Té verde - Joseph Sheridan Le Fanu

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Té verde. Joseph Sheridan Le Fanu.

 Prólogo: Martín Hesselius, el médico alemán

         Aunque tuve una excelente formación en medicina y cirugía, nunca practiqué ninguna de las dos especialidades. No obstante, el estudio de ambas sigue interesándome profundamente. Abandoné la honrosa profesión en la que acababa de ingresar pero no lo hice por capricho ni por pereza. La causa fue un leve rasguño producido por un bisturí de disección. Esa pequeñez me costó la pérdida de dos dedos, amputados rápidamente, y el más penoso quebranto de mi salud, pues desde entonces nunca estuve del todo bien y muy rara vez he residido doce meses seguidos en el mismo sitio.

         En mis vagabundeos trabé relación con el doctor Martín Hesselius, un individuo errante igual que yo, médico igual que yo y también como yo apasionado por su profesión. Sin embargo, difería en que sus viajes eran voluntarios; no se trataba de un hombre de fortuna, tal como estimamos la fortuna en Inglaterra, aunque gozaba de una “posición acomodada”, según hubieran dicho nuestros antepasados. Cuando lo conocí ya era anciano, casi treinta y cinco arios mayor que yo.

         El doctor Hesselius fue para mí un auténtico maestro. Sus conocimientos eran inmensos y encaraba cada caso de manera intuitiva. Era el hombre indicado para inspirar respeto y deleite en un joven apasionado como yo. Mi admiración ha sobrevivido a la prueba del tiempo y superado la separación de la muerte. Estoy seguro de que estaba bien fundada.

         Durante casi veinte años me desempeñé como secretario profesional suyo. Dejó a mi cuidado su inmensa compilación de documentos con el objeto de que los ordenara, los clasificara con ayuda de índices y los encuadernara. Su manera de encarar algunos de esos casos es curiosa. Escribía respondiendo a dos tipos de personalidad. Expone lo que observó y escuchó como podría hacerlo un lego perspicaz y, una vez que en este estilo de narrativa ha enfocado al paciente, bien atravesando la puerta de entrada de su casa a la luz del día, bien a través de los sombríos portales de las cavernas de los muertos, retoma el relato y con las pautas de su arte y, la plena fuerza y originalidad del genio, se consagra a la tarea de analizar, diagnosticar e ilustrar.

         A veces un caso me llama la atención porque corresponde a la especie que puede entretener u horrorizar a un lector profano en virtud de atractivos muy distintos del peculiar interés que ese mismo episodio tendría para un especialista. Con leves modificaciones, principalmente de lenguaje, y por supuesto cambiando los nombres, transcribiré el relato que sigue a continuación. El narrador es el doctor Hesselius. Lo encontré entre las voluminosas anotaciones sobre sus experiencias en el transcurso de un viaje a Inglaterra, hace aproximadamente sesenta y cuatro años.

         Consiste en una serie de cartas a su amigo, el profesor Van Loo, de Leyden. Este profesor no era médico sino químico, y entre las lecturas que frecuentaba se hallaban la historia, la metafísica y la medicina; además, en su juventud había escrito una obra de teatro.

         En consecuencia, este relato, aunque de algún modo menos valioso como testimonio médico, necesariamente está expuesto de una manera más adecuada para atraer la atención de un lego.

         Según se desprende de un memorándum agregado a ellas se diría que esas cartas le fueron devueltas al doctor Hesselius en 1819, año en que murió el profesor. Algunas están escritas en inglés, otras en francés, la mayoría en alemán. Soy un traductor fiel aunque de ningún modo mi estilo es airoso, tengo conciencia de ello; y si bien en ciertos puntos omito algunos pasajes, abrevio otros y disimulo los nombres, no he introducido interpolaciones.

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