El señor de las muñecas - Joyce Carol Oates

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—PUEDES COGERLA. Pero que no se te caiga.

Así de solemne habló mi prima Amy. Y así de solemne me ofreció su adorada muñeca.

Era un bebé con ropa de bebé, una camisetita estampada con patitos rosa y, en los piececitos de bebé, patuquitos rosa. Y un pañal, blanco, con un imperdible plateado.

Un bebé de juguete suave, carnoso, con plácida cara de bebé, dedos de bebé maleables y carnosos bracitos y piernecitas de bebé que podían manipularse hasta cierto punto. El pelo de bebé era fino y rubio y rizado y los ojos de bebé eran esferas azul grisáceo que se abrían y cerraban cuando movías el muñeco hacia atrás o hacia delante. Ver un bebé de cerca produce un hormigueo de miedo porque te parece que puede hacerse daño y eso me pasó con Emily, aunque no era más que una muñeca…

Mi prima Amy tenía tres años, once meses más pequeña que yo. Eso es lo que nos decían. En nuestra familia los cumpleaños son acontecimientos importantes, decían nuestros padres.

Amy era la hija de la hermana pequeña de mi madre, que era mi tía Jill. Así que, me explicó mi madre, Amy era mi prima.

A veces me daba un poco de envidia. Amy sabía hablar mejor que yo y a los adultos les gustaba hablar con ella y maravillarse de su «destreza con las palabras», lo que me hacía sentir mal, porque de mi destreza no se maravillaba nadie.

Amy era una niña menuda, más bajita que yo. En conjunto más pequeña que yo.

Era extraño —a las amigas de nuestras madres les parecía una «monería»— ver a una niña tan menuda como Amy aferrada a un bebé de juguete. Cuidaba de la muñeca Emily con los mismos aspavientos con que la madre de Amy cuidaba de ella.

Incluso simulaba «dar las tomas» a Emily con un biberón diminuto lleno de leche. Y «cambiarle el pañal» a Emily.

Entre las piernas carnosas de bebé, Emily era lisa. Era imposible que Emily manchara el pañal.

Yo ni siquiera recordaba manchar el pañal. Sigo sin recordarlo. Me inclino a pensar que, de bebé, no necesitaba pañal, pero eso es probablemente erróneo, e irracional. Porque yo fui un bebé (varón) del todo normal, estoy seguro. Si ocurría algún «accidente», sobre todo de noche, en mi pijamita, como lo llamaba mi madre, no lo recuerdo.

Tampoco recuerdo «las tomas». Creo que las mías eran con biberón.

Todo esto fue hace mucho tiempo. Es normal que no me acuerde.

Puedes cogerla. Pero que no se te caiga. Esas fueron las palabras de Amy que sí recuerdo. Eran un eco de esas palabras que a menudo oyes a las madres adultas.

Cuando falleció Amy, para mi familia fue una sorpresa terrible. Primero dijeron que «iba al médico a hacerse unas pruebas». Luego dijeron que Amy estaría «unos días en el hospital». Después, que «no volvería del hospital».

Durante todo ese tiempo no me llevaron al hospital a ver a Amy. Me dijeron que mi prima volvería a casa pronto: «Entonces la verás, cariño. Muy pronto».

Y «Ahora mismo tu prima está muy cansada. Necesita dormir, y descansar y ponerse fuerte otra vez».

Más tarde me enteré de que lo que tenía mi prima era una enfermedad rara de la sangre. Un tipo de leucemia de progresión muy rápida en niños.

Cuando dijeron que Amy no volvería a casa no dije nada. No hice preguntas. No lloré. Expresión pétrea, oí a mi tía decir a mi madre. Me pregunté si tener expresión pétrea sería algo bueno o malo. Porque la gente te dejaba en paz.

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