El joven Goodman Brown - Nathaniel Hawthorne

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Al anochecer, el joven Goodman Brown salió a la calle del pueblo de Salem. Al cruzar el umbral, volvió la cabeza besar a su joven esposa. Y Faith, nombre que le resultaba muy adecuado, asomó su hermosa cabeza a la calle dejando que el viento jugueteara con las cintas rosas de su gorra mientras hablaba con Goodman Brown.

—Querido —susurró acercando los labios a su oído—: te ruego que dejes tu viaje para la mañana y duermas esta noche en casa. Una mujer sola es acosada por sueños y pensamientos que a veces le dan miedo. De todas las noches del año, esposo mío, te ruego que te quedes conmigo precisamente ésta.

—Mi amor y mi Fe —contestó el joven Goodman Brown—. De todas las noches del año, ésta es la que debo pasar lejos. Mi viaje debe hacerse entre este momento y el amanecer. Pero mi dulce y bella esposa, ¿es que dudas ya de mí, cuando sólo llevamos tres meses casados?

—¡Que Dios te bendiga entonces! —dijo Faith moviendo las cintas rosas—. Y que lo encuentres todo bien cuando regreses.

—¡Así sea! —gritó el joven Goodman Brown—. Reza, querida Faith, y acuéstate al anochecer, así ningún daño te sucederá.

Se despidieron, y el joven siguió su camino hasta que, cuando estaba por de girar la esquina junto al templo, miró hacia atrás y vio la cabeza de Faith que seguía observándole con un aire melancólico, a pesar de sus cintas rosadas.

—¡Mi pobre y pequeña Faith! —susurró, pues tenía el corazón afligido—. ¡Soy un perverso al dejarla! Y hablaba de sueños. Me parece que cuando lo hacía su rostro estaba turbado, como si un sueño le hubiera advertido del trabajo que hay que hacer esta noche. Pero no, no: pensar en ello la mataría. Es un ángel sobre la tierra, y tras esta única noche me mantendré aferrado a sus faldas y la seguiré hasta el cielo.

Con tan excelente resolución para el futuro, Goodman Brown se sintió justificado para apresurar su propósito maligno. Había tomado un camino que oscurecían los árboles más tristes del bosque, y que al apartarse de la carretera principal se convertía en un estrecho sendero. Todo era realmente solitario; y en tal soledad es peculiar que el viajero no sepa quién puede ocultarse en los innumerables troncos o las gruesas ramas que hay sobre la cabeza, de manera que con sus pasos solitarios puede estar pasando entre una multitud invisible.

—Podría haber un indio diabólico detrás de cada árbol —dijo el joven Goodman Brown para sí, y miró con temor hacia atrás al tiempo que añadía—: ¡El propio diablo podría estar a un codo de mí!

Mirando hacia atrás, recorrió una curva del camino, y al volver a mirar hacia adelante vio la figura de un hombre con atuendo grave y decente sentado al pie de un viejo árbol. Se levantó al acercarse Goodman Brown y empezó a caminar al lado de éste.

—Llegas tarde, Goodman Brown —le dijo—. El reloj del Old South estaba sonando cuando llegué desde Boston, y de eso hace ya más de quince minutos.

—Faith me entretuvo un rato —contestó el joven, asustado por la aparición repentina de su compañero, aunque no fuese inesperada.

En el bosque había ya una oscuridad profunda, que era todavía mayor por la zona que ambos estaban recorriendo. Por lo que podía discernirse, el segundo viajero tendría unos cincuenta años, aparentemente de la misma posición en la vida que el joven Goodman Brown, y se le asemejaba considerablemente, aunque quizás más en la expresión que en los rasgos. Aun así, podrían haberlos tomado por padre e hijo. Y sin embargo, aunque el mayor iba vestido tan simplemente como el joven, y era de maneras igualmente simples, tenía ese aire indescriptible de alguien que conoce el mundo, y que no se sentiría avergonzado en la mesa del gobernador ni en la corte del rey Guillermo. Pero lo único que en él podía considerarse notable era su bastón, semejante a una gran serpiente negra y tan curiosamente trabajado que casi se le veía dar vueltas y retorcerse como una serpiente viva. Evidentemente aquello era una ilusión ocular ayudada por la luz incierta.

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