-¿Se murió?

-El señor Cotter nos lo acaba de decir aquí. Pasaba por allí.

Sabía que me observaban, así que continué comiendo como si nada. Mi tío le daba explicaciones al viejo Cotter.

-Acá el jovencito y él eran grandes amigos. El viejo le enseñó cantidad de cosas, para que vea; y dicen que tenía puestas muchas esperanzas en este.

-Que Dios se apiade de su alma -dijo mi tía, piadosa.

El viejo Cotter me miró durante un rato. Sentí que sus ojos de azabache me examinaban, pero no le di el gusto de levantar la vista del plato. Volvió a su pipa y, finalmente, escupió, maleducado, dentro de la parrilla.

-No me gustaría nada que un hijo mío -dijo- tuviera mucho que ver con un hombre así.

-¿Qué quiere usted decir con eso, señor Cotter? -preguntó mi tía.

-Lo que quiero decir -dijo el viejo Cotter- es que todo eso es muy malo para los muchachos. Esto es lo que pienso: dejen que los muchachos anden para arriba y para abajo con otros muchachos de su edad y no que resulten… ¿No es cierto, Jack?

-Ese es mi lema también -dijo mi tío-. Hay que aprender a manejárselas solo. Siempre lo estoy diciendo acá a este Rosacruz: haz ejercicio. ¡Como que cuando yo era un mozalbete, cada mañana de mi vida, fuera invierno o verano, me daba un baño de agua helada! Y eso es lo que me conserva como me conservo. Esto de la instrucción está muy bien y todo… A lo mejor acá el señor Cotter quiere una lasca de esa pierna de cordero -agregó a mi tía.

-No, no, para mí, nada -dijo el viejo Cotter.

Mi tía sacó el plato de la despensa y lo puso en la mesa.

-Pero, ¿por qué cree usted, señor Cotter, que eso no es bueno para los niños? -preguntó ella.

-Es malo para estas criaturas -dijo el viejo Cotter- porque sus mentes son muy impresionables. Cuando ven estas cosas, sabe usted, les hace un efecto…

Recopilación cuentos de terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora