El descubrimiento - W. H. Hodgson

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En respuesta a la usual invitación de Carnacki para ir a cenar, llegué a tiempo a Cheyne Walk para encontrarme con que Arkright, Taylor y Jessop ya estaban allí, y luego de unos minutos nos habíamos sentado a la mesa. Cenamos frugalmente, y, como siempre pasaba, Carnacki habló de cualquier posible asunto menos de aquel en que todos teníamos grandes expectativas. No fue hasta que todos estuvimos confortablemente sentados en nuestros respectivos sillones que comenzó.

—Un caso muy simple —comenzó, prendiendo su pipa—. Nada más que un simple análisis mental. Hablé un día con Jones de Malbrey y Jones, editores de Bibliophile y Book Table, y él mencionó poseer un libro llamado Acrósticos de Dumpley. La única copia conocida de tal obra se encontraba en el Museo Caylen.

Esta segunda copia que había sido conseguida por un tal señor Ludwig, parecía ser genuina. Ambos, Malbrey y Jones, creían en su autenticidad, y esto, para cualquiera que conozca sus reputaciones, significaba que el libro era auténtico.

Escuché todo tipo de historias sobre el libro de mi buen amigo Van Dyll, un holandés que se encontraba en el Club para un almuerzo.

—¿Qué sabes acerca de un libro llamado Acrósticos de Dumpley? —le pregunté.

—Mi amigo, puedes también preguntarme cuanto se acerca de Londres, tu ciudad —replicó—. Todo lo que se es muy poco. Hay una sola copia impresa de este extraordinario libro, y esta copia está en el Museo Caylen.

—Exactamente es lo que pensaba —le dije.

El libro fue escrito por John Dumpley, continuó, y presentado a la Reina Elizabeth el día de su cumpleaños número catorce. Ella tenía una gran pasión por los juegos de palabras, y este libro, que tenía que ser mera gimnasia literaria, fue realizado por este Dumpley con un extraordinario grado de involucramiento con aquellos relatos escandalosos de la Corte.

Los tipos fueron desensamblados y el manuscrito quemado inmediatamente luego de haberse impreso una sola copia, aquella que era para la Reina. El libro le fue presentado a ella por Lord Welbeck, que pagó a John Dumpley veinte guineas inglesas y doce ovejas al año con doce pintas de ale Miller Abbott para tapar su boca. Lord Welbeck intentó hacer creer que él mismo había escrito el libro, e indudablemente debió ser quien surtió a Dumpley de las escandalosas historias con detalles íntimos de famosos personajes de la Corte, sobre quienes el autor luego escribió. Al fin logró que su propio nombre apareciese en lugar del de Dumpley; pensándolo bien, no era un gran orgullo para un hombre de buena casta el escribir bien por aquella época, sin embargo tales Acrósticos fueron tomados como obras de gran ingenio y de alabanza en aquella Corte.

—No tenía idea que fuera tan famoso, como tu dices —le dije.

—Tiene una gran fama —replicó Van Dyll—, ya que posee al mismo tiempo un valor histórico e intrínseco único. Hay coleccionistas hoy en día que serían capaces de vender sus almas si una segunda copia pudiera ser descubierta. Pero esto es imposible.

—Lo imposible parece haber sido logrado —dije—. Una segunda copia está siendo ofrecida a la venta por un tal señor Ludwig. Me pidieron que haga unas investigaciones. De ahí mis preguntas.

Van Dyll casi explota.

—¡Imposible! —rugió—. ¡Es otro fraude!

—Messrs. Malbrey y Jones han pronunciado que es inconfundiblemente genuino —dije—, y ellos son, como tu sabes, muy entendidos en la materia. También, está el relato del señor Ludwig sobre como consiguió la copia del libro en una venta de baratijas en la calle Charing Cross, que no parece ser falso. Fue a Bentloes, estuve ahí hace un tiempo. Señor. Bentloes dice que es muy posible aunque no muy probable. De todas maneras, está muy disgustado por el asunto.

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