Una tarde otoñal, cuando la suciedad de Londres estaba velada por una leve neblina azulada, y sus vistas y sus largas calles parecían espléndidas, el señor Charles Salisbury paseaba por Rupert Street, aproximándose poco a poco a su restaurante favorito. Miraba hacia abajo estudiando el pavimento, y así fue como chocó, al pasar por la angosta puerta, con un hombre que subía del fondo de la calle.—Le ruego que me disculpe; no miraba donde iba. ¡Toma, es Dyson!
—Sí, en efecto. ¿Cómo está usted, Salisbury?
—Muy bien. Pero ¿dónde ha estado, Dyson? No creo haberle visto en los últimos cinco años.
—No, me atrevería a decir que no. ¿Recuerda que me encontraba más bien apurado cuando vino usted a mi casa de Charlotte Street?
—Perfectamente. Creo recordar que me contó usted que debía cinco semanas de alquiler, y que se había desprendido de su reloj por una insignificante suma.
—Mi querido Salisbury, su memoria es admirable. Sí, estaba apurado. Pero lo curioso es que poco después de que usted me viera aumentaron mis apuros. Mi situación financiera fue descrita por un amigo como ‘sin blanca’. No apruebo los vulgarismos, acuérdese usted, pero ésa era mi condición. ¿Qué tal si entramos? Podría haber otras personas igualmente interesadas en comer. Es una debilidad humana, Salisbury.
—En efecto, vayamos. Mientras paseaba me preguntaba si estaría libre la mesa de la esquina. Como usted sabe tiene respaldos de terciopelo.
—¿Qué hizo entonces? —preguntó Salisbury, quitándose el sombrero y acomodándose al borde del asiento, mientras ojeaba el menú con vivo interés.
—¿Que qué hice? Pues me senté y reflexioné. Había recibido una excelente educación clásica y sentía una categórica aversión por cualquier clase de negocio: ése fue el capital con el que me enfrenté al mundo. Sabe usted, he oído a gente calificar a las aceitunas de desagradables. ¡Qué lamentable prosaísmo! A menudo he pensado, Salisbury, que podría escribir poesía sincera bajo la influencia de las aceitunas y el vino tinto. Pidamos Chianti; puede que no sea muy bueno, pero la botella es sencillamente encantadora.
—Se está muy bien aquí. También podemos pedir una botella grande.
—De acuerdo. Entonces reflexioné sobre mi ausencia de perspectivas y determiné embarcarme en la literatura.
—Realmente es extraño. Parece usted encontrarse en circunstancias bastante confortables, aunque...
—¡Aunque! ¡Qué sátira sobre tan noble profesión! Me temo, Salisbury, que no tiene usted una buena opinión acerca de la dignidad de un artista. Me ve sentado frente al escritorio, o al menos puede verme si se molesta en llamar, con pluma y tinta, y la pura nada ante mí, y si vuelve a las pocas horas con toda probabilidad encontrará una obra de creación.
—Sí, completamente de acuerdo. Tengo idea de que la literatura no es remunerativa.
—Está usted equivocado; sus recompensas son inmensas. Puedo mencionar, de paso, que poco después de verle a usted logré un pequeño ingreso. Un tío murió y resultó inesperadamente generoso.
—¡Ah!, ya veo. Debe haber sido oportuno.
—Fue agradable, innegablemente agradable. Siempre lo he considerado como una dotación para mis investigaciones. Le decía a usted que yo era un hombre de letras; quizás sería más correcto describirme a mí mismo como un hombre de ciencia.
—Mi querido Dyson, verdaderamente ha cambiado usted mucho en los últimos años. Pensaba, sabe usted, que era una especie de ciudadano ocioso, el tipo de hombre que puede encontrarse uno en la acera norte de Picadilly de mayo a julio.
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Recopilación cuentos de terror
HorrorQue tal amigos, esta vez pensé en lugar de entregarles un cuento de terror, traerles en su lugar una recopilación donde les iré entregando diversos cuentos de terror de diferentes autores. Todos los derechos a estos mismos. Bueno espero los disfrute...